Cuaderno de viaje “En busca de poetas” – Reporte 9 – Maritza Kusanovik, poeta en letrapegada




Recorrer el camino, el mar, el espacio. Recorrer la vida. Esa sensación de ir en busca, dar pasos que acercan a un lugar. Estar en movimiento, cargado de una inercia en la que se ve al paisaje transcurrir por fuera de la ventana. Libertad, heroína de los corazones andariegos. Energía, madre de la locomoción, motor con el que se recargan los ánimos. Efecto magnético, fuerza invisible que hala al siguiente destino, genera emoción, ese sentir de huesos bien puestos con los que se puede afrontar lo que viene, apreciar el contraste de los pastizales quemados con la profundidad de un mar que intensifica su color, los ríos serpenteantes bajo el horizonte despejado, llanura en la que el cielo se vuelve telón de fondo. Regreso a ese concepto hermoso: un kilómetro recorrido es un kilómetro menos.


Atlántico Sur, con sus aguas heladas y ballenas que burbujean bajo la superficie, las crestas de las olas que van a morir a las playas de arena oscura, el tono grisáceo que descolora el paisaje. Tierra del Fuego salvaje y culturizada, me despido desde este bus que acelera sin prisa, besa al aire a su paso, lo arremolina y desordena por un instante que ya no está… se fue.
Saco el celular de mi bolsillo y le escribo un texto a Pri. Le comento que no estaré para el programa. Responde con un: “Qué mal”. Expongo mis razones. Me dice que las entiende y concluye con un: “No te hagás drama”.

 

Llamo a Cecilia.
—No te quisiste quedar conmigo.
—Tengo todo el continente enfrente de mí.
—No me firmaste la copia de tu novela.
—Me frenaste cuando iba a hacerlo.
—Lo quería guardar para un momento especial.
—Bueno, ¿qué podemos hacer?
Se me acaba el crédito y la llamada se corta. Vuelvo al paisaje. Nos alejamos de la costa. Atravesamos pastizales con algunas zonas amarillentas y pequeños arbustos verdes. Tiempo después el bus desacelera. Se estaciona frente a una barda que señala la frontera con Chile en un punto llamado San Sebastián. El conductor nos indica retirar cualquier tipo de alimento perecedero que haya en nuestro equipaje, so pena de pagar una multa millonaria.
—Además retrasan a todo el colectivo unas dos o tres horas mientras les hacen el papeleo.



El tacho de basura se llena de panes, tomates, cebollas y salames que viajeros europeos van sacando de sus mochilas. Nos bajamos, presentamos los pasaportes en la emigración argentina, cruzamos la calle y hacemos fila en la inmigración chilena. Me toca detrás de un checo, Michal Jedliěka. Vive en Praga. Le comento mis intenciones de irme allá. Mostramos los pasaportes, unos oficiales nos hacen pasar las maletas por un escáner, dan luz verde y volvemos al bus. Abren la barda. La vía pavimentada se acaba y empezamos a recorrer una de ripio. Vuelvo a mis clases en la facultad de derecho. A ese concepto jurídico en el que un tipo de derecho real limita el dominio de un predio denominado “fundo sirviente” en favor de las necesidades del “fundo dominante”. Tener que pasar por Chile para poder volver a la Argentina una vez crucemos el Estrecho de Magallanes, genera una servidumbre de paso entre naciones.


 

 

 

Vacas y ovejas mascan sobre los pastizales. Algunas duermen bajo el sol del mediodía. Bordeamos montes de color parduzco por los que serpentea la ruta, el panorama se abre de nuevo y un grupo de guanacos con sus cuerpos camélidos, patas de huesos finos, pieles abullonadas, hocicos alargados y orejas paradas, pastan a una distancia prudente de la carretera. Los he oído mencionar bastante, aunque es la primera vez que veo sus cuerpos elegantes, la forma en que caminan con porte, irguiendo el cuello.
Saco “El azul del frío”, el libro de la Colección El Rey Tuerto, Parque Chas Ediciones que me firmó Fredy Gallardo y leo “En la esquina del viento”.


“¡Mirá!, es el viento
que avanza bajo la lluvia
tratando de borrar las huellas
de la pesadilla tenebrosa
que varó para siempre en la sangre.”

                          Fragmento del poema “36” de SUR PROFUNDO


Supongo que el viento es todo lo que hay cuando lo único que hay es viento…


Herederos del frío

“La helada es como un cuchillo
para el cordero temprano
y para aquel que del surco,
año tras año, siembra por siembra,
saca el pan para los suyos.”

                          Nelson Ávalos
                          Fragmento del poema “La helada


La naturaleza tiene su propia forma de hacer las cosas. Su personalidad es briosa. Casi siempre corta a los que pretenden domarla…
El siguiente es de Fredy.


5”.

“Al poeta Clemente Riedemann

Por esta carretera señalizada
con el color de los Dioses,
transita muchísima gente,
observando su futuro por el ojo del hacha.

Aquí un pueblo se quedó sin cruzar el río.

Demasiada gente ordeña el hambre
a cielo abierto.

Mucha gente observa el arrebol
con ojos de vaca.

Al sur de la lluvia
Al arado empuñado por los antecesores
A la sal de la nostalgia
Al viento amontonando los dolores
Los huesos diseminados a la izquierda de la historia.

En esta carretera, permanece un pueblo sin trenes,
tratando de abrir caminos,
en este sur tan cerca de la muerte.”


Qué linda imagen: “Demasiada gente ordeña el hambre / a cielo abierto”. Qué coincidencial leerlo justo cuando voy por esta vía a cielo abierto y puedo imaginar a todas esas personas ordeñadas por el hambre…


15

“En la calle,
al otro lado del río,
La esperanza juega con los niños.

En la vereda del frente,
una alma en pena,
vigila sueños indelebles.

Al sudoeste del invierno,
por las vías del vino,
transita un corazón indigente.

Escarcha.
Todo se congela.
El hambre sigue remando.
Día tras día.

En los suburbios canta el pueblo
pa´ alejar el alma del frío.
La vida gira que gira,
al sur de su destino. 

En la calle,
juegan los niños.
Al otro lado del río”.


El bus deja salir un bufido, se detiene por completo y hacemos fila detrás de un camión lleno de ovejas. Del otro lado de la vía camiones con varios ejes y vehículos particulares aceleran frente a nosotros. Pongo mi mochila al hombro y me bajo. Las aguas plateadas del mítico Estrecho de Magallanes del que papá me habló tanto de niño, resplandecen bajo los primeros rayos de la tarde. Le tomo algunas fotos a ciertas ovejas lanudas cuyos ojos cafés parecen mirarme con recelo. Bordeo unos buses que acaban de bajar del ferri y me aproximo a la orilla en la que un aviso de aluminio indica el inicio del estrecho. Le pido a Michal que me tome una foto. Estar aquí me genera un entusiasmo particular. Papá aprendió a viajar en una habitación del viejo “Lutheran Medical Center” de Brooklyn, con el cuerpo enyesado de las rodillas al cuello. Leía novelas de aventura que lo llevaban a los lugares más recónditos del mundo, mientras le trataban el polio en su pierna. Me transmitió su pasión por la geografía en los múltiples viajes que hicimos. Recordar que no puedo compartir esta vivencia con él, así fuera por medio de una llamada telefónica, me llena de nostalgia… Por lo menos la puedo compartir con mamá, otra viajera…


Embarco al ferri con esa sensación de felicidad-tristeza. Me tranquiliza el concepto aquel de imaginarlo en todos los océanos del mundo, como esencia que se comparte de una partícula a otra, así sea un pensamiento-maquillaje creado para diezmar mi propio dolor.
Subo a la sección destinada a los pasajeros, remonto las escaleras que llevan al puente de mando, saco la cámara y tomo algunas fotos al tiempo en que los camiones ingresan por la rampa dispuesta al inicio de la embarcación. Nuestro bus es uno de los últimos en abordar. El encargado acciona una palanca, la rampa termina de subir, el capitán toca la sirena, los motores generan un rugido y el ferri se pone en marcha.
Otro transbordador llega para ocupar el espacio que dejamos libre y poco a poco nos vamos alejando de la orilla. El cielo está tapado hacia el oeste. Nubarrones se arremolinan entre ellos. Hacia el este una nube blanca forma la punta delgada de un triángulo escaleno. Cubre la costa y la superficie de un mar que adquiere un tinte verdoso en comparación al azul del cielo.

 

Saco algunas otras fotos que documentan el momento y camino hacia la parte delantera del ferri. Veo a Michal y voy a su lado.
—¿Viste las orcas?
—¡Vieron orcas! ¿Dónde están?
Señala una parte del mar en la que ya no se ven sus aletas.


Poco después se hacen visibles acantilados que parecen haber sido esculpidos por la bravura del océano. Dibujan una línea irregular frente a las aguas crispadas.
El ferri desacelera, hace las maniobras de atraque y los marineros nos indican bajar. Termino de recorrer la rampa y doy mis primeros pasos en el continente. Un faro se levanta junto a una construcción de muros blancos y techos rojos, descoloridos por la aspereza del clima. Saco la cámara y lo retrato bajo ese cielo de nubes arremolinadas que forman trazos grisáceos. La escena, propia de estas latitudes, presagia una tormenta apocalíptica. No es gratuito que la poesía de Fredy este llena de estas imágenes en donde los seres humanos se encuentran a la intemperie.

 

Los camiones descienden la rampa cuidando de no golpear sus parachoques con la superficie de concreto inclinada. El fuerte oleaje sacude el ferri, dificulta la maniobra. Un operario le indica a los conductores cuando acelerar. Me tomo una última foto con el transbordador, me subo al bus y empezamos a recorrer los primeros kilómetros del continente. Paso a paso, estas rutas me llevarán hasta el Cabo de la Vela, punto más norteño de América del Sur, en la querida y lejana Colombia. Luego a Venezuela, destino final del proyecto.


Al poco tiempo nos detenemos en el paso nacional Monte Aimón, provincia de Santa Cruz, punto de entrada a la Argentina. Volvemos a mostrar los pasaportes en las oficinas de uno y otro país, subimos y continuamos el camino. Saco de la mochila el libro “Hullablanca” de Maritza Kusanovic que Anahí me regaló, y empiezo con “(1)”.


“dicen que con el latido del corazón saben hacer la lluvia
cada uno un pulsosemejante a todosdiferente a cada uno

dicen que saben sabor de muchos
sabores del barro tocan su piel

dicen que el latido sabe a ellos
dantesinos vienen
tocafondo golpeancírculos atraviesan
                          nos infierno


Pastizales quemados a uno y otro lado de las ventanas. Un sol que los reseca. Vientoeterno que me hace jugar con las palabras…
Así es “(3)”.


“dijo el instinto
yo los creorebeldes
        tengan fe
se nos concede lamira
tormenten
sobre los desiertos


Caiganserayos deloscielos y vénganse a nosotros el poder de ser todos iguales… Qué linda utopía…


(4)

“salvaje fruto
devora al hombre
lo atraviesa la especie
                          qu´es otr´ombre”


Otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre…
El “(5)” dice así:


“toques decaza
y corro lamuerte
estuvo aquí y sabevolver
su cuerno cargo
esta impuesta marc´animal”


Lobo-hombre, Leviatán-deadentroafuera que es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre…


(7)

“los excluidos
traganarenas
deotro caos Inédito
oasis está enellos”

Soncasitodos, los excluidos, traganarenas del Leviatán, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre…


(9)

“en elvacío del plato
noentra el universo
masnada hayvivo
en la migaja el sitio
de todas las hambres”


Hambreseternas, como los vientos, platos vacíos entremigajas desosombres,  desosombres, desosombres…
El “(10)” va por la misma línea.


“todavía
aman caderas sintecho
hacen hijos y siguen
enel borde un beso
nos ternura en su besana
y nada nos muere”


Fue una ilusión óptica. Al principio lo leí: “todavía / aman cadenas”. Poder delbeso que-une personas entrelambre…


(11)

“los condenados vecinan
laboca d´el frío
es un puño ensueño hundidoaquí
desterrado
el pan s´encarna
lanoche Tan oscuro aparece
el deseo del asalto
¿y si esta boca montara
                          la batalla”


Los condenados soncasitodos, bocas d´el frío, hambreseternas-traganarenas del Leviatán: qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre…
Los voy leyendo como si fueran bombones de chocolate que hay que degustar con calma. De esos chocolates exquisitos que en vez de morder se chupan hasta llegar a la médula. “(12)”.


“la espina diferenciatodo
remorderes lech´empuje madre
en la imposiblemesa
tiendecuenco los pezonesllueve
y volverá vidala cepa


Eso si es qu´hay leche y lospezones no sedesiertan. Madres apaleadas en esas  hambreseternas…


(13)

“donde losgallos
se devoran los ojos
es lamordida última
voracidad de los habitantes”


Gallo-hombre que habita este gallinero-mundo en el que unojoesunojo y un diente esa mordidaúltima enlaque sale´l´lobo…


(14)

“enambas orillas
de la guerra está dios
y los buitres comeniños
sementierran tallos
y caigogreda amasaestos
que somos piedra”


Volvemos al Leviatán, lobo-hombre qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre…


(15)

“los barrios no venel cielo
se les niega elfruto
delvientre son mordidos
hagan lamultiplicación
esperan losdesnudos
separen lascostillas
y lluevan”


Marginalidad que rueda por las calles-polvo, en las´q´un adan es unadan y una eva costillaenlaque semultiplicaelambre…


(16)

“en el desierto
habita la palabra
lo que debiera ser
romper placenta
              y nacernos
porque tendremos
que parir a Nuestros Padres
los del Antiguo Sueño


Qué lindo sería que los padres que parimos fueran no-hombres, no-lobos que a su vez fueran otr´ombre…  otr´ombre nuevo…
Otra hermosa utopía… “(17)”.


los de la tierra levantados
que no hallanreposo
seanvueltos
ensupoder lleven
la furia del vientre
liberen”


Sontodos´aquellos que aguantanambre… Revienten deadentroafuera. Sean el Leviatán contraeleviatan, lobo-hombre qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre, qu´es otr´ombre…
Pastos amarillentos hacia un lado y otro de la ventana… Cierro el libro. Como el niño que es capaz de no comerse todos los bombones de un envión, guardo para después el resto de poemas. Reviso la solapa. La bibliografía de Maritza indica que nació en Punta Arenas, Chile, publicó “Erotema” en 1995. Su poesía ha sido incluida en la antología “Poesía Insurgente de Magallanes”. Sus poemarios “La ruta del hombre” y “CanyBalada” están inéditos. C. J. Aldazábal dice de ella: “Maritza Kusanovic tantea en lo existencial con un lenguaje arriesgado y verdadero”.


 

 

 

La falta de sueño y el cansancio de los días anteriores me van cerrando los ojos… Al abrirlos estoy dentro de la ciudad. Río Gallegos es más grande que Río Grande (no es un mero juego de palabras), las amplias avenidas recorridas por el tráfico pesado, cruzan barrios con casas de concreto. Incluso hay un caño que separa una dirección y otra de la vía. La presencia de barrios periféricos en los que prolifera “elhambre”, son más notorios que en Tierra del Fuego.
Recorremos la avenida hasta que el bus entra a la terminal. Nos bajamos. Saco un libro para mostrarle a Michal mis poemas a Praga con la portada de la “Casa danzante” del arquitecto canadiense Frank Gehry a la que fotografié en el verano del 2008 cuando fui por última vez a la capital de Boheima y participé en un taller de literatura que dictó el Premio Pulitzer Robert Olen Butler.

 

Me da sus datos, dice que lo llame cuando llegue y ofrece alojarme mientras consigo mi propio sitio. Nos damos un abrazo y ruedo las maletas en busca de la oficina ocho de buses Pacheco en donde trabaja Maritza. Doblo una esquina, ubico la taquilla y me acerco a ella.
—Maritza, soy Eduardo, el colombiano.
—Cómo estás, pasá, che.
Ubico las maletas a un lado de la oficina y le doy un beso.
—De forma que estás buscando inéditos. Aquí cagaste. En Río Gallegos se están muriendo los poetas. Lo que hay aquí son bandas de rock y esas cosas.
—¿Qué pasó con la poesía?
—No hay nadie que se dedique a cultivarla con los pibes. Faltan ganas y tiempo. En las escuelas los escritores no tienen entrada. Aparte aquí la gente que maneja la cultura es bastante conservadora.
—La camada de Río Grande se generó por el “Mochi”.
—Claro. Igual allá hay mucha movida cultural. Él la inició. La gente está predispuesta. Río Gallegos es muy superficial, si puedo decirlo.

 

Me cuenta que su abuelo era croata y llegó a Punta Arenas.
Atiende unos clientes y tomo del estante un Diccionario Océano de la Literatura Universal.
—¿Es tuyo no?
—Claro, es que yo estudiaba letras, pero abandoné.
—¿Por qué?
—Porque mi viejo se puso grave y se murió.
Llega otro cliente y Maritza lo atiende. Abro el diccionario en una página cualquiera y leo que Manuel Puig tuvo que huir de Argentina a Brasil y luego a México por escribir “The Buenos Aires affair” en 1973, novela censurada por el gobierno militar. En la página contraria está la bibliografía del escritor ruso Alexander Pushkin. Busco la de Pablo Neruda y leo que escribió “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” antes de cumplir los veinte años. Tuvo una difusión excepcional de su obra a través de centenares de traducciones, incluso en países remotos, lo que lo convirtió en el autor más universal de las letras hispánicas después de Cervantes.


Maritza se desocupa.
—Lamento la muerte de tu papá.
—Fue hace tres años. Estaba malo del corazón.
—El mío falleció hace menos de dos.
—Poquito.
—Me dio muy duro… ¿Entonces no pudiste seguir estudiando?
—No. Tuve que cuidarlo.
—¿En dónde estudiabas?
—Aquí. La universidad tiene una buena facultad de letras.
—¿Y no se podría preguntar por poetas allá?
—No, porque cuando hacen eventos siempre nos buscan a nosotros para que los guiemos a los poetas. Dame un momento y busco aquí a una mina —abre el buscador en la computadora—. Es amiga mía, una poeta patagónica. Se llama Claudia Sastre. Administra esta página.
Me muestra un blog llamado “Proyecto biblioteca patagónica”. Tiene un listado de los poetas más reconocidos. Abre el link que lleva a algunos textos de Pedro Nicolás Carrizo. Me acerco a la pantalla y leo “Gota”.


“Cae una gota
cultivada por el beso de una gota
que sube desde el mar
y el universo tiembla.
Como calor en la distancia
el agua sacude ecos de ojeras.
La noche naufraga en paréntesis de sal,
la luna derrama puzzles de luz y oscuridad
sobre un sismo de aceite.
La calma grita como un espejo ondulado.
Instante donde el caos clama la historia
hasta volver en lacia quietud
igual a tumbas y nacimientos.
Cae una gota
y me siento pequeño.”


—Este pibe es inédito. Vive en Río Turbio, aquí, en la provincia de Santa Cruz.
—No está en mi itinerario.
—¿Cuál es tu itinerario?
Se lo muestro en la página del proyecto.
—Igual va a cambiar. Me recomendaron ir a lugares que no tenía incluidos y son epicentros poéticos como Comodoro Rivadavia y Puerto Madryn.
—¿Tu siguiente destino?
—El Calafate.
Miramos un mapa de la Patagonia dispuesto en la pared y me ayuda a trazar la nueva ruta: El Calafate – Chaltén – Perito Moreno – Comodoro Rivadavia – Puerto Madryn – Esquel…
—Anotá el correo de Claudia. Lo que pasa con ella es que vive en el campo. Cerca de la cordillera. Construyó una chacra en Epuyén e hizo un corte con todo lo urbano. Igual la podrías ir a buscar, te queda en la vía hacia Bariloche.
—Suena muy interesante.
—Si vas por ahí, en los pueblos todo mundo se conoce.
Me comenta que tiene un blog de poesía. Lo abre en la pantalla.
—Ya no publico más en papel porque nadie sabe para quién trabaja. Gana el editor y la librería. El que menos genera es el escritor. Tenés que poner una guita, ir a viajar y terminás gastando más dinero. En cambio por Internet he hecho contactos. A través del blog me invitaron a la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires. No gastas espacio. Todo el mundo te puede leer. No les cuesta. Por ahí es por donde yo leo también. Hace años no compro un libro.
—Igual te voy a regalar uno mío.

 

 

 

Maritza publica en el muro de su Facebook: “Tarde con el buscador de poetas Eduardo Bechara”, y al poco tiempo empieza a recibir mensajes de otros poetas patagónicos que ya saben del proyecto.
Saco mi computador, me conecto a Internet y entro a su “bloggrito”. “Yo nací roja” está junto a la imagen de un rostro femenino dibujado en un lienzo. Una pátina ocre le da una sensación de haber sido víctima de violencia.


“Yo nací roja igual que las manzanas y los labios en los labios

Yo nací roja encarnada y muy viva
por eso cicatrizo con facilidad Y las cicatrices
me recuerdan la fuerza de los ríos y el maltrato

Yo nací roja para doler y con dolerme no basta nunca basta

Yo Nací Roja con el fuego y la sangre en una mano

Yo nací roja Y cuando me abrieron los dedos
prendió la brasa Y dijo que no las letras
que no los números La primera línea
me entró con sangre y mundo

Y la poesía es un acto de sangre
y me sangraron la primera línea
Y la sangre tira Y no es linaje y no es raza
Y la sangre tira Y no es familia

El rojo de mi sangre”


Levanto la cara y la miro atender otro cliente. Su poesía es exuberante, propia de una personalidad vivaz, capaz de formar metalenguajes, un universo propio que le pertenece a ella y a nadie más.
Se sienta detrás de su escritorio, levanta la pava, le pone agua al mate y bebe de la bombilla. Sonríe. Vuelvo a su blog:


“Ya no hay aire sano aquì por eso no importa la respiraciòn ni el orden de las palabras si se chocan y se atropellan con ensimìsmas no importa si se entienden o se desprecian y la piel yanofrenenilalluvia ni elija lo que siente la piel cuando le duele en otro lugar el impropio y tampoco sea oro lo que se lee n'importeunhueso el hueso girando en el aire el aire enfermo elhuesocayendo y nadie entiende lo que lee y nadie sienta que lee muerte Ya no hay aire sano aquì por eso no importan los signos ni la pèrdida de los sìntomas vitales ni los malditos pronòsticos de temperamentosquevanacaer y caen y aplastan con sus cuerpos y nos ataquen sin ser vistos terribles movimientos de màscaras y las màscaras tomanairedelosdemàs y asfixian y nos dejanydejamoshuèrfanos y leemos y leen ynoentienden noentendemos què hiere ni dònde ni còmo decìa y dice dolor porque yanohay airesano y por eso no importa la respiraciòn y talvezseaeso todo el dolor
Matan a mi niña
y a mi mujer matan
Matan al niño
y a la mujer dentro del niño
La que iba a ser su mujer
La todavía niña dentro de él
Matan porque El hambre
es Hombre Muerto”


Elhambre, ese no-hombre que vuelve denuevo con los lobos. Lobos que sematan entre ellos, se sacan las tripas y luego las lamen hasta no dejar ni una sola gota-sangre.
Maritza bebe otro mate. Ojea mi libro. Bebe otro mate.


“Madre todos estos años
paseando el útero de aquí
allá el óvulo haciendo
un rojo un sepia un negro
Cada uno se rompe
como puede madre
he visto cosas
La belleza y yo nos separamos madre
Nunca fui niña No tuve dolor
No arrastré peso de alas
solo esta línea que me parte
y ordena
mitad pacífica mitad atlántica
madre
adaptarse es acostumbrarse al muro
Este músculo de pared pensada
Pensar que a veces
tengo suerte y me desgarro madre
y parece una boca de salida
Y esta mano no arde La húmeda
del interior siempre extranjero
Porque los ojos no quieren abrirme
abro los ojos madre
la herida mancha la mesa
Casi una palabra
Casi oída
Donde cae la gota respiro
Y también es falso madre”.


Poner los ojos en el dolor. Parirlo de nuevo por medio de poemas-quejidos, gritopalabras que buscan la liberación, alaridos literarios que rasguñan pieldepalepes…


“Post-mortem escribo
No te amé allí donde dolía el in-significante
no te amé en mi dolor Vos me amaste
en el dolor del sentido pero-no
en la palabra del mío Ahí
en sus dos carátulas nos moría el amor
Nunca supimos dónde la gravedad
el virus del signo que cargamos
Todo es blanco de la voz poética”


Poresoesq’hay queamar cuando hay queamar y evitar el quemar desabraza de no haberamado cuandohay queamar…
—Maritza, muy sentidos tus poemas.
—¿Te gustan, che?
—Muchísimo —Sonríe con “ciertatimidez”. Bebe otro mate—. ¿Podríamos llamar a Jorge Curinao? Tengo un pin de Ushuaia y me sale muy cara la llamada.
—Claro.
Le marca y me lo pasa.
—¡Maritza Kusanovic! —Exclama él.
—Jorge, soy yo, Eduardo Bechara.
—Ché, ¿cómo vas? Llegaste.
—Sí, hace un rato. Nos vamos a ver, ¿no?
—Claro. ¿Van a estar en la terminal?
—Sí, aquí estaré con Maritza.
—Ya llego.
—Una pregunta. ¿Conoces a algún poeta inédito?
—No, a ninguno. Los que conozco no son buenos.
—¿Ni uno solo?
—No.
—Bueno… Acá te esperamos entonces.
Le devuelvo el celular a Maritza.
—¿Qué dijo?
—Ya viene para acá.
Entro a “Proyecto biblioteca patagónica” y leo algunos de sus poemas.


Nacimiento

“Entrar al mundo
por la puerta más pequeña:
cuestión de todas las noches”.


Al hacerlo es que me encuentro a papá convertido en “avefantasma”…


Sábanas de viento

“La lumbre de dos cuerpos
en un cuerpo.”


Y que arda el fuego…


Señales de humo

“Quien cruza esta plaza
espera versos que jamás llegarán.

Por eso San Martín señala el horizonte.”


Tal vez lleguen cuando menos los espera…


Exilios

“Arrástrame
hasta el umbral de tus pasos.

Protégeme
hasta el silencio que dejan mis lágrimas.

Bendíceme
hasta el próximo encuentro.

La distancia entre nosotros
sigue siendo el hombre del traje gris”.


Esas distancias a veces son insondables. Sin saberlo pasan sobre la zona abisal…


Pies descalzos

“La niña mira
asustada
los pies cansados

casi primitivos.

Sumergida en nubes de ilusión
decide retirarse
vacía.

No puedo quedarme inmóvil.
Piensa.”

Piensa que aún hay gente que camina sin zapatos, “sienteambre” y frío en el invierno. No tienen cómo pagar la calefacción…
—Maritza, ¿crees que en los pequeños pueblos haya poetas?
—Pueden haber personajes. Es cuestión de irlo averiguando. Los epicentros poéticos en Argentina son Buenos Aires, Córdoba y Rosario.
—¿Te puedo tomar una foto?
—¿En serio lo dices? Mirá que soy un poco tímida.
—Sí, en serio.

 

 

 
Levanto la cámara. Ella la mano a su barbilla. Sale como una pensadora contemporánea con sonrisa media, sus ojos azulados tras el vidrio de los lentes de marco rectangular, su pelo suelto a los hombros, la camisa de flores, el mate, la hierba, la pava eléctrica y un paquete de cigarros frente a ella. En otra sonríe un poco más. Sacamos un par de los dos y le digo que se pare frente al mural de acrílico. Unas montañas amarillas habitan la pared bajo un cielo azul en el que destellan estrellas blancas.
—Qué lindo mural.
—Lo pinté yo.
—Eso imaginé.
Me toma una foto. Otra en la que salgo con cara de malevo. 


 


Se nos va una hora mientras veo algunos de sus videos en Youtube. Aparece leyendo poemas en el IV festival latinoamericano de poesía en el Centro Cultural de Catamarca en Buenos Aires.
—¿Qué habrá pasado con Jorge?
—No sé, che.
Lo llamamos. Esta vez no contesta. Le enviamos un mensaje de texto, uno por Internet. David, un amigo de Maritza llega al local. Hablamos de algunas otras cosas entre los tres. Otros cuarenta y cinco minutos transcurren.
—Jorge no llegó.
—Sí, ya no creo que venga.
—Qué extraño.
—Él es tímido. Capaz que se arrepintió.
—Bueno, qué se le va a hacer. Si no hay más poetas aquí, mañana mismo sigo viaje a El Calafate.
—Allá te puedes reunir con Mario Petroff. Ibarra Filemón, un historiador que trabaja en la Biblioteca Municipal, te puede llevar a él y a otros poetas.
Maritza toma el teléfono y averigua si hay lugar en una residencia. Es bastante más costosa que el Refugio del Mochilero en Ushuaia. Un hotel está fuera del alcance del presupuesto al ser esta una ciudad petrolera. Compro mi pasaje a El Calafate para mañana a las once. Hacia las siete salimos de la oficina. Ruedo las maletas, las subo a su auto y salimos a la avenida San Martín. Algunas calles después nos desviamos y Maritza se detiene frente al residencial. Quedamos en que pasa hacia las diez para ir a comer una pizza.

 

 

Me acomodo en la cama de abajo. La de arriba, demasiado encima de la otra, hace al catre incómodo. Un hombre de unos sesenta años mira televisión con el volumen alto. Otro, tendido en una cama, me observa con desconfianza. Salgo del dormitorio, enciendo el computador, le envío otro mensaje a Jorge en el que le digo que aún nos podemos reunir para comer. Le pido el teléfono a la dueña de la residencia. Marco. No contesta. Le dejo un mensaje. Trabajo en el cuaderno de viaje, envío y respondo correos hasta que se va haciendo tarde. A las diez y media vuelvo a pedirle el teléfono a la dueña. Llamo a Maritza. Me dice que tuvo un problema con la computadora y no me ha podido enviar los poemas que desea incluir en la antología. Dice que pasa a las once.

 

A esa hora llega. Salgo a la noche fría. Me monto al auto, tomamos la San Martín, nos desviamos por un barrio comercial y David estaciona frente a El Bodegon. Entramos al restaurante decorado con las imágenes de algunos íconos de la farándula mundial, pedimos un par de pizzas y las esperamos bebiendo una cerveza. En el mural de enfrente James Dean, Elvis Presley y Marilyn Monroe exhiben sus mejores sonrisas.
—Ninguno acabó bien —comenta Maritza.
—La presión de la fama termina doblando a las estrellas… —Bebo un trago de cerveza—. Maritza, ¿por qué no habrá llegado Jorge?
—Lo que te decía. Jorge Curinao es un tipo muy tímido.
—Y también un poco incoherente.
—Fijate, che. Y la verdad no es la primera vez que hace algo así.
Maritza se queda mirando el vacío.
—Se me hace extraño porque sonó muy entusiasmado en el teléfono.
La pizza llega, la comemos y pedimos otra cerveza. Maritza saca una copia de “Hullablanca”.
—Te voy a regalar mi libro de poemas.
—Ya lo tengo.
—¿Cómo así? ¿Quién te lo dio? —Luce sorprendida.
—Anahí Lazzaroni.
—¿Anahí Lazzaroni te dio un libro mío? ¿Por qué?
—Te recomendó como buena poeta.
—¿En serio, che? —Aún no sale de su asombro.
—¿La conoces?
—No. Conozco su poesía. Es preciosa.
—Bueno, para que veas que los libros en papel tienen alas. A mí me ha pasado. Algunas copias de mis libros terminan en las manos de personas que uno jamás se hubiera imaginado.

 

Maritza insiste en invitarme, salimos y damos una vuelta por el centro de la ciudad. Me muestran las viejas casas de latón al contraste de las más nuevas, edificadas con ladrillo y concreto.
—Las que están construyendo hoy en día son de madera. Son modas que vienen y van —explica David.
Le damos una vuelta a la plaza central y estacionamos. El frío en el campo abierto es más intenso. Atravesamos sectores plagados de árboles. Las réplicas de las esculturas más icónicas del renacimiento han sido despojadas de sus manos por los  vándalos. Todas tienen sus labios y pubis pintados de un rojo-amarillo que contrasta con la blancura de la piedra. Un par de policías requisan y revisan los papeles de un grupo de chicos que fuman sobre una banca.


 

 

Volvemos al auto y dejamos la plaza atrás. En la costanera paramos a ver el “Mirage” que combatió en la guerra de las Malvinas.
—Pensar que los pibes exponían sus vidas en estos aparatos —comenta Maritza.
—Las Malvinas están justo en frente de Río Gallegos —añade David.
—Yo he estado allá. Paré hace unos años en un crucero.
—¿Qué tal son, che?
—Áridas, despobladas y muy frías.
Volvemos al Chevrolet. Maritza señala los autos parqueados frente a la costanera y comenta que es uno de los planes preferidos de las parejas. Eso me hace recordar que es viernes…
—¿Qué río es este?
—En realidad es un brazo del mar.
Damos una vuelta frente a la oscuridad que se propaga sobre el espacio abierto. No me queda otra que imaginar el mar tras algunas fábricas abandonadas. Sus hierros oxidados han sido carcomidos por la salmuera y el resto de elementos que le recuerdan esa esencia primigenia de ser polvo. 

 

Le damos la vuelta a un parque enrejado en el que hay un cementerio ferroviario de los antiguos trenes de la mina de carbón. Las locomotoras y vagones en miniatura se pudren sobre el pasto con sus cuerpos de medio lado. Si tan solo pudiera fotografiar este jardín convertido en muerte, claro ejemplo de lo que el viento se ha ido llevando por estos lares.
Pregunto por qué los abandonaron de una manera tan triste y Maritza comenta que fue en la presidencia de Menem, cuando todo lo público se privatizó… Es una radiografía del abandono en el que se sumió Argentina para darle paso a los grandes conglomerados comerciales que dominan los mercados. Haber acabado con el tren para favorecer al gremio de los transportadores me parece criminal. A veces maldigo ser tan romántico. Se me olvida aquella frase de Sagan en la que dice que el mundo ha sido moldeado por el cambio. Es solo que…
Los ojos se me cierran. Los días anteriores en casa de “Mochi” me están pasando factura. Maritza se da cuenta que estoy agotado y le dice a David que me lleve a la residencia. Damos unas últimas vueltas por un barrio de casas lujosas con jardines florales y me dejan. Saco el celular. Alumbro mi maleta con la incipiente luz. El proceso de alistarme a oscuras es tedioso. Uno de los hombres a mi lado ronca. Estoy tan cansado que igual caigo rendido.


Diez de la mañana… Me levanto a la apurada, froto mis ojos, tomo mis implementos de aseo y me baño. A las y media estoy listo. Reviso el correo. A las y cuarenta y cinco llamo a Maritza. Dice que en cinco minutos llega. La veo estacionarse, saco las maletas y las meto al baúl. Se excusa por recogerme sobre el tiempo. Maneja con cierto afán. Recorremos la San Martín, da una vuelta y estaciona en el primer lugar que encuentra. Ruedo las maletas. El ayudante del conductor las mete en la bodega. Saco la cámara y nos tomamos una foto contra el bus.
—Bueno, che. Que tengás un buen viaje. Escribe de cuando en cuando para saludar.
Le agradezco mucho por todo lo que hizo por mí, le digo que fue un placer conocerla y nos damos un abrazo. Maritza me agita la mano desde abajo, devuelvo el saludo y ubico mi puesto. El hombre que durmió a mi lado entra y ofrece películas pirateadas.

 

El bus sale de la terminal, toma la San Martín, le da la vuelta a una glorieta que desemboca en otra avenida marcada con el nombre de Ángel Banciella, cruza algunas calles finales y sale a la Ruta 3. Vuelvo a esos pastizales quemados que se vislumbran a uno y otro lado de las ventanas, a ese recorrer el camino, a la sensación de ir en busca, dar pasos que acercan a un lugar. Estar en movimiento me carga con esa energía en la que el paisaje funciona como espejo de la vida.


Reporte publicado desde Puerto Varas, Chile.
Espere nuevas crónicas y fragmentos del cuaderno de viaje “En busca de poetas”.
Para mayor información visite la página: www.enbuscadepoetas.com
 Lea crónicas anteriores en:
Agradecemos a Pavimentos Colombia S.A.S., patrocinador del proyecto.

 


Comments

Anonymous said…
Eduardo, que maravilla de viajes, estás escribiendo las crónicas que jamás escribí por alguna razón. He recorrido tantos lugares y he conocido tantas gentes que hoy de sólo ver tus fotos se me alcanzan a aguar los ojos. Leerte me hace recorrer mis pasos, en particular esa parte donde dice: ¨Recorrer la vida. Esa sensación de ir en busca, dar pasos que acercan a un lugar. Estar en movimiento, cargado de una inercia en la que se ve al paisaje transcurrir por fuera de la ventana. Libertad, heroína de los corazones andariegos¨, expresó exactamente los deseos que me dan de volver a ponerme la mochila y andar! extraño mucho todas esas sensaciones, es que cuando uno conoce este tipo de vida se vuelve casi una adicción. Un beso y felicitaciones, ¡me tocas!

NOMI

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