Cuaderno de viaje “En busca de poetas” – Reporte 8 – Café con Nini Bernardello




El celular vibra en mi bolsillo. Es la alarma de las siete y media. Mis ojos arden. Los froto. Hago el esfuerzo de levantarme. Cepillo mis dientes. Me doy una ducha. Estoy listo a las siete y cincuenta. Le envío un texto a Betty diciendo que me ponga un mensaje cuando esté afuera. Recuesto la cabeza en la almohada. Cierro los ojos. Estoy en una playa de horizonte colorado. La arena es tibia. El canto del mar me adormece. A mi lado hay una joven de cuerpo broncíneo. Entreabre sus ojos claros, levanta la mano y acaricia mi cabeza. No la he visto nunca, pero sin duda estamos bien. Su otra mano se entrelaza con la mía. Todo es placentero hasta que el horizonte se termina de oscurecer, sopla un viento frío y del mar empiezan a salir seres extraños. Podrían ser sirenas. En vez de tener los pechos desnudos, las caderas anchas y una aleta sinuosa, cientos de formaciones calcáreas las cubren. Sus ojos son de un tono anaranjado, como los de caimanes vistos a la luz de una linterna. Me volteo a mirar a mi chica. También tiene los dientes puntiagudos. Bordes de ostras forman sus labios. Las uñas filudas contienen fragmentos de crustáceos despedazados. Retiro la mano. Me va a decir algo que con seguridad no quiero oír…
El celular vibra en mi bolsillo. Ocho y diecisiete. Tengo tres mensajes que dicen: “Estamos afuera”. Salgo apurado. Betty y Claudia aguardan en el Peugeot. Me miran con cierto reproche.
—Lo siento, estaba listo a la hora y me volví a quedar dormido— me disculpo desde el asiento de atrás.
Les cuento que me acosté a las seis, pero igual no pude dormir. Bromean y dan a entender que eso me pasa por quedarme en casa de “Mochi”.
—Él se bebe tres botellas de ginebra diarias —comenta Betty.
Bordeamos la rotonda y salimos por la Ruta 3. Hay planicies verdosas de un lado y otro. Pequeños arbustos las cubren. Pasamos junto a un río serpenteante. El horizonte tapado vuelve a darle al ambiente una atmósfera lóbrega. Quisiera mantener los ojos abiertos, ver el paisaje. Se me entrecierran. Dormito al arrullo del motor y las voces de Betty y Claudia. A la hora el vehículo desacelera. Abro los ojos. Un aviso en madera indica la entrada al pueblo.
—¿Qué quiere decir Tolhuin? —Pregunto.
—Corazón en selk´nam. Está en el corazón de Tierra del Fuego —responde Claudia.

 

Recorremos algunas calles bordeadas por casas de uno y dos pisos en madera. Sus techos triangulares dan fe que debe nevar mucho. El lugar luce apacible. Abro la ventana y respiro el aire puro. El pasto, de un verde intenso, los árboles frondosos y las flores que visten los jardines de cada casa, acrecientan el sentido de convivencia con la naturaleza. Estacionamos frente a la Casa de la Cultura y bajamos. Piezas de arte esculpidas en madera adornan la entrada. Fotografío un ave de cuatro patas. Entramos y le preguntamos a un par de mujeres por Roberto Giorgi. Indican que su domicilio está cerca al lago Fagnano. Volvemos al auto y seguimos las explicaciones. El agua grisácea se avista al fondo de la pendiente, por donde unas casas bajan a la orilla. Recorremos otro par de cuadras y damos con una de listones de madera lacada. Lupinos con flores rojas y rosadas embellecen la reja a media altura. Un perro nos ladra con energía. Un hombre de pelo largo, en cuyo color grisáceo se observa el paso del tiempo, sale con una camisa de cuadros atalajada entre sus jeans.

 

Le comento por qué lo estamos buscando.
—Encontrémonos en la panadería Unión —propone.
La ubicamos, entramos a un local con fotos de personajes argentinos que lo han visitado, Claudia compra unas facturas y mientras esperamos aprovecho para fotografiar una figura en cera de René Favaloro. Viste su estetoscopio y bata de médico sentado frente a un escritorio.
—Su cirugía de corazón abierto le salvo la vida a mi papá. Le pusieron tres bypasses.
—En la crisis del 2000 le solicitó ayuda económica al gobierno para financiar su fundación. Al no obtener respuesta se quitó la vida con un disparo al corazón —comenta Claudia—. Después se supo que le había enviado una carta a De la Rúa en la que le decía que estaba cansado de “ser un mendigo en su propio país”. Según él, la sociedad argentina necesitaba su muerte para tomar conciencia de sus problemas.
—¿Y vos creés que su suicidio le importó a los políticos? Todo siguió igual —afirma Betty.
Roberto entra a la panadería con un saco negro de cremallera al medio. Se sienta a la mesa y retira sus gafas. Nos comenta que va a sacar un nuevo libro así tenga que vender la casa.
—A mí me conocen como “El hijo del viento” porque he viajado mucho y convivido con otras culturas en el mundo. Soy un caballo verde aquí en Tolhuín. ¿Cómo puede vender su coche para publicar un libro? Eso piensan.
—Los valores están trastocados. Es mejor tener un cero kilómetros que leer un buen libro —dice Claudia.
—Yo a pulmón ya saqué cinco —añade Betty.
Ella y Roberto se quejan de la falta de apoyo municipal.
—¿Tienes algo de poesía?
—Algo, aunque mi fuerte es la novela.

 

Me pasa una copia de “El secreto del Belmind”. Editorial Dunken, 2012. Hay un subtítulo que pregunta: “¿Qué sería del ser humano si tuviera el secreto del Belmind? De la primera página se deduce que la historia es interesante, aunque el estilo enrevesado complica la lectura. Aparte tiene erratas. Errores verbales. Algunos diálogos que no mueven la historia hacia delante. Leo en su bibliografía que tiene siete obras editadas y seis inéditas. Es autodidacta, investigador, novelista. Dice que: “Suele interactuar entre fantasía y realidad”.


Queda en enviarme una muestra de poesía a mi correo, tomamos algunas fotos en las que sale la pieza de Favaloro al fondo con algunos cuadros que lo muestran en diferentes momentos de su vida, terminamos el café y salimos. Nos despedimos de él y volvemos a la Ruta 3. Me quedo pensando en la pasión que le produce escribir, por encima de si sus textos son buenos o no. Con un poco de taller y el direccionamiento correcto, podrían ser obras de arte. Dormito el viaje de regreso hasta que entramos a Río Grande y Betty me ofrece un cuarto en su apartamento.
—Allá podés estar tranquilo, dormir bien.
—Te lo agradezco mucho, pero igual me voy mañana.

 

Le pido que me deje en la estación de servicio de la costanera y nos despedimos. Vuelvo al trabajo de todos los días. Algunos de los poetas recomendados por “Mochi” han respondido. Genero un listado en el que voy ordenando a los diferentes poetas por regiones. Como un sándwich de milanesa y la modorra de la tarde me hace cabecear. Abrazo mi mochila y duermo sobre la tapa de la mesa durante quince minutos. Le escribo un mensaje a Cecilia en el que le digo que me encantaría despedirme de Susana. Dice que toma el avión a las cuatro y pasarán por la estación de servicio. Entro a la página de Facebook. Leo una frase de Carl Sagan que Andrea López, una ecuatoriana, pone como favorita: “La Tierra es un lugar más bello para nuestros ojos que cualquiera que conozcamos. Pero esa belleza ha sido esculpida por el cambio: el cambio suave, casi imperceptible, y el cambio repentino y violento. En el Cosmos no hay lugar que esté a salvo del cambio”. Me hace pensar en los textos de Anahí. La forma en que resisten el cambio. Lo denuncian como algo malo. Esa misma objeción está en los textos y la mirada de muchos viejos para los que el pasado siempre fue mejor. Y por encima de que sea cierto o no, todos nos resistimos a él porque lo nuevo siempre implica un recambio. Lo anterior se vuelve obsoleto, le da paso a esa primavera que vuelve a escuchar el canto de los pájaros.
Hacia las tres y media Cecilia detiene su Citroën frente a la estación. Se baja apurada. La acompañan Susana, Beatriz y Luciana.
—Che, despídanse rápido que mamá va a perder el avión. Ya aterrizó.
Le expreso a Susana el placer que ha sido conocerla. Vuelve a mencionar que me espera en Mendoza. Nos damos un abrazo.
—Después te llamo —dice Cecilia y se montan al auto.

 

Lo hace y quedamos en ir a comer para despedirnos. Le envío un correo a Jorge Curinao informando que llego mañana a Río Gallegos. Responde al poco tiempo. Dice que lo llame apenas llegue para que nos veamos. Googleo a Nini Bernardello y me encuentro con una entrevista de la revista Quimera en la que veo que nació en Cosquín, Córdoba, el mismo año de mi madre, vive desde 1981 en Río Grande y a los quince años llegó a su vida la vocación de la poesía y las artes plásticas. Se graduó de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba en 1972 y empezó a practicar la plástica. Comenta que la poesía era secreta. La plástica conocida, por razones evidentes: “…no se pueden esconder los papeles, los pinceles y toda esa parafernalia…”. Le preguntan si la poesía nace de una imagen y responde: “No. La poesía nace de la experiencia de vida. Por supuesto que está llena de imágenes, pero nace de la experiencia.”. Al ser preguntada cómo surgen en ella los poemas, dice: “Muchas veces a la noche, antes de dormir, se empiezan a armar frases, y es ahí cuando me doy cuenta de que tengo necesidad de escribir. De hecho he armado poesías así, en la noche, y luego en algún momento las escribo. Me pasa en un viaje, o en otros momentos, que aparecen las frases hechas, armadas, y las escribo, o me doy cuenta de que es un llamado interno de que hay material para escribir.”.

 

Encuentro otra que le concedió a Julián López de Clarín en la que él pregunta si el descubrimiento de la poesía y la plástica fue conjunto: “Sí, aunque lo que yo quería era pintar, pero el camino de la plástica siempre fue un desafío, siempre estuvo sembrado de incertidumbre y en cierto sentido de dolor. En cambio la poesía se me impuso naturalmente y como por un costado, a partir del primer poema siempre seguí escribiendo pero de manera secreta. Como si hubiera estado partida: una parte hacia afuera, que era la pintora y otra hacia adentro que era la escritora. Fijate cuán secreto era que escribía de noche en unos cuadernos que forraba de negro. Para mí la poesía es el lugar de lo íntimo, de lo escondido.”. La siguiente pregunta es perfecta. Alude al motivo que la llevó a publicar. Nini responde: “Lo que me empujó fue la muerte de un amigo al que le gustaba mi poesía; decidí dedicarle “Espejo de papel”, mi primer libro. Ese año, 1981, Diana Bellessi, que conocía mis escritos, me invitó a publicar en la editorial Sirirí.”. Una tercera entrevista hecha por Paula Jiménez de Página 12, dice que para Nini: “…pintar y escribir son el efecto de una misma cosa…”. Que durante mucho tiempo tuvo la necesidad de definirse hasta que entendió que “su mundo poético a veces se resolvía en palabras y otras veces en forma y color.”. Añade que el fuerte impulso creativo la ha llevado a afirmar que ella “es” cuando crea y de alguna manera se diluye o podría “no ser”, entre las pausas de uno y otro momento de producción. En un blog llamado “Poetas del mundo” me encuentro con “Oficio”.


“Extensiones plomizas de cielo
y de mar galvanizados
en un plano único
demorado en el abismo
En esa densa penumbra veo
un punto de luz roja
dibujando en el horizonte
un movimiento de vaivén
de perpetua oscilación
sobre el vacío
Es el resplandor del fuego
encendido en el fondo
de una canoa yámana
En medio del viento y de la nada
crear día a día pareciera
ser idéntico a este oficio extremo
de cuidar más allá de sí mismo
la vida de la llama”


Me lo imagino bajo el manto de nubes que le da ese carácter grisáceo a estos lares.


“Aspiró este aire cobrizo de orín
y lluvia. Volvió al lugar de la tristeza.
Porque si hurgó en sus bolsillos
y encontró una nota de Vallejo
el de Santiago de Chuco
marcado en rojo al costado.
Estaba escrito así:
Hay ganas de no haber tenido corazón”.


Debe referirse a Vallejo. Pongo en el Buscador Cesar Vallejo & Santiago de Chuco y me salen varios links concernientes a él y a la ciudad de Perú donde nació. Sí, se refiere a Vallejo… Abría que conocer el contexto, pero, por supuesto: “Hay ganas de no haber tenido corazón”, sobre todo cuando te lo parten…
De “Puente Aéreo” está “Premonitoria”.


“Inconsolable mar escrito, detallado en su
espuma mínima, inconsolable mar Atlántico
letra muerta, restringida, orlada.

Un ejército avanza extraviado
en un circuito de hogueras y gritos,
desde Ushuaia un guerrero atormentado
aguarda recostado en su nave.

¿Qué será mi voz entre esas voces
adolescentes?

Nacida entre montañas, mi mano toma
el gesto de las letras grabadas en el aire
y escribe
todavía
toda vida”.


Vuelvo a las islas donde vivían los yámanas. Y los barcos de los asesinos se acercan…
En otro blog leo que también ha publicado los poemarios: “Malfario”, 1986, “Copia y transformaciones”, 1990, “Puente aéreo”, 2001, “Salmos y azahares” en 2005. Aunque no se indica de cuál de los poemarios es, ni se incluye un título, ponen como ejemplo este:


“De derecha a izquierda
o de arriba abajo
como tablillas de arcilla
cuña que estremece
lo que va fluyendo
sin cesar y cabe
en el hueco de la mano.
La misma que mata
o implora. Pero estoy aquí
decidiendo de abajo arriba
mi escritura azul
llama de la noche encendida.
Así, llama de alcohol,
parpadeo fugaz de la letra
de izquierda a derecha
inversa como una espada
que guarda, o
adversa como una flecha
que se prepara.”


Cierto, la escritura puede salvar o matar…
En otro blog encuentro una selección de poemas del libro “Natal”, inédito al momento de publicación. Se inicia con “Poética”.


“Dimensión oculta
un desparpajo
para seguir hablando.
¡Qué sé yo de qué!
Pienso siempre
en un papel de calcar
colocando sobre textos
antiguos, sagrados
Sobre escrituras ajenas
copiarlos y copiarlos
como si fuesen
dibujos de maravillas
quitarle partes
transformando otras
hasta realizar una copia
que no deje vestigio
del original.”


La mímesis de Aristóteles. Algunas de mis tristes profesoras estarían orgullosas de mí.
Vamos a este otro: “Tango”.


“Cubro mis ojos para no ver
la luz de un rayo misterioso
que desborda mis cabellos
los vuelve corona cimera crencha
remolino trenza trenza deshecha
bucle hirsuto nido de incertidumbre
y a la vez
cofre de un tesoro lunar
madre
El corazón no quiere ya saber
Sólo tengo visiones de tu voz
que canta y canta sin desmayo
hablándome de un rayo misterioso
que hará nido en mi pelo
¡Y mi corazón no quiere ya saber!”


El poema hace referencia a “El día que me quieras”. Casi todos los tangos son tristes. Se baila entre dos, pero es solitario. Papá siempre dijo que yo tenía cara de malevo, como esos porteños que lo bailan…


“Embebida en este espacio, sueño con un paraje
amado
y es el perfume de ese jardín el que atraviesa
paredes y tejados.
El paisaje se desploma y arrastra hasta mi mesa
las aguas del río claro,
su sombra y la sombra de aquella vida
en el aire serrano.
Ensamblo mi paisaje a estas aguas atlánticas.
Se levanta un oleaje espasmódico, de alas.
Es aquel laberinto de cañas y de calas
refugio de cientos de pájaros deshaciéndose
en la playa.
Las dos visiones se unen como calcos perfectos.
Descubro mi voz en la oración de la tarde.
Amada voz que une en el pecho
el corazón a un sueño, el mar a una montaña.
Único paisaje erguido como una llama.”


Imposible apartarse del lugar de origen. Es como el rostro, siempre viene con nosotros.


En casa de V.O.

“Desmiente la rosa
su rostro encarnado
cuando el sol inicia
su paso hacia el oeste.
La muerte calla
entre los pájaros
del empapelado.
Su espléndida mudez
atraviesa la mirada.
Túnez o Túmbez, algo
de sopor enmarañado
se abre en la boca.
Anís, hielo y agua
emulsión lechosa
cuando el líquido
la lengua toca
y la muerte asoma.
El paladar acuna
un firmamento estrellado.
El goteo de la sangre
color de la rosa
que la muerte calla
vibra entre los pájaros
de un empapelado
hundido en la memoria
de un día único
por siempre constelado.”


Curioso, desde que murió papá lo asocio con los pájaros. Carolina, con las rosas blancas…


“Una ciudad de cristal blanco
en una niebla de plata y oro
La belleza del frío invernal
gana, en su exceso, un arrebato
hacia lo alto, un aleluya perfecto”.
               

Adivinen de quién habla…


Duele

“En el verano austral
todo es sufrimiento. Apenas la lluvia
toca el vidrio de la ventana, el alba
que fulgura eterna sobre un cielo claro
desenvuelve un mantel antiguo
migas, manchas de vino y costras,
figuras recreadas por la vela, caen
y extinguiéndose hablan.

El Atlántico moja la punta
de ese género azul donde la vida
se recuesta. Sufre el aire, y
la retama increíble en su oro
traspasa el centro de la mirada.
Azorada veo mi propio ser
sentado en el umbral de mi casa
entre las sierras, esperando la dicha.”


Estos momentos de soledad, pedazos de tiempo en los que invocamos la añoranza, son mucho más frecuentes que la plenitud de esos en los que el aquí y el ahora juegan sus cartas mágicas para hacernos felices. Aunque existen, como la propia Nini lo confirma en “20 de Septiembre del ‘63”, al que encuentro en un blog llamado “Muchos días felices”.


“Nunca pensé que hablaría
de la felicidad. De un día
tan sólo, o de un instante
eternamente suspendido
en su fugacidad.
Quieta, con la respiración
en calma pude retornar
a aquel resplandor inusual
de septiembre, con precisión
escribo día veinte del año 63,
antesala de un antiguo ritual
de los misterios calendáricos.
Caminaba envuelta en la
tibieza solar y perfumada
de la tarde cuando un vaho
amoroso me alzó del mundo
atravesándome
con un fulgor de felicidad
que persiste en mí, aún.
Vuelvo a ese recuerdo
a su plenitud feliz
y a la distancia creo
que algo íntimo  tomó
contacto con la sandalia de oro
de la divina Kore trayendo
desde el fondo de la tierra
su esperada carga floral
o quizás regresando al corazón
de mi propio mito, ese día
de todos único, mi padre
cumplía cincuenta y tres años.”


En Quetzal, “Politik und Kulture in Lateinamerika”, me encuentro con “Alguien en el correo”.


“me decía: hay una carta

de Bellessi para vos.
Ví el sobre, era de papel
aéreo y de formato pequeño.
La aleta izquierda estaba despegada
y pude ver la supuesta carta
como un bulto
de papeles muy doblados
enrollados y colocados
hacia el lado abierto.
Pensé en la contradicción
entre el peso de la carta
y la levedad del sobre.
¿Porqué habías elegido
un sobre aéreo
que no soportó la carga
y abrió los bordes?
Debían lacrarlo, me dijeron,
antes de entregármelo.
Pero yo robé la carta
y ansiosamente
saqué el envoltorio
de papeles. No era
papel, era género.
Muy doblado, blanco
y ribeteado por una
puntilla delicadísima.
No lo desplegué.
Vi, en el doblez
unos elementos redondos.
Sin comprender me dije:
no me escribió nada,
me envío semillas
sólo semillas.

Soñado en abril de 2005.”


Buscando otro poco me doy cuenta que ha hecho múltiples exposiciones de arte desde 1963, y que incuso hay cuadros suyos en el Museo Marítimo de Ushuaia, como “Retrato en Río Grande” o “Taller”. Vuelvo a la entrevista que le hizo Quimera y releo la respuesta que le dio a quien quiera que le haya preguntado cómo fue para ella el haberse trasladado de Cosquín a Tierra del Fuego: ¿Qué le dio y qué le quitó el cambio? “A mí me dio más de lo que me quitó. Yo digo que soy una viajera mental. Ando tanto con mi mente que necesito como de lugares despojados para llenarlos. Cuando están muy llenos, me saturan, me pone mal tanta cosa, tanta arquitectura, o tanta oferta cultural por decirlo de algún modo. Entonces, estos lugares tan despojados, a mí me hicieron mucho bien”.

 

A las cinco y media apago el computador, pregunto dónde queda El Fueguino y salgo a la tarde ventosa. La corriente fluye por las calles como una autopista que eleva el cabello de dos jóvenes. Salgo a Perito Moreno, camino algunas cuadras, paso el supermercado y llego justo a las seis. Nini me espera en la primera mesa. Bebe un café. La saludo y pido té verde.
—¿Por qué me querías conocer?
—Me han hablado mucho de ti. Aparte de la antología de poetas inéditos voy a hacer una de poetas publicados y me encantaría que participaras.


Hablamos del proyecto. Me recomienda a Franco D´Addario, el joven incluido en la antología de Kloketen Cartonera que se fue a estudiar a La Plata. Me regala un folleto de una exposición llamada “Recorridos” que ocurrió en septiembre de 2011 y me lo dedica para que me lleve un recuerdo, en vista de que no tiene uno de sus libros para darme. Me entra un mensaje de Pri y le comento a Nini acerca del evento en el Paseo de los Artesanos. Me da a entender que “la nueva promesa literaria del Fin del Mundo” es su protegida.


—¿Dónde estás parando?
—En casa del “Mochi”.
Sonríe.
—¿Mucha fiesta?
—Anoche casi no dormí nada.
—Lo que pasa con el “Mochi” es que está enfermo. Tiene diabetes y ni siquiera se toma los medicamentos.
Sacamos algunas fotos en las que sale con las manos cruzadas sobre una copia de mi libro de poemas. Pago la cuenta y salimos al viento.
—Rio Grande está peor que Filadelfia.
—Esto no es nada. Hay épocas en las que el ventarrón no te deja avanzar.


 

Engancha mi antebrazo y nos vamos caminando. En la entrada al Paseo de los Artesanos nos tomamos unas fotos con un mosaico en el que hay una pareja de tangueros enamorados. La expresión del amor está puesta en las miradas de corderito, en especial la del hombre. Nos damos una vuelta por el lugar lleno de guitarreros, pintores y puestos que venden artesanías. En el último está Alejandro tras los libros de la cartonera expuestos sobre una manta roja. Le pregunto por Priscila y me dice que se fue. Le envío un mensaje preguntando ¿por qué? Responde con un: “Tuve que irme”, aunque dice que me espera mañana en el programa y después podemos salir con sus amigos a beber algo.
—Bueno, me voy.
—¿Te acompaño hasta tu casa?
—No hay necesidad.

 

Nini me desea buena suerte, nos despedimos y me quedo con Alejandro. Él pone una malla para aislar el puesto y salimos.
—¿Qué es esa torre? —Le señalo una edificación vertical de color amarilla con un par de puertas altas y un reloj en la parte superior.
—Es la primera torre de agua de lo que antes era Obras Sanitarias de la Nación —comenta.
Caminamos hacia ella. Le tomo unas fotos y terminamos posando frente a las puertas de madera. Saco una desde abajo: salen nuestros rostros, la figura octagonal y el cielo.
—Bueno, habiéndome reunido con Nini ya mañana parto hacia Río Gallegos. El único que me quedó faltando por conocer fue Fredy Gallardo. Nicolás Romano me lo había recomendado mucho.
—Es muy amigo de “Mochi”. Capaz que lo podemos llamar hoy desde su casa. Mirá, allá hay unos mosaicos hechos por Nini Bernardello.

 

Abstractos de mujeres desnudas, todas sin rostro reconocible, con mechones de cabello largo expuestos como tiras en colores, algunas figuras de seres lunares ante un fondo estrellado, también sin rostros, y algunas otras formas en las que se combina la pintura con los mosaicos, conforman el mural de un parque contiguo. Sobre un fondo azul hay un poema de Nini escrito en letras blancas:


“¿Quién fueras aquí? Un rumor de aguas primordiales
de lluvias y de mares, un oleaje cálido, un abrazo.
¿Quién fueras aquí? Un temblor lunar, cíclico,
un verde tierno que renace mágico.
¿Quién fueras aquí? Un cuenco en llamas, un pañuelo
de lágrimas, gruta o nido, corazón que abriga.
¿Quién fueras aquí? Un emblema, telares y velas.
Paradojas, conjuros y rezos.
¿Quién fueras aquí? Una línea ondulante, circular,
un espacio, un hueco, un vértigo.”


Le tomo una foto.
—Boludo, no lo vas a creer. ¿Sabés quién va caminando ahí? Fredy Gallardo.
—¿En serio? Mucha coincidencia. Hablando del rey de Roma.
—¡Fredy!
Nos mira y camina hacia nosotros. Alejandro nos presenta. Le comento el proyecto, sacamos unas fotos con los murales de fondo y quedamos de vernos en casa de “Mochi”. Lo vemos alejarse y emprendemos la caminata.

 

—Te vas a ir habiendo conocido a todos los poetas.
—Sí, muy suertudo. Hubo otros inéditos que me nombraste el primer día.
—No pude contactarme con ellos. Hay algunos que están por fuera de la ciudad.
Le envío un mensaje a Cecilia. Responde que tiene una reunión de trabajo y no podemos comer. Pasamos junto a una edificación de muros anaranjados con el techo triangular y una torre individual formada por un rectángulo. La cruz le da la connotación religiosa. De no estar ahí la iglesia podría ser tomada por cualquier otra cosa. Entramos a un barrio con casas de ladrillos y le tomo una foto a una con fachada de latón, techo azul y una estructura cilíndrica naranja.


—Es el centro cultural. De ahí se jubiló Hugo como profesor. 
—Me pareció que está enamorado de su aprendiz.
—No sé.
—Me lo pareció. Alejandro, ¿qué pasó con el hermano de Pri?
—El pibe se alejaba de una zona costera y cruzando la Ruta Nacional 3 lo atropelló un vehículo. El conductor no estaba ebrio, pero quizás sí distraído, apurado, nervioso. Es una tragedia.
—Cuánto lo lamento… Eso explica su poesía.
La conversación salta al “Mochi” y le cuento la escena conmovedora de esta mañana.
—En esa casa “Mochi” ha vivido experiencias dramáticas con muchas mujeres.
—Claro, pero esta es la que presencié yo.


Me cuenta que en una época en la que se quedó a dormir allá se peleaban a una chica que les daba “bolilla” a los dos. Termina la historia mientras recorremos las cuadras finales. Frente a Sol de Mayo, un par de jóvenes sacan una caneca. Desafían el  frío con pantalonetas cortas. Pasamos junto a Aquelarre y entramos a la casa.
“Mochi” está en bata. Nos saluda con una sonrisa.
—Nos vamos a ir a comer afuera.
—Ahora viene Fredy Gallardo —le dice Alejandro.
—Tomamos un vino y vamos.
“Mochi” habla de forma natural con Luna, bromean y se ríen como siempre. Les cuento que estuve visitando a Giorgi.
—Hemos ido a congresos juntos. Incluso nos hemos quedado en la misma habitación. Es un buen tipo, pero cuando empiezo a leer sus libros…
Abre los ojos de forma exagerada y hace un sonido de corriente eléctrica.
—Eso está muy gracioso, es como si te electrocutaran —comento—. Y sus temas parecen ser muy buenos. Lo que pasa es que a sus libros, o por lo menos al que me regaló, le hace falta edición.
—Andá a decirle eso.
—Sí, supongo que te envía a la m… En Colombia hay un dicho: “Loro viejo no aprende a hablar”. A la gente después de cierta edad le cuesta o no le interesa aprender.
—En la medida en que vas envejeciendo cuesta más. Alguien con varios libros publicados ya no está abierto a la crítica.
—Ya mañana me voy a Río Gallegos —cambio de tema.
—Vení llamamos a Maritza Kusanovic para que sepa que llegas. Ella trabaja en la terminal.
Le marca al celular, le comenta que voy y me la pasa.
—Venite a la oficina de Buses Pacheco. Aquí hablamos de poesía y vemos a quién más te podemos recomendar.
Le agradezco y colgamos. Fredy Gallardo entra con un par de botellas de vino. Se da un abrazo con “Mochi”, abre una de las botellas y le da la mala noticia de que la municipalidad aún no ha pagado.
—Comemos aquí, entonces.
—Arroz —dice Luna y saca los ingredientes de la alacena.

 

 

 

Mochi pone “Canción para mi América” de Daniel Viglietti. Fredy me pasa una copa. Saca “el CIELO bajo el AGUA” y “El azul del frío”, Colección El Rey Tuerto, Parque Chas Ediciones. Me los alcanza. Abro el primero y del poemario “El óxido de los cielos”, leo “I”.


“El primer cielo se despeja
y sobre la luna terrestre,
cae la ira de un dios desconocido.

Pero al no reconocer esta llanura
como conquistada, sus guerreros avanzan
cantando victoria.

Pájaros color fuego sobrevuelan
el corazón del imperio.

Se desploma la mentira.
Silencio.
Un estruendo cruza la primavera
Escombros sobre escombros.

La lluvia remueve la tierra
de los ojos inocentes.”


Es bastante apocalíptico. Supongo que está influenciado por el fin de una era: ese 21 de diciembre de 2012, año del fin del mundo en el Calendario Maya. Y sin embargo aquí seguimos contaminando a la tierra y esperando un nuevo fin del mundo…


II

“Llueve en la luna
y los francotiradores no dan en el blanco.

Un batallón de olvidados
emprende la retirada.

Bocanadas de esquirlas caen en otro cielo.

Al son de un violín navega
una nave nodriza.

El viento azul
No borrará las marcas del fuego.

Los guerreros anclan sin luna.
Refugiarse en la trinchera
atestada de palabras abre una ventana.

Un rayo de sol
iluminando el infinito del alma.”


IV

“Una compañía de uniformados
se desplaza por el filo del hambre,
y son emboscados en la puerta
del cuarto cielo.

En la avenida de la discordia
una comparsa de ex combatientes,
exponen su lealtad
su derrota a los vasallos.

Un tañir de campanas
Anuncian el mediodía.
En este minuto
fragmentos de plomo caen en otro cielo.
A los ángeles se les quiebran las alas.

Órdenes castrenses llegan a destiempo.
La esperanza se tiñe de rojo.”


Los mundos que genera están llenos de color, villanos y héroes que libran esa eterna pelea en el universo. Paso al poemario “El ejército de los abismos”.


“Llueve sin piedad.
El rey de la estepa,
cobija sus tropas en la comarca.

Los dueños de la tierra se agrupan.
Resisten.
En la frontera ronda el olvido
y las flechas no dan en el blanco.

La república del oro es dominada.
Un soldado gótico se desangra.
los gritos codifican los tatuajes
de la guerra.
Viento.
Escarcha.
Nieve roja.
Horizonte en llamas.

Sentencia de los cielos.
Territorio de lágrimas.”


Ciencia ficción en poesía. ¡Extraordinario! De: “Los obreros de sol a sol”.


XI

“Los obreros tocan la muerte
con la yema de los dedos.

Desclavan la fe a cielo abierto.

Ellos avanzan lidiando
con las leyes del hambre.
No creen en los milagros.

Viajan por los cielos de la muerte.”


—¿En qué trabajas? —Le pregunto.
—Soy operario de línea en una fábrica electrónica.
Eso explica el poema. Cada quién lucha por lo suyo…


XII

“La sombra de los trabajadores
se incrusta en el asfalto.
Pasan las horas y los cuellos esforzados
aguardan en sus puestos de trabajo.

La contraseña es codificada.
La huelga sigue su curso.
Oscurece.
Barricadas.
Gritos.
Se lucha sin piedad.
Tiros a quemarropa.
Sangre.

Los obreros
frente al paredón del cielo.”


Una apocalipsis social. ¡Qué hermoso! Aunque los obreros pierden…
La conversación nos lleva por diferentes ramas en las que me cuenta que escribió “el CIELO bajo el AGUA” como reflejo de “El espejo de agua”, la obra de Vicente Huidobro.
—Tuve la metáfora del libro desde la infancia al ver el cielo en un charco. Huidobro fue iniciador de un movimiento llamado creacionismo. En Francia lo consideraron un inventor de palabras. Estaba leyendo su literatura y se me ocurrió escribir el libro utilizando la palabra “cielo”.

 

Comparte su proceso de creación y me cuenta que trabajó los poemas en la noche. Los iba escribiendo al evocar situaciones que le producen nostalgia. Añade que es cantautor, nació en Puerto Montt y se vino a Tierra del Fuego a buscar trabajo.
—En Chile no había “laburo” en 1975.
De algún modo la conversación da un giro y comenta acerca de la excelente relación que tiene con uno de sus hijos.
—Martín es muy lector. Compartimos lecturas. Estudia historia pero lee mucho. Me alegró mucho que lo atraparan los libros.
—Yo era muy amigo de mi papá. Es lo bueno de tratar a los hijos como amigos desde chicos.
—Con el otro no me puedo conectar —admite.
—Lo mismo le pasó a mi papá con Daniel. Hasta que lo hizo al final de sus días.
Bebe un trago de vino y cambia de tema:
—Nosotros somos poetas láricos. Los herederos del poeta chileno Rolando “El Chico” Cárdenas. Vivía ebrio todo el día.
—Su referente máximo fue Jorge Teillier —añade “Mochi”—. Se llama poesía lárica porque proviene de la palabra “Lar”. Rolando Cárdenas murió en Santiago de Chile y luego se trasladaron sus cenizas a Punta Arenas. Paseamos el cofre por todas las tabernas, bares y prostíbulos de allá, brindando con las hermanas de la noche. En un bar salimos y nos olvidamos las cenizas. Una meretriz salió a avisarnos.



 

Luna termina de cocinar y pasamos a la mesa. El arroz con palmitos, champiñones, limón y aceite de oliva es fenomenal. Bebemos el vino y brindamos en compañía de la voz melódica de Nelson Ávalos interpretando “A veces y entonces” al son de su guitarra. El momento es íntimo. Uno de esos fragmentos de tiempo en los que todo está bien sin importar que mañana se pueda acabar el mundo como tanto se anticipa. Terminamos la botella. Fredy abre la otra. La bebemos. Alejandro se pasa a ginebra. Le pregunto a “Mochi” si lo puedo filmar recitando “Matemática de las manzanas”. Pone una banca en la cocina y toma una manzana roja. Pulso el botón de “play”. “Mochi” le da un mordisco sonoro y empieza a recitarlo con esa voz característica que llena al poema de significado. Amplifica su sentido de protesta contra las leyes de la naturaleza y las leyes de los hombres, en especial las que salen de las voces de aquellos profesores de los primeros años que pisotean a seres que merecen el mismo respeto que los adultos. Si viviéramos en un mundo en el que los niños fuesen tratados bien no estaríamos a punto de volarlo con bombas atómicas.

 

 

 

 

Mochi recita los últimos versos, le da un mordisco a la manzana, sonríe y aplaudimos. Volvemos a la mesa.
—Podría escucharlo muchas veces. Me encanta su dedicatoria: “… a algunas tristes profesoras de mi secundaria”.
—Es buenísima —concuerda Alejandro—. Todos las hemos tenido.
—Yo tuve una muy triste profesora en la primaria del colegio inglés de Bogotá —admito—. Se llamaba Lely de Vaca. Hacía dictados en español. Por un error de ortografía quitaba un punto de cincuenta posibles. Entregaba los papeles de mejor a peor. Siempre los recibía de último o penúltimo de forma que hacía evidente lo malos que éramos. Un día, luego de haber devuelto un dictado en el que saqué menos uno punto siete, es decir que le quedé debiendo nota, nos llevó al comedor y al servirse ensalada en la barra de los profesores, se acercó a otra profesora, me miró y le dijo: “Ese Becharita es una basura”. Yo era un niño de nueve años. Con el tiempo y los años, aparte de las múltiples influencias que recibí de mis papás y del entorno en Colombia, creo que esa experiencia de vida fue fundamental al momento de ir madurando la decisión de ser escritor. Quería demostrarle a esta mujer y a muchas de las otras personas que me consideraban un perdedor, que podía llegar a triunfar en algo en lo que apestaba.


 

—¿Qué dice ella hoy en día?
—Murió hace muchos años, por desgracia.
—¡Qué triste! —Exclama Alejandro.
—El “Mochi” también tiene su historia —comenta Luna.
—Pepitito Oyarzo, un profesor de mi secundaria, solía tirarme de las patillas cuando era niño. Muchos años después me lo encontré en el hospital público y le tiré de las suyas.
—¿Qué te dijo? —pregunta Alejandro.
—No dijo nada, sólo se quejó y yo le dije: “Ah, ¿viste? A mí también me dolía”.
Fredy se pone su chaqueta y gesticula de forma en que hace visible cierta vergüenza.    
—¿Ya te vas?
—Mochi, le prometí a Mabel que no me demoraba. Aparte, mañana temprano trabajo.
Queda en enviarme unos poemas inéditos para la antología, nos despedimos y sale.
—El otro poema que tengo en la cabeza todo el tiempo es el del corazón de siete kilos. Me parece buenísimo.
—“Poema a todas las mujeres que me sustentan esto de ser una jirafa”.
—Ese título es tan largo como una jirafa —comenta Luna.
—Por eso es que la amo. Es una mujer atemporal, sin tiempo ni edad.
Se dan un beso.


 

—En “Unos duermen, otros no”, mi segunda novela publicada en 2006, hay un concepto parecido. Un sueño en el que el personaje principal se encuentra con una mujer que encarna a todas las mujeres del pasado.
—Déjanoslo ver —pide “Mochi”.
—Es prosa, no poesía.
—No importa.
Tomo del estante la copia que le regalé y busco la página con sus ojos, los ojos de Alejandro y los de Luna sobre el pasar de las hojas.
—Un momento, no lo encuentro —digo para sacarme la presión de encima—. Ya lo encontré. Está en la página dieciocho. Dice así: “Soñé vagar por bosques verdes como los ojos de Verónica. Percibí los muslos deslizantes de Laura. Un cuerpo serpenteante, caracol, quelaneo, retozaba sobre mí con su piel suave. Vi sus ojos; sentí su aliento de mujer mojada. Luego los pechos de Camila, el pubis de Mónica, el vientre de Juliana, las piernas de Martina. Sus cuerpos se mecían sobre mí…”.
—Es bastante poético, che.
—Sí, mucho —Alejandro concuerda.
—Escribí poesía durante años, luego pasé a la prosa y maté al “poeta”. Supongo que algo de esa poesía pasó a mi prosa.
—¿Por qué mataste al poeta?
—Me empezó a hacer daño escribir, era doloroso. En la década de mis veintes debí haber escrito más de mil poemas malísimos que nunca llegué a publicar.
—Sin duda tiene que haber cosas buenas ahí —comenta “Mochi”.
—Guardan la frescura de esos años… Habría que hacerles una edición muy profunda. Eso fue lo que hice con mi libro de poemas. Los desempolvé y los trabajé hasta transformarlos en poemas nuevos. Claro que conservaron su esencia.
—Hacé lo mismo con los otros —me anima Alejandro.
—Eso te digo. Tienes una poesía maravillosa. No dudes de ella.

 

 

Hablamos un poco más, le pedimos a Luna que lea otra vez “Agua Bis”, nos genera esa misma sensación estética que se completa al pronunciar esa exclamación final de “¡Archívese!”, Alejandro termina su vaso de ginebra, se pone su chaqueta y me da un abrazo. Saco “Loque vaque dando” de mi mochila y se lo paso.
—Esto es tuyo.
—Quería que lo guardaras.
—Es tuyo.
Lo acompaño hasta la puerta.
—Bueno, che. Permanecé en contacto. Buen viaje. Y desempolvá todos esos poemas. ¡Resucitá al poeta!
—Mándame tus poemas.
—Lo haré.
—Eso espero.
—Lo haré —insiste.
—Eso espero.
Sonreímos.
Me da una última mirada y camina por el callejón. Cierro la puerta. “Mochi” me indica cómo llegar a la terminal.

 

—El bus sale a las ocho. Estarás llegando a la terminal de Río Gallegos por la tarde. Dale un fuerte abrazo a Maritza Kusanovic de mi parte. —Me da su teléfono por si cualquier cosa—. En Comodoro Rivadavia, Luna te puede asistir. Ella dice que el colombiano es muy “buena onda”. —Luna se ríe y esconde sus ojos detrás del vidrio de sus lentes—. Bueno, che, y nos mantenés informados de tu recorrido. Acordate que te vamos a ir a visitar a la República Checa.
—Eso sería maravilloso.
—Mañana dormimos hasta tarde así que nos despedimos ya. Ajustá la puerta al salir.
—Muchas gracias por todo, “Mochi”. Ha sido un placer inmenso.
—Vos no te preocupés, ya nos veremos en Praga.
Nos damos un abrazo, abrazo a Luna, “Mochi” despliega la puerta, me lavo los dientes y me acuesto. Dos de la mañana. Cinco horas si me levanto a las siete. Pongo el despertador al tiempo en que “Mochi” y Luna bromean entre ellos.
—Sí, a Luna le gusta el colombiano. Eduuaarrddooo… —dice “Mochi”.
Luna le responde algo que me llega de forma inteligible, aunque es claro que se ha puesto nerviosa.
Ambos se ríen.
—Jajaja —me río.


Me voy quedando dormido bajo un sueño que me arropa con su manto. La noche igual pasa como un soplido. La alarma me despierta y me apuro a bañarme. Reviso que no se me quede nada y a las siete y media ruedo las maletas afuera de la casa. Sol de Mayo y Aquelarre tienen sus puertas cerradas a esa hora de la mañana. Los encuentros de la noche anterior hacen parte de un recuerdo, como toda la vida que nos antecede, esa respiración que damos y ya no existe, olas fugaces de un Atlántico que crispa bajo los primeros haces de luz. Halo las maletas por el asfalto de Don Bosco, paso Bilbao y respiro ese aire fresco que produce la niebla ante los primeros momentos del día. Revivo la sensación de aquella época en la que papá me despertaba de madrugada y salía a correr. Él me seguía en bicicleta. Entrenábamos al tiempo en que muchas otras personas dormían. Adelantaba distancias de forma silenciosa, circunspecta, aprovechaba la invisibilidad que guardaba mi secreto.






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