Fin de año en punta del este

Primero de enero en Punta del Este. Las personas parecen apenas estar saliendo del letargo. El sol del nuevo año habita el cenit. Las calles de la ciudad lucen vacías. Las playas atestadas por personas hasta hace tan sólo unas horas, descansan del tumulto. Como se diría por estas tierras sureñas, “che, esto es relindo”. Este lugar, que como su nombre lo dice, es la punta del este de la bahía de Maldonado, lo que geográficamente implica el punto en el que el Río de la Plata se encuentra con el océano Atlántico, es una ciudad que vive por y para la rumba. Acá vienen todos los uruguayos, los argentinos y los brasileros de Sao Pablo y el sur, a darse un baño de popularidad en uno de los lugares más famosos del mundo, en los que se refiere a vida nocturna. Y como tengo encomendada la misión de escribir un relato de lo que fue el año nuevo por estos lares, debo decir que el día comienza hacia las 12:00 a.m. al lado de la piscina del hostal ‘Backpacker’, un pintoresco albergue para viajeros estratégicamente situado en ‘La Barra’, en donde confluyen personas de todas las nacionalidades, que vienen atraídas por el renombre que precede lo que ha bien veníamos comprobando y pudimos ratificar a lo largo de las siguientes 24 horas. Como acertadamente lo dice el dueño del hostal: “Se está en el ojo del huracán”, ya que ‘La Barra’ es una calle de aproximadamente dos kilómetros, en los que están los mejores sitios y playas de toda Punta. Pues bien, luego de recrear los ojos con un grupo de argentinas que se asolean en el hostal, nos dirigimos hacia una de las playas más concurridas llamada Bikini, en la que el día anterior otro grupo de colombianos se encontró de un momento a otro sentado al lado del futbolista uruguayo Diego Forlán. Así es este lugar, está lleno de sorpresas.


Con el color azul aguamarina como telón de fondo, nos bebemos unos tragos rodeados por un centenar de mujeres atractivas que proliferan por todas partes. No hay un solo lugar que no esté habitado por uno de aquellos fascinantes seres que le hacen honor al nombre de la playa. Tiempo después tomamos un bus a otra playa llamada José Ignacio, en donde nos encuentra el atardecer rojizo de venado en Novecento, un bar situado sobre la ladera de una montaña, en la que un Dj aumenta el volumen del Chill Out a medida que se esconde el sol por el horizonte. Las personas aplauden una vez que el astro desaparece y todo vuelve a su normalidad, incluido el volumen de la música. Pero nada es normal porque es 31 de diciembre y la gente brinda por el año que se va y los propósitos del nuevo que llega. Todo es holgorio y alegría. Con unos tragos en la cabeza tomamos un bus de regreso al hostal, en donde nos preparamos para afrontar la llegada del nuevo año. Escuchando diferentes lenguas al español, como el inglés, el alemán, el italiano, el portugués y el holandés entre otras, la gente del hostal se aglomera al lado de la piscina brindando con diversos tragos que vienen de los diferentes hemisferios del mundo. Todos quieren compartir un pedazo de su país que sienten lejano, pero que se acerca en cada uno de los sorbos. “Tienes unos ojos muy bonitos”, le digo a una argentina diseñadora de modas. Me sonríe con cierto aire pícaro al tiempo en que empezamos a bailar una canción de salsa que un Dj colombiano improvisado, pone en su ipod. Sus ojos verdes contrastan con un pelo negro profundo. Tiene embobados a todos los hombres y hasta algunas mujeres del hostal, pero no le da banda a nadie. Más adelante una brasilera se cruza por mi camino al son de una zamba desenfrenada. Es de Río de Janeiro. Estas cariocas si que saben moverse. “Voce tein que sentir la musica en la sangre” me dice, al tiempo en que mis movimientos torpes y mal dirigidos intentan seguirla. Todos bailan mientras que paulatinamente se acerca la media noche. Chers man, grita un australiano y choca su vaso contra el mío. Palabras como proust, saude, nasdravi, skol, santé y hasta nasdrovia se escuchan por ahí, porque el reloj marca las doce y me abrazo con mis amigos colombianos. Luego de un estado de conmoción general se aplacan los ánimos y la gente se prepara para salir a alguno de los sitios de moda, entre los cuales se encuentran Tequila, 40 US dólares la entrada por persona, Siux, 30 US dólares la entrada, y de ese precio hacia abajo empiezan a desfilar toda una amalgama de bares de diferentes ambientes y para diferentes edades, dentro de los cuales se encuentra uno muy apropiado llamado La plage, en el que nos paramos en la entrada como unos quinceañeros con una botella de ginebra, que nos bebemos al compás de un ritmo electrónico que sale expulsado de la puerta del sitio, por la que entran grupos de brasileros que por momentos nos hacen sentir en algún balneario de ese país. El interior del sitio parece decorado por un artista cubista, aunque el lugar está tan abarrotado que es difícil de deducir. Uno de mis amigos se para enfrente de la puerta del baño de las mujeres y empieza a cobrarles 10 pesos uruguayos, diciéndoles que se los devuelve bajo la condición de que dejen el baño limpio. Luego de un tiempo una se le acerca y le dice que en efecto hay niñas limpiando el baño. Luego de un cambio musical abrupto, nos encontramos escuchando a nuestros coterráneos. Aparte del algunas canciones de reguetón que están de moda y algunas otras de merengue, suena Juanes y Shakira. Todo el mundo baila sus canciones con emoción. Es difícil pensar que son tan famosos en el exterior, pero una especie de orgullo inflama el pecho. El otro ambiente de La plage es de música house. Está decorado con un color rojo intenso que contrasta con algunos visos crema, que dan contra un cielo estrellado en el que es posible apreciar el cinturón de Milky Way. Las olas revientan sobre una playa blanca por la que están dispuestos unos sofás de cuero que descansan debajo de unos toldos. Todo el mundo sigue brindando a la espera del nuevo día, aunque la costumbre por estas tierras no es la de comprarse una botella en un sitio, sino la de ir comprando un trago tras otro. El negro profundo del horizonte va adquiriendo perspectiva, al tiempo en que se hace imposible no pensar en Colombia, nuestro país, el que tanto queremos y por el que tantos anhelos guardamos. El cielo parece abrirse en visos rosados y azules que se dibujan por el fondo de una línea divisoria entre el mar y el cielo. Una brisa marítima acaricia nuestros rostros en aquel momento en que lo trascendental se apodera de nuestros pensamientos. El amanecer se ofrece ante nosotros y una vez más brindamos. Algunas personas aún conservan su energía intacta aunque hay que advertir que cada quien está en lo suyo. Una pareja se besa sentada en la playa que se extiende y que acoge a otros tantos amantes que disfrutan de una vista que enmudece.


En el primer ambiente de La Plage la rumba continúa encendida, aunque el licor y las horas de fiesta empiezan a notarse en algunos, que lentamente van dejando el establecimiento para irse a dormir en las primeras horas del 2006. Los más rumberos empiezan a indagar acerca de los after party’s que hay en la ciudad, dentro de los cuales se encuentra uno muy reconocido en un sitio llamado ‘Diablito’, ubicado en la playa de José Ignacio, aquel mismo escenario en el que vimos el atardecer el día anterior. A esas horas de la mañana de un primero de enero es prácticamente imposible conseguir transporte público. Contamos con suerte, ya que un argentino de los que está hospedado en el hostal tiene una camioneta en la que ofrece llevarnos, a fin de que la fiesta no se acabe. En aquel momento, el sol del nuevo año ya dibuja su ascenso hacia el cenit. Las calles están vacías y la única presencia de personas son las que hacen la fila en la entrada de ‘Diablito’. Entramos a un ambiente abarrotado en el que sólo los más rumberos sobreviven. Los parlantes retumban con el ritmo de una música electrónica tipo techno hardcore, en la que se pierden algunos pastilleros en una especie de fluido mental o tránsito a una dimensión aparte, tergiversada por el alcohol y el influjo de las drogas, por fuera de estas líneas, del nuevo año que entró, el día que afuera late, y un sentimiento narcótico que genera el no haber dormido en las últimas 24 horas.

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