Fragmento del cuaderno de viaje “En busca de poetas” – Un adiós al gran Juan José Manauta
(…)
Llamo a Lucía Montero por Skype,
le digo que Eduardo Bechara Baracat me contó la mala noticia y que la acompaño
en todo su dolor.
—Estuvo internado algunos días en
el hospital. Tuvo una insuficiencia coronaria con compromiso cardiaco. Tenía
las arterias tapadas. Eso le producía una falta de oxígeno. Al final ya no
podía ni respirar —cuenta—. Nos preguntaron si lo entubaban o le empezaban a
poner morfina. Les dijimos que le empezaran a poner morfina. La entubada es
terrible. Con la morfina por lo menos pudo estar acompañado.
—La misma elección hicimos
nosotros con mi papá.
—A la tarde lo vamos a velar a
cajón cerrado en la Biblioteca Nacional, aquí en Buenos Aires. Mañana cremamos
su cuerpo. La próxima semana viajamos a Gualeguay. Él siempre pidió que
lanzáramos sus cenizas desde el puente Pellegrini (que ya no está, se lo llevó
la última inundación), al río Gualeguay.
Me habla de la relación entre
Juan José con Carlos Mastronardi y me dice que busque el poema “Luz de la
provincia”. Lo encuentro en Google y se lo leo:
“Cuartetas 1-7/57
A
Eduarda Beracochea
Un fresco abrazo de agua la
nombra para siempre;
sus costas están solas y
engendran el verano.
Quien mira es influido por un
destino suave
cuando el aire anda en flores y
el cielo es delicado.
La conozco agraciada, tendida en
sueño lúcido.
Da gusto ir contemplando sus
abiertas distancias,
sus ofrecidas lomas que alegran
este verso,
su ocaso, imperio triste, sus
remolonas aguas.
Y las gentes de ahora, que
trabajan su dicha,
los vistosos linares prometiendo
un buen año,
las mañanas de hielo, los vivos
resplandores,
y el campo en su abandono feliz,
hondura y pájaro.
Las voces tienen leguas.
Apartadas estancias
miden las grandes tierras y los
últimos cielos,
y rumores de hacienda confirman
lo apacible,
y un aire encariñado, de lejos,
vuelve al trébol.
Gracia ordenada en lomas y en
parecidos riachos.
En su anchura, porfían los
hombres con la suerte,
y esperan suave fronda y unas
tardes eternas
y los dones que piden a los
cielos rebeldes.
Preparando cada uno los colores
del campo,
capaz el brazo, justa la boca, el
pecho en orden.
Para el ganado buenos pastajes y
agua libre,
creciendo en paz la bestia, la
tierra dando al hombre.
Lindo es mirar las islas. Una
callada gente
en cuyos ojos nunca se enturbia
el claro día,
atardece en sus costas o cruza
con haciendas,
dichosa en la costumbre y en la
amargura, digna”.
—¡Es hermoso! Ven te cuento la
historia entre Juan José y él. Juan José iba a dar una conferencia sobre algún
tema y le dijo: “Me encantaría que usted asistiera”. Mastronardi le respondió.
“Vea Manauta, contra la conferenciabilidad lo mejor es la faltancia”. Por
supuesto que no fue. Manauta en ese entonces era un autor joven. Mastronardi un
gigante. Borges iba a Gualeguay a encontrarse con él… Manauta era muy amigo de
“Juanele” Ortiz, así le decían. Su nombre completo era Juan Laurentino. Él lo
incentiva a que escribiera. El papá de Juan José, quien tenía un almacén de
ramos generales en Gualeguay, vendía los libros de “Juanele”. Junto a la pila
de las yerbas, el azúcar y las galletitas en el mostrador, estaban los libros
de Ortiz a quien le decían el loco de la bicicleta porque andaba siempre en
bicicleta, era muy flaco y fumaba con largas boquillas de caña mientras
montaba, o el loco de los gatos ya que tenía un montón de gatos. Juan José le
dijo al papá que quería ir a estudiar a la facultad de humanidades de la
universidad de La Plata. El padre respondió: “¿Qué es eso de humanidades? ¿De
qué vas a vivir si no eres administrador, ni abogado, ni médico, ni
ingeniero?”, Algo así debió decirle. El subtexto es que aparte de las carreras
tradicionales, las humanidades sonaban como algo ambiguo. Juan José argumentó
que iba a una de las mejores universidades del mundo ya que dictaban clase
Alfredo Palacios, Arturo Marasso, Pedro Henríquez Ureña y Armando Alonso, todos
escritores importantes que daban cátedra en esa época. Estando allá, incluso
presenció una conferencia de Rubén Darío. El nicaragüense dijo que en un pueblo
llamado Gualeguay de Entre Ríos, había conocido al mejor poeta de habla hispana
a su juicio, el poeta “Juanele” Ortíz. Juan José se sorprendió. Le dijo que
Ortiz era su amigo. No podía creer que alguien de la talla de Rubén Darío lo
hubiera puesto incluso por encima de Neruda que era el más grande. Ahora la
universidad de Entre Ríos está editando los cuentos completos de Juan José y
los dos libros de poesía, “La mujer de silencio” y “Entre dos ríos”, que van a
salir como un solo compilado.
—Lo bueno es que Juan José vivió
bien.
—Sí, una vida larga y prolija en
la que hizo mucho.
—Y tú y él se pudieron disfrutar
estos años.
—Sí, vivimos de forma
maravillosa, tranquila, nos juntamos cuando ambos teníamos el caballo cansado…
—Yo me siento afortunado por
haber conocido a un escritor de su importancia. Aparte era una persona
entrañable.
—Buscando poetas es de la mejor
manera en que puedes homenajear a Juan José.
(…)
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