Testigo de la derrota más triste del mundo, Alemania 7 – Brasil 1 – Por: Eduardo Bechara Navratilova
Doy un vistazo por la ventana del
Comodoro Tourist Hostel, confirmo que hace un día soleado, amarro las puntas de
la bandera de Brasil, la visto como capa sobre la camiseta de Colombia, guardo
la boleta entre mi vientre y calzoncillos, leo un último mensaje de Cristina
Santos que dice: “Hoje vai dar Brasil!!! Torca muito lá no Mineirão por que eu
vou estár torcendo lá na Savassi e vamos comemorar a vitória!!”, bajo al primer
piso, le pregunto a Romualdo dónde tomar el bus que va al estadio y salgo a la
calle.
Los últimos almacenes de zapatos
y lencería barata cierran sus puertas. Todo mundo se alista para ver el
partido. Subo por la rua dos Carijós en compañía de brasileros que lucen la
camiseta “verde-amarela” con los nombres de las principales figuras. La de
Oscar es llevada por una mulata de trasero “popozudo”, pensado por algún brujo
de macumba que quiso arrojar su magia en un lugar bendito para la tentación de
los hombres. Sus nalgas desafían al mundo bajo unos jeans cortados que las
aprietan.
Atravieso la avenida Amazonas.
Entro a una de las estaciones vidriadas del MOVE, similares a las del sistema
de buses articulados con carriles exclusivos originarios de Curitiba, que las
diferentes ciudades de Brasil y Sur América han ido copiando (Trasmilenio en
Bogotá, MIO en Cali), subo al número 50 y me ubico junto a una joven de piel
morena que viste la camiseta de Neymar.
Unos jeans delinean su cuerpo de
modelo de vitrina. Sus ojos verde-amarillos hacen juego con la camiseta.
Contrastan con unos labios de un rosado intenso, capaces de embrujar a
cualquiera que los toque con los suyos.
—¿Vas al partido?
—Lo voy a ver con unos amigos en
casa.
—¿Quién va a ganar?
—Brasil, con certeza.
—¿Cuánto?
—3 a 0.
—¿Trabajas en el centro?
—Sí, en un almacén de ropa.
—Puedo decirte una cosa: tienes
unos ojos hermosísimos. Juegan con tus labios. Supongo que te lo han dicho
muchas veces, ¿no es cierto?
—Sí.
—Bueno, es que es demasiado
notorio.
—¿Tienes novio?
—Estoy casada.
Me muestra su anillo.
—¿Cuántos años tienes?
—Veintidós. Me case muy temprano,
aunque aún no tengo hijos. Hay que disfrutar la vida.
Hablamos algunas otras cosas
mientras el expreso atraviesa Belo Horizonte por una avenida amplia que sube
una pendiente, pasa junto a barrios que podrían ser considerados “favelas”, y
baja con la vista panorámica de Pampulha.
Unos fanáticos con las máscaras
de Fuleco golpean con sus palmas el techo. Le gritan al oído a un par de alemanes
aquella canción que los “torcedores” me gritaron en el bus que fue del
aeropuerto de Fortaleza al Arena Castelão.
—“Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô //
Brasil, nós estamos contigo! // Somos uma nação! // Não importa o que digam, //
sempre levarei comigo! // Minha camisa amarela! // 5 taças na mão! // Essa copa
é nossa! // Vai començar a festa! // Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô // Dá-lhe,
dá-lhe, dá-lhe ôôôô // Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô. // Brasil vai ser campeão”.
Los germanos sonríen. No les
queda otra. Así lo hice antes del partido de Brasil Vs Colombia, en el que a
pesar de no sentir una agresión directa, experimenté la presión de jugar en
casa rival. La barra cantada a los gritos también puede ser violenta.
Entramos a un barrio de casas de
dos y tres pisos en el que se ven hordas de brasileros caminando por las aceras
hacia el Mineirão. Paramos en la estación, me bajo entre el gentío y presento
mi boleta a un grupo de policías que hacen un primer filtro.
Sigo un cerco de bardas
antimotines que atraviesa el barrio tras cientos de torcedores sonrientes. A
otro par de alemanes con la camiseta blanca les cantan esa otra barra que
también recordé luego en mis pesadillas:
—“Mil goooolllsss, mil
goooolllsss, mil gols, mil gols, mil gols, só Pelé, só Pelé, Maradona
cheirador”…
Uno lleva el trofeo de la Copa
del Mundo que quieren levantar el domingo (una réplica perfecta que parece ser
de oro y no de plástico), el otro la Bundesadler, el águila federal que
identifica a los alemanes en su escudo.
Nos tomamos una foto. Subo con
ellos bajo la mirada de los brasileros. La mayoría señala la copa y luego su
pecho en señal de que será brasilera.
—¿Cuánto va a quedar el juego?
—Alemania gana —dice el que
sostiene la copa.
—Va a ser un partido difícil
—responde el otro—. ¿Qué pasó con Colombia? Venía muy bien.
—El equipo salió muy nervioso.
Jugó presionado por el agobio de los “torcedores” brasileros. Hicieron
demasiados pases equivocados en la mitad de la cancha. Brasil jugó muy sucio.
Aparte nos perjudicó el arbitraje. Fue muy localista.
—Hoy los vamos a vengar —dice el
de la copa—. Igual vas por Brasil, llevas la bandera.
—Mi mamá es checa nacionalizada
brasilera. Los brasileros son personas cálidas, amables, acogedoras. Te hacen
sentir en casa. Le hicieron barra a Colombia. Allá siempre hinchamos por
Brasil.
Terminamos de escalar la calle
que lleva a una intersección en la que hay cientos de personas apiñadas en
torno a un segundo puesto de control policial. Diviso al Mineirão con las
columnas de concreto que bordean su circunferencia, forman puntas a lo alto y
le dan ese aire de estructura moderna.
Una colombiana con quien me tomé
una foto fuera del Castelão, me aborda con la camiseta de Alemania.
—¿Le estás haciendo fuerza a
Brasil con todo y que nos robaron el partido?
—Fue un partido sucio e
interrumpido. Brasil jugó con la vieja estrategia uruguaya de ablandar al
enemigo a punta de faltas. Estoy seguro que el árbitro español nos trató como
“sudacas” a los que no quería ver en la semifinal de una Copa del Mundo, pero habría
que probar que en realidad fue robado. Te hablo como abogado.
—Bueno, yo sí le voy a hacer
fuerza a Alemania, como el resto de colombianos.
Nos tomamos una foto, muestro mi
boleta, atravieso el segundo cerco policial y bajo por una calle bordeada por
churrasquerías y tiendas en las que miles de brasileros hablan con fervor,
cantan y se emborrachan con cerveza. Bajo hasta una en la que compro un pincho
de carne. Lo como con cierta voracidad junto a otros extranjeros que lucen la
camiseta de Brasil. Una alemana con un traje típico de Bavaria: blusa blanca
con arandelas escotada al pecho, vestido negro a media pierna y un delantal
negro, amarillo y rojo, bebe una cerveza junto a otros alemanes cerveceros a
quienes con toda seguridad les hace falta su cerveza del barril. Se conforman
con la tipo Pilsen que es tan popular en Latinoamérica y tan distante de la
original que se fermenta en Plzeň, República Checa.
Paso un tercer filtro policial
que bordea al estadio, me tomo una foto con un brasilero que luce la máscara de
Neymar. Otra con un grupo de “torcedores”. Disfruto del ambiente festivo.
Algunos brasileros llevan camisetas con el resultado Brasil 6 –Argentina 2, y
mantas que dicen: “RIP Argentina”.
Juan Pablo Coronado de Win Sports
me saluda con un abrazo.
—Perdimos en Fortaleza. Brasil es
Brasil —comenta.
—Eso mismo dijo Michel Platini de
Alemania: “Alemania es Alemania”.
Ubica a unos hinchas con la
camiseta de Brasil y la bandera de México. Entrevista a uno que esta disfrazado
de Chapulín.
Voy hacia una réplica de Neymar.
Me tomo una foto con ella. A poca distancia una mamá le pinta la bandera
“verde-amarela” a su hija en la mejilla. Me acerco a la familia (quiero ver si
me la pueden pintar). Un tipo de barba rojiza de unos cuarenta y cinco años
levanta la rodilla y dice:
—Aqui, o.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Aqui, o —repite.
Vuelve a subir la rodilla de
forma exagerada. La sube una y otra vez. Insiste en la misma expresión. No
para.
—¿Qué quieres decir con eso?
—El rodillazo que le metió el
colombiano a Neymar.
—¿Qué tengo que ver ahí?
—No sé.
—Entonces, ¿por qué haces eso?
—Luzco indignado—. Es muy feo esto que hiciste. ¡Muy feo!
—¿Qué pasó? —Le pregunta su
amigo.
—Se puso bravo…
¿Por qué lo habré tomado así?
Suelo reaccionar a las ofensas contra Colombia de forma deportiva. Debe ser
porque me dolió mucho la derrota, la lesión de Neymar y todo lo malo que se ha
dicho del país luego del incidente. Colombia siempre tiene un incidente
lamentable en las copas. Esta vez, que íbamos a salir limpios, tuvo que pasar
esto…
Unos nuevos torcedores me
señalan.
—Tiene boleta porque pensó que
Colombia iba a clasificar.
Se ríen entre ellos.
—Era una posibilidad, ¿no?
Me largo de ahí. Camino hacia la
fila. Unos colombianos con la camiseta roja de la selección beben aguardiente
con tragos largos. Se rotan la caja con rapidez al estilo helicóptero.
—¿Qué dice Colombia?
—Aquí parce, haciéndole fuerza a
Alemania. Ojalá saquen a Brasil y se haga justicia.
Muestro mi boleta a una joven que
la pasa por el lector digital, entro, compro un agua, subo a mi sección en el
tercer nivel y ubico el puesto justo al lado del tiro de esquina de una de las
porterías. La visión panorámica es perfecta. Las tribunas a medio llenar lucen
todas de amarillo. David, un panameño con la camiseta de Brasil y la bandera de
los Estados Unidos, me toca al lado. Comenta que vive en Filadelfia y trabaja
en Dupond.
—También viví en Filadelfia. Me aburrí mucho.
Los norteamericano de la costa este son demasiado puritanos y paranoicos.
—A mí me ha ido bien. Trabajo en
“Philly”, pero vivo en Willmington, Delaware. Manejo a “center city” media hora
de ida y regreso todos los días.
—Los suburbios son muy
diferentes. La gente es más amigable. Es lo que más me gusta de Brasil. Lo
amigable de la gente. Te acogen. Te abrazan.
Julio César sale a calentar con
los otros dos porteros de Brasil.
La tribuna lo vitorea.
—Ah, aha, Julio César!…
A Neuer lo abuchean en una
rechifla generalizada.
Brasil sale a calentar. El
estadio enloquece.
—Euuuu, sou brasileiirooo, con
muito orguliiooo, com muito amooor –cantan.
Los alemanes reciben un abucheo.
El ambiente es hostil como en el Castelão, aunque la ausencia de ese calor
intenso y pegajoso lo hace más llevadero.
Un paulista se sienta a un par de
asientos de mí. Responde que es corinthiano. A mi lado llega un gremista de
Porto Alegre. Su nombre es João. En la fila de atrás hay un par de hermanos de
Campinas, interior de São Paulo. Ellos son de Palmeiras. Dudú y Arturo, a su
lado, son del Flamengo. Todos viajaron desde sus ciudades para asistir al
partido.
—Quedé muy triste por la lesión
de Neymar —les digo—. ¿Cómo pudo pasar?
—Son cosas del fútbol, del calor
del partido. —Uno me da un par de golpes en el hombro—. Zuñiga no lo hizo con
culpa, así como están diciendo. Igual hoy vamos a ganar.
Me dan un poco de cerveza en
señal de amistad.
Otros brasileros, incluido uno
que tiene un balón teñido en su cabellera rubia, se sientan en la fila de
enfrente. Bogan sus cervezas de forma ansiosa, bajan por otras, las beben y
bajan por otras.
Los torcedores cantan “Eu sou
brasilero…”, -“Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô…” y “Mil gols…”, sin descanso.
Vitorean a cada uno de los jugadores brasileros que son presentados en la
pantalla, en especial a Julio César, David Luiz, Luis Gustavo y Bernard.
Los equipos vuelven al camerino.
La sensación de inminencia se toma las tribunas. Pronto empezará a definirse la
historia. Todo mundo está expectante a lo que pueda pasar. Tal vez lo más lindo
de un partido de fútbol es ser una página en blanco lista a escribir una nueva
historia. De ganarle a Alemania, Brasil demostraría que fue el justo vencedor
ante Colombia, tiene casta de campeón, aún sin sus máximas estrellas, Neymar y
Thiago Silva, aunque eso aumentaría la sensación de tener el mundial comprado.
De perder, como quieren en Colombia, se dirá que es un equipo débil, sin la
fortaleza mental y futbolística que ha caracterizado al fútbol brasilero
durante la historia. Eso sí, despejaría las dudas de que Dilma firmó el mundial
con la FIFA.
Le tomo algunas fotos a una
brasilera de pantalones blancos de unos veintitrés años que luce la máscara de
Neymar en la parte posterior de su cabeza. El color castaño de su cabello en los ojos del astro brasilero
le da un aire de extraterrestre. Un joven a su lado usa la suya de la misma
forma. Brindan y beben con euforia con ese doble rostro sonriente que los hace
tan extraños. Jairo, un colombiano sin la camiseta de Colombia, se sienta al
lado de David.
—No me la quise poner por lo de
Neymar —admite.
—Lo pensé, aunque al final me
decidí por la camiseta de Colombia y la bandera de Brasil. Me siento orgulloso
de nuestra selección. No tengo por qué esconderlo.
Los reporteros gráficos se apiñan
como hormigas frente al túnel de salida. Los niños con las banderas de Alemania
y Brasil salen, se acomodan a uno y otro lado de la línea de mitad de campo,
suena la canción de la FIFA y los árbitros salen frente a los jugadores. Los de
Brasil se toman del hombro unos con otros. Se acomodan de cara a la tribuna
central. Suena el himno alemán y los torcedores cantan “Mil gols…”, sobre las
notas del Deutschlandlied.
—Un portugués se estaba quejando
en el hostal de que los hinchas de Estados Unidos habían irrespetado su himno.
Esto es peor —comenta David.
La pantalla termina de mostrar a
los jugadores. Lucen el segundo uniforme de Alemania, con la camiseta de líneas
horizontales negras y rojas, confeccionada por Adidas como una imitación a la
de Flamengo, equipo con la mayor “torcida” en Brasil, bajo el supuesto de ganar
simpatizantes. Hacen un “close up” sobre los hinchas teutones que forman un
parche blanco del otro lado del estadio.
Ponen el himno brasilero.
“Ouviram do Ipiranga as margens
plácidas
De um povo heroico o brado
retumbante,
E o sol da Liberdade, em raios
fúlgidos,
Brilhou no céu da Pátria nesse
instante…”.
Los torcedores lo cantan a los
gritos como hicimos los colombianos en nuestros partidos. Las voces juntas
hacen que los decibeles generen una vibración que trasmite su energía a los
jugadores.
Julio César y David Luiz
sostienen una camiseta de Neymar en reconocimiento al crack. Se toman las fotos
de rigor, los reporteros gráficos vuelven a sus puestos alrededor del campo y
los equipos se preparan para el pitazo inicial. Alemania saca. Hace algunos
pases, prueba un ataque. Es desarmada por la defensa brasilera. La “Canarinha”
lanza uno frontal. Marcelo dispara con la zurda. La bola pasa cerca al palo.
Los “torcedores” alientan a su
equipo, gastan la voz en cada cántico vivo, cada grito y gesto de emoción ante
cualquier jugada medio buena… Abuchean los pases alemanes.
Con todo y la presión de la
tribuna tengo la misma sensación de impotencia que tuve al principio del
partido Colombia Vs Brasil, solo que aquí es la “Canarinha” quien luce un poco
errática. Se ve plana en el ataque. Alemania juega con tranquilidad, al desespero
de Brasil. Su propia postura denota una cierta superioridad mental.
—Sou brasileiro con muito
orgulho… —canta la “torcida”.
Brasil vuelve a llegar con un
centro que se queda en la defensa teutona. El scratch parece quitarse la
presión alemana. David Luiz intenta un ataque desde atrás en el que impone su
físico.
—“Mil goooolllsss, mil
goooolllsss, mil gols, mil gols, mil gols, só Pelé, só Pelé, Maradona
cheirador”…
—¿Qué están cantando? —Pregunta
David.
—Mil goles, solo Pelé, Maradona
drogadicto. “Cheiro”, en portugués, es olor. “Cheirador”, es el que huele, el
que huele cocaína.
Brasil insiste. Ataca por la
punta derecha. Marcelo entra al área. Boateng lo cierra. El brasilero se lanza
en un “piscinazo”. El alemán le reclama por hacer teatro.
Cada vez que Brasil ataca la
gente se levanta de sus puestos. El rubio con el balón pintado en la cabeza
luce ansioso. Bebe de su cerveza. Comenta las jugadas con un amigo mayor.
Alemania contraataca con peligro.
Brasil roba el balón. Genera un nuevo avance. Los “torcedores” frente a
nosotros se levantan. Eso hace que nosotros también lo hagamos, y los de atrás
también. Cada fila se levanta en un efecto dominó que molesta a los
espectadores.
—Senta! Senta! —Gritan algunos
desde atrás.
La situación hace incómodo ver el
partido. Los hinchas de adelante no se sientan y David, Jairo y yo, tenemos que
movernos de nuestros puestos para tener una visual sobre el partido. Al final
terminamos de pie como todos los demás.
Por fin se sientan…
En una nueva jugada se levantan.
Hulk conduce el balón y la
tribuna grita:
—Hulk! Hulk! Hulk! Hulk!
Lo pronuncian con rapidez, de
forma que parece el llamado de un mono.
Alemania contraataca con Khedira.
Los torcedores se levantan de nuevo. La jugada termina en tiro de esquina.
Kross acomoda el balón justo al
frente de nosotros. Toma impulso. Lo patea. La bola dibuja una parábola por
encima de los defensores brasileros. Müller entra desde atrás. Patea con pierna
derecha. La bola toma en contrapié a Julio César, lo vence y goooooool.
El eco lejano de la barra alemana
nos llega. Vemos la repetición de la jugada en la pantalla.
—Müller remató sin marca
—comento.
—Increíble que se dé una jugada
así en la semifinal de un mundial —responde David.
—Se parece al gol que le metió
Brasil a Colombia al principio del partido —añade Jairo—, Thiago Silva remató
sin marca. Müller lleva cinco goles. Está a uno de alcanzar a James Rodríguez
como goleador del mundial.
Los brasileros se ven
preocupados. El equipo luce enclenque, sin fuerzas como para remontar el
partido.
—Eu, acredito! Eu, acredito! Eu,
acredito!... —gritan los fanáticos de Atlético Mineiro, acostumbrados a alentar
a su equipo de esa manera.
David Luiz le pega un codazo en
la salida a Klose. Otro brasilero le hace falta a un alemán y Joachim Löw se queja del juego brusco desde
la línea lateral.
En otro ataque de Brasil Marcelo
hace un nuevo “piscinazo”. Lahm le quita el balón de forma limpia.
Klose ataca por la derecha. Lanza
un disparo. Julio César lo ataja. El portero saca, Brasil pierde la bola.
Alemania se adelanta en bloque por el costado derecho. Hacen un pase rasante al
borde del área. Kroos lo detiene con pierna izquierda. Conduce con la derecha.
Corre hacia adelante. Lanza un pase hacia el tiro penal. Müller entra por la
derecha. La mordisquea hacia Klose. Sigue de largo. El veterano la pica. Remata
con pierna derecha. Julio César se estira. Tapa. La bola rebota. Klose la
busca. Remata junto al palo izquierdo.
Gooooooool.
—Porra! —Grita João.
—Que bosta é essa? —Se queja
Arturo.
Nos miramos con cierta
incredulidad.
—Con esto Klose pasa a Ronaldo
como el mayor goleador de las copas en toda la historia con dieciséis goles
—comenta David.
—Ahora sí se puso dificilísimo
—comento—, van veintidós minutos.
La “Canarinha” saca de medio
campo. Los jugadores lucen cabizbajos. La falta de moral es evidente en cada
uno de sus pasos cansinos. Pareciera que les pesan las piernas.
Un “torcedor” con la camiseta de
Fernandinho, ubicado diagonal a nosotros, se queda parado y lo chiflan desde
arriba.
—Senta! Senta!
No lo hace.
Otro hincha brasilero le tira un
vaso de cerveza vacío. El “torcedor” lo llama con la mano para que baje y
peleen. Otro brasilero y otro más, le tiran cosas. El “torcedor” los llama con
la mano para que bajen. Los invita a todos a bajar.
—Calma, calma e senta —Le dice
João.
El “torcedor” ni lo mira. Sigue
retando a la tribuna. Soporta la rechifla general. Finalmente se sienta. La
chica de pantalón blanco con la máscara de Neymar en la parte posterior de su
cabeza, y su amigo, también permanecen de pie. Un señor de unos sesenta años
les pide que se sienten. El joven lo recrimina con una mirada intensa. Toma el
escudo de la federación brasilera de fútbol en su camiseta y se lo muestra. Le
da a entender que hay que estar parado y gritar mucho porque ser “torcedor” de
la selección brasilera es cosa de raza.
—Filo da puta! Filo da puta! Filo
da puta! —Les gritan desde arriba.
Me volteo.
Es un hombre de unos sesenta y
cinco años con calva pronunciada, la piel clara y los ojos azules.
—El ambiente está pesado —Le digo
a David.
—Les está entrando en reversa la
derrota.
La chica del pantalón blanco con
la máscara de Neymar en la parte posterior de su cabeza permanece de pie junto
a su amigo. La situación me hace pensar en el poco respeto que le tienen los
jóvenes a los viejos, aunque los viejos a los jóvenes también les tienen poco
respeto.
Un nuevo ataque de Alemania por
la derecha. Meten un centro rasante. La bola pica una vez. Müller la cachetea.
Pica de nuevo. Kroos entra desde el borde del área. Remata de primera: un
zurdazo rasante al palo derecho de Julio César. El arquero se estira. Intenta
contener la bola. El disparo es venenoso. Le corta las manos. Infla la red.
Gol.
—Esto ya es histórico. 3 a 0 a
los veintidós minutos —dice David.
Nadie lo puede creer. Los rostros
de los brasileros son de total descreimiento.
El “torcedor” con la camiseta de
Fernandinho permanece en pie. Alguien le tira cerveza desde arriba. Todo el
mundo le grita. Hace caso omiso. Sigue llamando a sus detractores con la mano.
Fernandinho pierde el balón.
Alemania teje una sucesión de pases rápidos. Entran al área con una doble
pared. Khedira la regresa al punto penal. Julio César queda a mitad de camino.
(Deja el arco abierto). Kroos remata con derecha.
Gol de Kroos.
—4 a 0 a los veinticinco minutos.
Si antes no lo podíamos creer ahora mucho menos —comenta David.
Una brasilera empieza a llorar.
El “torcedor” con la camiseta de Fernandinho no se sienta. Le aterrizan una
cerveza llena en la cabeza. Intenta subir a pegarle a su agresor. João lo toma
del brazo. Le impide ir. El brasilero con el balón teñido en su cabellera rubia
sube a nuestra fila. Pasa frente a mí. Estira el cuerpo. Le pega un puño en la
cabeza.
Al “torcedor” le empieza a caer
una lluvia de objetos. Aun así, no se sienta.
La selección brasilera está en
shock. El dramatismo es tangible en cada uno de los rostros de incredulidad. Ni
siquiera en la cabeza del alemán más optimista estaba ir ganando el partido de
esta manera.
—Desde ya es uno de los partidos
más insólitos de la historia —comenta David.
Los “torcedores” intentan animar
a su equipo. Cantan “Mil gols…”, aunque es notorio que lo hacen con energía
disminuida. El “torcedor” sigue en pie. Le llueve otra cerveza. Un señor en la
fila de abajo, vestido con camisa elegante, le grita en español con acento de
la costa atlántica colombiana:
-Eche, eres un guevón. Eres un
gran guevón. ¿Qué estás probando? ¡Nada! Eres un guevón, un gran guevón. ¡Siéntate
y no jodas más!
El “torcedor” hace caso omiso.
Me doy cuenta que el costeño está
con su hijo, un niño de unos doce años, justo en la línea de fuego de los
objetos que le caen al “torcedor”. Un grupo de policías llega con sus bolillos
y caras de pocos buenos amigos.
—Vamos —le dice un oficial.
—¡Fuera! ¡Fuera! Va embora! —Le
gritamos.
Que lo saquen por gran guevón,
por dañar el ambiente, preferir la violencia al respeto o la tolerancia.
El “torcedor” se rehúsa. El
oficial pone la mano sobre la empuñadura del bolillo. La aprieta.
—Vamos —repite.
El “torcedor” cede. Sale
escoltado por los agentes.
Alemania ataca por el centro.
Khedira pisa el área, hace una gambeta, le rompe la cintura a Dante. Se la pasa
a Özil. Lo deja en posición de gol. El mediocampista se la devuelve a Khedira
en una nueva pared calcada al gol anterior. Derechazo cruzado. Julio César
queda a mitad de camino, como un insecto paquidérmico, al que se le dificulta
moverse.
La bola traspasa la línea de
meta.
Gol de Khedira.
—¡Cinco a cero! ¡Cinco a cero!
—David me mira con ojos luminosos—. Qué tragedia. Van veintinueve minutos.
Tiene que ser uno de los peores momentos de Brasil en la historia.
—Parece un partido de una
selección nacional contra un equipo de segunda división —respondo.
Doy un paneo general a la
tribuna. El descreimiento, la amargura y humillación es visible en los rostros
sin tono. La efervescencia del principio es ahora un silencio ruidoso que grita
con su boca de pájaro herido frente a la nada.
Unos gritos me hacen voltear.
Tres filas hacia adelante veo a la joven de pantalones blancos con la máscara
de Neymar en la parte posterior de su cabeza enfrascada en una pelea a muerte.
Lucha como una leona junto a su amigo. Otro “torcedor” le lanza un recto de
izquierda. Se lo aterriza pleno en la mejilla. La joven se lleva las manos al
rostro. Llora. A su amigo le pegan otro par de puños. Algunos otros puñetazos
vuelan alrededor de ellos. La policía llega, calma los ánimos y se lleva a la
pareja.
—Vamos embora —le dice un
“torcedor” a otro.
Los brasileros de la fila de
adelante se van con la mirada por el piso. Cientos de hinchas empiezan a
descender las escaleras e irse del estadio. Ni siquiera me atrevo a sacar la
cámara y tomarle fotos a los rostros ensombrecidos por muy históricas que
puedan llegar a ser.
—Es que no te lo puedo creer. Es
la peor goleada en una semifinal de un mundial —dice David con cierta emoción.
Luce exaltado, demasiado para mi
gusto. Hay que ser cautelosos. Es un error mostrarse alterado en un momento de
tanto dolor para un pueblo que vive del orgullo que le ha generado el fútbol a
lo largo de su historia.
Un nuevo ataque de Alemania pasa
rozando el palo.
—Qué humillación —dice João.
—Y en nuestra propia casa
—responde el corinthiano.
El toque a un pase del equipo
alemán parece hipnotizar a los brasileros. El sexto puede llegar en cualquier
momento.
Algunas filas más arriba se
enciende una nueva pelea. Hacia el centro de la tribuna hay una más. Tras la
portería de Julio César comienza otra. La incredulidad le dio paso a la
frustración y la rabia de los torcedores huele a gasolina. Es volátil y arde
con la menor chispa. Cada minuto hay una nueva pelea en algún lugar del estadio
entre brasileros que sacan su enojo con los puños.
Algunos estruendos parecen venir
de hinchas que están rompiendo las sillas de plástico.
—El ambiente está pesadísimo.
—Y tú con la camiseta de Colombia
—comenta Jairo—. Vas a tener que ir al baño y darle la vuelta.
Desecho la idea. No tengo nada
que esconder ni soy de esos que salen a correr. Prefiero ser prudente y no
mostrar miedo. Eso me ha servido en la vida. Mostrar temor, o ser indigno,
jamás…
Brasil no reacciona. Parece
víctima de algún embrujo de magia negra concebido en alguna playa bahiana en
contra de su selección, el mundial, el gobierno y la corrupción que medra en el
ambiente como larva de diente afilado. Los dioses parecen haber escuchado los
gritos de un pueblo olvidado…
Alemania expone otra serie de
pases rápidos muy precisos. Rompen la defensa brasilera.
—Qué influencia la que ha tenido
Pep Guardiola en el Bayern Múnich —comenta David—. Y sobre el fútbol alemán.
La “Canarinha” lanza un buen
ataque hacia el final del primer tiempo. A nadie parece importarle. Los
“torcedores” lucen silenciosos, se refugian en sus propios mundos, habitan ese
universo sin color en el que la derrota le reclama el balance a la victoria.
Aún no salen de la sorpresa. Por mucho que Brasil sigue atacando el destino del
partido está sellado. Jamás he visto a un equipo levantar un 5 a 0. Lo máximo
ha sido el 3 a 0 de Rusia Vs Colombia a los doce minutos de juego en el mundial
de Chile 62 que terminó 4 a 4, con el primer gol de Colombia marcado por mi
amigo el “Cuca” Aceros, quien venció al legendario Lev Yashin, la “Araña negra”,
y debe estar pensando en ese partido en
este momento.
El cuatro árbitro muestra un
minuto de adición, Brasil intenta una nueva jugada de ataque y el juez pita el
final del primer tiempo.
Los “torcedores” abuchean a la
“Canarinha”. Julio César, David Luiz, Marcelo, Hulk, Fred y los demás
futbolistas dejan el campo con la cabeza gacha. El ambiente es de tragedia más
que decepción. Se trata de Brasil, el equipo más ganador de todos los tiempos,
en su casa, en este mundial que prepararon para llegar a la final y ganarla.
—Estamos presenciando uno de los
juegos más trágicos de la historia —comento a David.
—¿Qué les puede estar diciendo
Felipão en este momento?
Levanto los hombros. ¿Qué les
puede estar diciendo aparte de levantarles el ánimo con frases que se quedarán
para el olvido?
Brasil sale sin mucho entusiasmo,
la pantalla indica un cambio en Alemania. Entra Mertesacker por Hummels. En el
“Scratch” entran Paulinho y Ramires.
El árbitro pita el inicio del
segundo tiempo. El partido comienza con Brasil al ataque. Pareciera que Felipão
logró animarlos por encima de todos los pronósticos.
Brasil ataca. Marcelo se la da a
Oscar. El jugador remata con un tiro suave. En otra jugada Fred cae en el área.
Finge un nuevo “piscinazo”. Le implora a la virgen de Copacabana, alguna otra
virgen carioca o a la que sea que lo ilumine, que el árbitro pite penal.
El juez mexicano no come cuento.
Le indica que se levante.
David Luiz escala el campo desde
atrás, se la da a Bernard. El mediocampista centra. Su disparo pasa por detrás
del arco de Neuer.
—Ya con eso habríamos descontado
—se lamenta João.
La torcida se anima.
—¡Brasil! ¡Brasil! ¡Brasil!
La “Canarinha” teje una nueva
jugada de ataque. Lucen rápidos. Oscar remata a quemarropa. Neuer la tapa.
—Porra! Con esto perdimos tres
opciones para descontar —reclama João.
Bernard entra por la izquierda,
hace una buena gambeta. Un defensor alemán lo bloquea.
Paulinho entra por la izquierda,
la bola pica en la grama. Saca un disparo templado. Nouer ataja. La bola queda
pagando. Paulinho le da un taponazo. Neuer la saca al tiro de esquina.
—Puta que pariu! ¡Brasil perdió
cuatro chances en ocho minutos! —Exclama João.
Están sin precisión en la última
jugada, pienso, aunque no lo digo.
Alemania juega a media marcha,
como si estuviera satisfecha con el marcador o tuviera compasión de Brasil. Su
actitud me parece poco alemana.
Apura un poco. Genera un nuevo
ataque con peligrosidad.
—Si le mete una goleada sin
precedentes voy a tener que salir escoltado.
—Ve al baño y te cambias la
camiseta de lado —insiste Jairo.
—Prefiero ser frentero. Cambiarla
puede dar lugar a que piensen que estoy escondiendo algo.
Alemania vuelve a llegar con
peligrosidad.
—Veo más cerca el 6 a 0 que el 5
a 1 —comenta David.
Müller patea. Julio César la saca
con mano cruzada. Los torcedores canta “Mil gols”.
Brasil parece escuchar el cántico
que viene de las glorias del pasado. Oscar se corre la línea. Lanza el centro.
Fred puede pechar el balón hacia adentro. No lo hace. La gente lo chifla.
—Ei, Fred, vai tomar no cu! Ei,
Fred, vai tomar no cu! Ei, Fred, vai tomar no cu!...
El cántico vira a:
—Ei, Dilma, vai tomar no cu. Ei,
Dilma, vai tomar no cu. Ei, Dilma, vai tomar no cu.
—¿Qué están diciendo? —Pregunta
David.
—Se refieren a Dilma Rousseff, la
presidenta de Brasil, le dicen que se vaya a tomar por el culo. He oído que si
Brasil ganaba el campeonato salía reelecta. Si no, pierde la reelección.
Maicon entra por la izquierda,
domina, hace un regate. Se tira. Los alemanes le piden al árbitro que le
muestre una amarilla por fingir.
¿Desde cuándo a acá los
brasileros se volvieron “piscineros”? la situación me lleva a pensar en todos
esos “torcedores” que criticaron a Felipão por traer al mundial a un equipo
demasiado joven. Dejó a las estrellas por fuera bajo la presunción de que les
gusta mucho la rumba. Igual criticar al capitán durante el naufragio es
injusto. Ya habrá tiempo de hacerlo. Eso sí, la prensa brasilera y la torcida
serán implacables.
Klose sale. La pantalla lo
muestra bebiendo agua. Otra cámara enfoca a Ronaldo en una de las cabinas del
estadio con un micrófono frente a la boca.
Alemania ataca de nuevo. Julio
César salva la puerta de Brasil. La “verde-amarela” responde. Paulinho hace una
chilena que sale desviada.
Entro en un silencio profundo. A
este punto me importa la forma en que voy a llegar al hotel. ¿Qué va a pasar?
¿Cómo asumirán la paliza los brasileros? Esto es un “Mineirazo”. Espejo del
“Maracanazo” en el que Brasil perdió la final del mundial de 1950 con Uruguay
por 2 a 1 y hubo centenares de muertos.
Alemania lanza un ataque por la
derecha. Lamb la recibe en el área. La filtra en un pase de la muerte a
Schürrle. El delantero patea. Toma a Julio César a contra pierna. El disparo lo
vence.
Gol.
—Esta es la peor derrota del
fútbol brasilero en la historia —señala David.
No respondo.
João luce en un trance
silencioso. El corinthiano también. A donde mire encuentro caras largas.
Miradas de tristeza, descrédito y bochorno. Dudú y Arturo bogan una nueva
cerveza. La borrachera parece aplacarles el dolor. Los ojos llorosos del
“torcedor” con el peluqueado del balón son el reflejo de un sentir general. Un
chileno llega, le acerca la cabeza hacia su pecho. Lo consuela.
El partido trascurre en la mitad
del terreno. Los espectadores alemanes saltan sin descanso del otro lado del
estadio. El silencio persiste.
—Y en nuestra casa… —lo rompe
Dudú.
David Luiz hace un aire. Müller
le gana el balón. Terminan enfrentados a palabras.
La frustración de la hinchada se
traduce en nuevos cánticos. Vienen de torcedores ubicados en otros lados del
estadio. Los que están a mí alrededor guardan silencio. No hay nada que decir.
Encajar el golpe. Terminar de vivenciar la pesadilla. Alejarse del momento.
Esperar a que el tiempo le eche segundos encima, lo cubra con la cura del olvido.
Es lo que se hace con todo lo que se vuelve inevitable.
Alemania lanza un nuevo ataque
por la punta izquierda. Schürrle se la pasa a Müller. El delantero se voltea
con la marca de Marcelo. Logra devolver el pase a un extremo del área. Schürrle
duerme el balón con la izquierda. Lo deja picar. Remata un riflazo con pie
derecho: pica en el horizontal, vence a Julio César, entra al arco de pica
barra y se enreda en la red.
—¡Esto es de no creer! —Exclama
David.
João se levanta. Aplaude. El
estadio entero alaba la victoria apabullante de Alemania.
Cuando una superioridad se vuelve
tan notoria el perdedor hace la venia. Por suerte esto no es el circo romano y
el emperador no bajará el pulgar en señal de muerte para los derrotados.
Rodarán cabezas de otra forma. Una
en la que entrenador y jugadores perderán el puesto. Es bueno saber que por lo
menos algunas cosas han mejorado en este mundo plagado con desilusión…
—Alemania está jugando a media
marcha. Si acelerara un poco nos meterían diez —dice el “torcedor” con el
peluqueado del balón.
Los teutones se hacen pases. Los
propios brasileros le cantan el ole a su equipo.
—Qué humillación –admite João.
Ramires hace un tiro desde fuera
del área. Neuer lo ataja. Toma la bola en las manos. Saca con el brazo hasta
media cancha. La bola le vuelve en la siguiente jugada. Oscar lo empuja. Neuer
ni se inmuta.
—Ese portero tiene huevas de toro
—comenta David.
Abren el micrófono del estadio y
un hombre da indicaciones en alemán.
—Seguro le habrán dicho que
salgan antes —comenta Jairo.
—Más bien que salgan después —lo
contradigo.
Hacen el anuncio en inglés.
—La Federación Alemana de fútbol
sugiere a los hinchas alemanes permanecer en el estadio una vez acabado el
juego, y estar atentos a las nuevas instrucciones.
Brasil espera el final del juego.
Todo mundo quiere que termine. Los torcedores jamás han visto a Brasil perder
así. Tiene que ser la derrota más traumática desde el “Maracanazo”. Y eso que
en esa época no había señal de televisión. Esta la está viendo todo Brasil. El
mundo entero.
Oscar tiene una nueva jugada.
Remata desviado. Brasil teje un avance que se parece al cuarto gol que Carlos
Alberto le metió a Italia, a pase de Pelé, en la final del Mundial México 70.
Oscar remata por arriba.
Neuer saca rápido. Alemania
contragolpea. Le filtran un pase a Özil entre David Luiz y Marcelo. Queda mano
a mano frente a Julio César. Remata a un lado. La bola lame el palo.
—Era el 8 a 0. Algo así ya
hubiera sido ridículo —David enciende el grabador de su celular, hace un paneo
de la cancha, lo voltea. Le habla al lente—. Estamos presenciando historia, un
7 a 0 de Alemania - Brasil en la semifinal del mundial 2014. Un auténtico
“Mineirazo”. Los brasileros están llorando, el ambiente está pesadísimo en el
estadio, solo esperamos que no haya muertos…
Brasil contragolpea. Pase al vacío. Oscar pica por la izquierda. Entra al área. Hace una finta hacia adentro. Boateng pasa de largo. La bola corre hacia el punto penal. Oscar la busca. Manda un derechazo cruzado. El disparo supera a Neuer. Infla la red.
Los brasileros lo celebran sin
entusiasmo.
—A la hora que llega —comenta
João.
El gol de la honrilla a estas
alturas es como ganarse el nobel un día antes de morir, luego de haber usado
una letra escarlata durante toda la vida.
El cuarto árbitro indica dos
minutos de adición. El juez ni siquiera los da. Pita el final del partido.
Algunos jugadores de Brasil se lanzan al piso. Cubren su rostro con las manos.
Lloran. Lloran como algunas otras personas y el “torcedor” con el peluqueado
del balón, a quien se le escurren las lágrimas.
El chileno toma su cabeza entre
los brazos. Lo consuela de nuevo. Debería hacer lo mismo con João. Ni siquiera
encuentro las fuerzas. Los brasileros tampoco encuentran el ánimo para
levantarse. Pareciera como si la derrota los hubiera dejado atontados, lelos,
dormidos, como el boxeador que se despierta y se da cuenta que lo llevaron a
besar la lona.
Poco a poco empiezan a dejar el
estadio.
—Me voy. Cuídense —dice David.
—¿Qué vas a hacer? —Pregunta
Jairo.
—Tal vez esperar y salir con los
alemanes. O no, qué va. Me voy de una vez.
Seguimos a los “torcedores”,
bajamos, ubico el sector por el que entré, me despido de Jairo y camino con
cierto apuro. El resguardo de la bandera de Brasil me hace pasar inadvertido en
la penumbra. “Torcedores” con caras que hubieran podido terminar en los cuadros
de Edvuard Munch, la mayoría silenciosos, escalan la calle junto a los
restaurantes. Llego a la intersección. Bajo con el mismo paso apresurado. Llego
hasta las bardas del primer control policial.
Una joven se me aproxima con
rapidez. Me mira a los ojos. Le brillan. Es hermosa.
—¿Eres colombiano?
—Sí.
—Soy reportera de un canal de
Claro. Nos das una entrevista —pide con acento antioqueño.
El camarógrafo ubica el lente con
la estación de MOVE al fondo.
—En Colombia le estaban haciendo
fuerza a Alemania. Usted se la hizo a Brasil. ¿Por qué?
—Los brasileros son gente muy
querida. Le hicieron fuerza a Colombia en los partidos de la primera ronda y
contra Uruguay. Lo que pasa es que Colombia se equiparó a Brasil y quedamos
resentidos con el juego brusco y el arbitraje de los octavos, pero los
colombianos siempre hemos sido “brasilerófilos”.
—¿Está triste?
—En shock, aunque soy cronista y
me siento privilegiado al haber podido vivir uno de los partidos más
importantes de la historia.
—¿Ahora qué?
—Volver lo antes posible al
hotel. El ambiente adentro del estadio estaba muy pesado. No se sabe cómo van a
tomar la derrota los torcedores.
Me agradece y comenta fuera de
cámara, que el director les prohibió salir del hotel. Lo señala al otro lado de
la calle.
—Ya nos vamos a guardar —añade.
Nos despedimos, compro el pasaje,
entro a la estación y me embuto en el primer bus número 50 entre otras personas
que lucen la camiseta “verde-amarela”. Por fortuna la mayoría son extranjeros.
El bus para en la siguiente estación. Cinco torcedores entran a los empujones.
Nos espachurran aún más entre el corredor del bus, al punto en que la barriga
de un californiano me presiona. No tengo espacio para quitármela de encima. Hablamos
algunas cosas al tiempo en que los “torcedores” golpean el techo del bus con
las palmas. Cantan “Mil gols…”, en un alto estado de ebriedad.
—¿Vas a la final? —Pregunta el
californiano.
—Voy a Río. La veré en el “Fan
Fest”. ¿Tú vas?
—Sí, tengo boletas. Mi hermana
trabaja en Johnson & Johnson y me dio unas de cortesía.
—¿No tienes una que te sobre?
—Solo me queda la mía. Aunque te
la podría dar. Todo depende de cuánto estés dispuesto a pagar. Se están
vendiendo en quince mil dólares.
—No pagaría un centavo. Detesto a
los revendedores.
Los torcedores siguen cantando.
No dejan de saltar. El bus llega a la estación de la “rodoviaria”. La mayoría
de personas se bajan.
Una Brasilera sube. Ve la bandera
de Brasil.
—Qué vergüenza. Debería darles
vergüenza por el resto de la vida.
El bus cierra sus puertas.
Cristina Santos me saluda con su sonrisa triste detrás del vidrio. Luce una
camiseta con el rombo azul de la bandera y su leyenda: “Ordem e progresso”. Sus
párpados maquillados y labios pintados de rojo brillante al contraste de su
piel morena, la hacen ver hermosísima.
Quedo perplejo por la casualidad.
Atino a decirle que suba. Obvio. Es imposible. Niega con el dedo. Está en
compañía de una adolescente que me mira con interés. Hace señas de que se van a
casa. El bus se pone en marcha. La pierdo de vista. Quedo aburrido. Con una
sensación de vacío peor a la de antes. Las calles del centro lucen desoladas.
El bus para en la estación de la avenida Amazonas. Desciendo. Camino por la rua
dos Carijós en compañía de algunas otras personas que se bajaron y vuelven con
premura. Algunos vagos con harapos nos miran con intensidad desde sus cambuches
compuestos de colchones acomodados en la acera.
Doy los últimos pasos. Entro al
Comodoro Tourist Hotel. Romualdo está viendo Globo TV con otro de los
empleados.
—Mira lo que está pasando en las
afueras del Mineirão.
Las imágenes muestran a la
policía correteando “torcedores” que causan disturbios.
—¿Cómo pudo pasar algo así?
—Es inexplicable. Algunos
huéspedes salieron a mitad del tiempo, vinieron por sus maletas e hicieron el
“check out”.
Subo al noveno piso con la
incredulidad atorada en medio del pecho. Entro a Facebook y escribo:
“Con completo descreimiento. Los
brasileros no lo podían creer. Con el 5 a 0 a los veintinueve minutos del
primer tiempo algunos se fueron. Luego empezaron las peleas. Entré en un
silencio profundo. Tuve miedo porque tenía la camiseta de Colombia y podían
empezar a echarme la culpa puesto que Zuñiga lesionó a Neymar. Tan pronto acabó
el partido empezaron a llorar. Salí del estadio, caminé con prisa y tomé el bus
al centro de la ciudad. Acabo de llegar al hotel. Afuera hay un ambiente en el
que cualquier cosa puede pasar. Sorprendido aún al haber presenciado uno de los
partidos más históricos del fútbol mundial. Un “Mineirazo” era posible pero no
por 7 a 1…”.
Llamo a mamá a Bogotá.
—¿Puedes creer lo que pasó?
—Ese equipo alemán es
impresionante. Jugaron con una seguridad absoluta. Unos pases perfectos. No
tenían nada que hacer los brasileros. Y qué bien que los hayan goleado ya que
se manejaron muy mal con Colombia. Se lo merecían. Incluso Pelé dijo que el
fútbol que jugó Brasil en esta copa es terrible. Jugó al que más patadas diera.
Aquí todos quedamos muy contentos.
Cuelgo.
Incluso mamá está en contra de
Brasil. Me hubiera encantado saber qué diría papá. Hace cuatro años, por esta
misma época, le dio el infarto que aceleró la fibrosis pulmonar. Ese maldito
monstruo mudo que se lo llevó en seis meses.
Pensar en él me pone aún más
triste. A mi soledad la aumentan las sirenas y gritos que se escuchan por fuera
de la ventana.
Vuelvo a Facebook. Cristina
escribió: “To triste e feliz ao mesmo tempo pq te vi! Decepcionada pelo Brasil.
Não jogou nada. Foi muito triste e humilhante pra todo povo brasileiro”.
Me comenta que estaba con su
prima, ya está de regreso en Pampulha y se fue de la praça Savassi porque
empezaron las peleas y la policía tiró unas bombas de gas lacrimógeno.
Las publicaciones de los muros
muestran a los colombianos felices:
Federico López pone: “El único
alemán que les puede ayudar en este caso a los amigos brasileros es
ALZHEIMER... Y les toca irse en un bus Mercedes Benz???... Muy cagado Neymar
que tiene un Pastor Aleman!!!...”. (Acompaña el chiste con el montaje de una
foto del astro brasilero acurrucado en la cancha con un perro que lo monta por
detrás). Termina con este: “Amigos brasileros no deberían estar tristes... si
jugaron muy legal!!!”.
Siro Pérez subió una foto del
equipo alemán con los nombres de los jugadores de Colombia. Escribe: “Gracias
Alemania. Toda Colombia feliz. Este partido es por ustedes. Se hizo justicia”.
Tiene una de Neymar con el pulgar levantado. Dice: “Gracias Zúñiga por sacarme
de este mierdero”. Viene firmada por noticias Millos.net.
María Bolaños escribe: “Sí, sí
Alemania... Sí, sí, Justicia... ¡Grande Deutschland!... Alemania le manda
preguntar a Colombia que si así está bien o si le meten más goles a Brasil…
Alemania tiene 45 millones de habitantes más. Y somos colombianos... Qué
alegría… Brasil, Alemania tu papá. Y lo de Yepes sí era gol…”.
“Papo” genera algunas imágenes
con las que se burla de la derrota. Luego escribe: “Terminó el viaje de Brasil
en el mundial. Como un fervoroso hincha de mi selección hoy me desahogué con
humor por lo que percibí en el contexto estrictamente futbolístico como
justicia. No se sí lo sea, pero es la esencia del hincha y del deporte, la
competencia.
Ahora, yo fui uno de los
afortunados que pudo acompañar a Colombia en su viaje por Brasil, y como
colombiano y turista fui atendido increíblemente y bienvenido por cada uno de
los Brasileros que conocí en dos semanas. A todos mis amigos brasileros, esto
es solo fútbol, el guayabo pasa, gracias por su hospitalidad, tienen un país
hermoso y ojalá volvamos a ver ese “jogo” bonito pronto para encontrarnos en la
cancha y dar un buen espectáculo”.
Leo algunas respuestas a mi
publicación:
Felipe Rodríguez-Mattern: “Usted
es muy de buenas, pero hágase el fa y no salga, y quítese la camiseta joven, no
va y sea...”
Diana María Valencia Duarte: “Eduardo,
qué tontín o qué valiente, no hagas eso hombre, por dios”.
Álvaro Parra Hernández:
“Situación difícil la del pueblo, y ahora, cuando termina el circo y tienen que
regresar a la realidad de conseguir el pan, la tensión se sube al límite”.
Andrea Borraez: “¡Qué susto! ¡Y
qué increíble el marcador! ¡Nadie se lo cree!”.
Ale Diaz. “Se salvó de que lo
convirtieran en antorcha humana”.
Bruno Giraldo Salazar: “Más varón
ud que se va con la “amarela” de Colombia... Pero creo que presenció el mejor
partido de la historia alemana, y de los más importantes de la historia del
fútbol”.
Papo: “Wow Bech, cuando pensamos
que nada más increíble podía presenciar... pasó y ahí estuvo usted. Ojo estos
días por allá”.
Miguel Alberto: “Bechi ten
cuidado porke están realmente desconsolados”.
Claudia Mar Ruiz: “No puede
reinar el miedo frente a una derrota clara, contundente y justa. Brasil asimila
una lección durísima. Es una nación que va a demostrar —con la gracia y alegría
que los distingue—, que perder un partido de futbol en un mundial no va a
igualar el costo y el dolor que su gobierno le causó a los pobres que fueron
afectados por su ambición de ser una super-nación anfitriona (en vía de
desarrollo)… Lección aprendida sin violencia. Saber perder es anotar el más hermoso
gol”.
Alexandra Velandia: “A Brasil le
paso lo q le paso por jugar sucio con COLOMBIA... Porq quien merecía haber
estado jugando con Alemania no eran ellos… Dios es justo y no se queda con
nada, y se sabía q Brasil tenia q perder...”.
Haydee Bejarano de Cadena: “Como
escritor has puesto en evidencia lo vivido. Qué buen relato. Tan bello. Brasil.
Qué triste, qué dolor de verlos tan humillados, ¿no? Que miedo que te hubieran
dicho algo de Colombia, pero creo que ellos sabían que fue injusto para Colombia
haber perdido este partido ante un Brasil tan flojo, con tan poco futbol”.
Nilda Del Carmen Guiñazu:
“Realmente el mundo se sorprendió, nadie esperaba ese resultado, esa primicia
en un mundial. ¡Qué peligro! No lleves puesta la camiseta de tu país, lo pueden
tonar como una provocación. Hay que cuidarse”.
Neuza Miranda: “Tbem sugiro que
não use a camisa. A revolta tomara conta do país e o jogador Zuniga será
lembrado para sempre. Estamos perto das eleições e com a derrota histórica em
breve manifestações irão acontecer. Perder faz parte más a tristeza e a
humilhação tomou conta de todos nós. Ainda me resta um medo, se jogarmos contra
a Argentina e perdermos, a humilhação será completa. O Brasil não merecia”.
Carmen Carrillo: “Fue inesperado.
La fe de los brasileños en su selección era demasiada. El fútbol desborda las
pasiones. Vaya con cuidado, compañero, no le vaya a tocar ser blanco de
agresiones”.
Luis Eduardo Ramírez: “La
prudencia es la mejor consejera en esto casos”.
Florencia Lagos: Qué miedo amigo.
Cómo reaccionará Brasil con las protestas más la caída del campeonato… No
lleves tu camiseta favorita puesta...”.
Cesar Hidalgo Vera: “Me estaba
acordando. Podrías hacer “Aguafuertes”, como Roberto Artl.
Algunos otros amigos me piden que
escriba una crónica.
Entro a eltiempo.com. Su portada
expone la humillación sufrida por Brasil. El periódico “Folha na copa”, titula
la noticia como “Masacrados. Alemania destruyó a Brasil 7 a 1 y va para su
octava final”. Otros diarios brasileros titulan la derrota así: “Vergüenza e
humillación histórica”, “Eterna deshonra”, “Brasil es humillado por Alemania,
toma un 7 a 1 y sufre la mayor goleada de su historia”, “Alemania le da una
paliza histórica a Brasil”…
Llamo a Fernando Barrera a
Bogotá. Le comento que aún no salgo del asombro.
—Pueden pasar décadas para que
Brasil se recupere del golpe —comenta—, pero tendrá que hacerlo. La vida sigue.
—¿Qué va a pasar con los
jugadores del Brasil? Serán recordados por siempre como los responsables del 7
a 1.
—Por fortuna juegan afuera de
Brasil.
—Algunos no. Fred, el más
abucheado, es de Fluminense.
—Tendrá que cargarla a cuestas.
—Los demás también. Esta derrota
no se las quita nadie.
—La vida es así…
Veo la repetición del partido en
TV Sports. Revivo cada uno de los momentos en los que Alemania practicó ese
juego de pases rápidos y precisión matemática.
Hacia la media noche leo por
Facebook que reportan un muerto en Río de Janeiro. En São Paulo hay quema de
buses, disturbios y saqueos. Pongo el noticiero. Muestra las imágenes de una
fila de buses ardiendo entre la negrura de la noche. Algunas otras tomas son de
peleas en la Praça Savassi y de disturbios en Copacabana.
Sirenas esporádicas y gritos se
siguen escuchando afuera. Me cepillo los dientes, apago la luz del cuarto y
entro a la cama. Recuerdo el artículo que habla de los jugadores del Brasil que
hicieron parte del “Maracanazo”. La forma en que la derrota moldeó su
existencia. Tuvieron que cargarla a cuestas por el resto de sus vidas. A donde
fueron, siempre hubo alguien que se encargó de recordarles su fracaso. Supongo
que estos jugadores serán recordados por el 7 a 1. A donde vayan habrá alguien
que diga: “Ese es uno de los del 7 a 1”.
-“Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô”…,
“Mil gols…”, y los demás cánticos aún retumban en mi cabeza. Curioso que la
derrota de Brasil sea ahora la pesadilla. Hace unos días su victoria era
pesadillesca en medio del llanto de Colombia. Una serie de sentimientos
encontrados soplan su viento a través de las ventanas. Enfrían mi cuerpo.
La soledad me pega con su fierro
invisible. Es la vida que elegí, no me puedo quejar. Ser testigo directo de los
acontecimientos tiene un costo.
Imagino lo qué deben estar
sintiendo los jugadores brasileros. Pasaron de héroes a peores villanos del
mundo. Sus vidas jamás serán lo mismo. Fred es, desde ya, aquel delantero que
jamás hizo un gol. Sus pucheros de niño regañado lo acompañarán en el recuerdo.
Hulk, aquel hombre temible de sombra opaca. Su reflejo se ríe de él en el
espejo. Bernard, intentó caminar en los pasos de Neymar. Y el terreno se volvió
arena movediza. Dante, observador de ojos bien abiertos. Aún no sabe a qué hora
terminó en las fauces de la mantis. Oscar, autor de la honrilla, dilapidó tres
goles que hubieran podido intentar un equilibrio de balanza. Julio César, aquel
gran portero que nada tuvo que ver en los siete goles, es: víctima-villano.
Llora en silencio tras los cánticos de aliento… La vida es terrible en ciertos
momentos. Me voy quedando dormido en medio de los gritos…
www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
Comments
No estuvo convenciendo mucho Brasil y desde aquel muy polémico juego inaugural ante Croacia, se veía que muchas limitaciones en el equipo iban a ser sobrepuestas con ciertas ayudas arbitrales. Fueron sobrellevando los partidos, sin convencer pero saliendo adelante, hasta que se enfrentaron Al Rival. Curiosamente, el hecho de que Ronaldo y Klose se hayan visto las caras en una final de Copa del Mundo 12 años atrás, donde el final fue completamente distinto y además Ronaldo agregó dos goles más a su récord, y aunque esta vez solamente Klose lo estuvo en cancha, Ronaldo presenció desde el palco, cómo era destruida su selección a la misma vez que su récord de goles por parte de un rival que logró vencer en el pasado.
Este partido-acontecimiento histórico, simplemente un espectáculo sin igual, que para muchos no fue espectáculo porque para ser espectacular debe haber cierto nivel similar entre ambos contrincantes y en este caso no lo hubo, pero sí espectacularidad en cuanto a una sorpresa llevada a un nivel jamás imaginado por nadie, es de lo mejor que este deporte haya brindado a mis sentidos, no lo podía creer.
Los mismos brasileños aplaudieron que Alemania venciera en la Final a una Argentina que no deseaban ver campeona en sus tierras.
Muchas gracias por compartir esta anécdota, que a su vez para ti fue triunfo, considerando lo peligroso que pudo ser tener tu camiseta por encima de los riesgos que pudo conllevar tenerla, además del ambiente con pleitos entre los mismos brasileños que relatas. Gracias y saludos desde México (como bien sabrás, también rival de grupo de Brasil).
Guillermo.