Victoria a punta de corazón – Colombia 3 – Costa Rica 2 – Por: Eduardo Bechara Navratilova


Termino de leer los comentarios que algunas personas me dejaron en Facebook como respuesta a la actualización de mi perfil en la que escribí: “Escandaloso e imperdonable lo del tal “Bolillo” Gómez, director técnico de la selección colombiana de fútbol, al golpear una mujer”, me pongo la camiseta amarilla de la selección y contesto el citófono del apartamento. Julio me indica que el taxi ya está abajo. Apago el computador, tomo la cámara fotográfica, mi libreta de apuntes y un par de esferos que guardo en los bolsillos de mi chaqueta marrón, junto a las bOlétas del partido entre Colombia Vs Costa Rica por los octavos de final del mundial Sub – 20 Colombia 2011.

Bajo al primer piso y salgo al sol de la tarde bogotana. Llamó a Fernando Barrera y le pregunto dónde está. Responde que va por la Once, a una cuadra de bajar por la calle Ochenta y siete. Le digo al taxista que me espere un minuto y aprovecho para enviarle un mensaje de texto a Juan Pablo Hoyos, donde le informo que estaremos en su casa en menos de diez minutos.

El Audi A 4 aparece bordeando los eucaliptos frondosos del parque Japonés y le pido a Julio que le vaya abriendo la reja. Barrera llega, parquea y sale. Nos damos un abrazo, nos embarcamos y le indicamos al taxista que nos lleve a la Once con Setenta y ocho.

—¿Cómo te pareció la renuncia del “Bolillo”? —me pregunta.

—Era lo mínimo que podía hacer.

—¿Yo no sé cómo se la aceptaron? —añade el taxista subiendo por la calle de edificios de ladrillos y urapanes que adornan el separador—. Sin “El Bolillo” ya no vamos a clasificar al mundial.

—Le pegó a una mujer —responde Barrera.

—Quién sabe qué le hizo esa vieja para que él le pegara —argumenta el taxista—. El problema fue que el tipo se dejó pescar. ¿Cómo es posible que los jóvenes que lo vieron no lo hayan ayudado? En vez de eso lo iban a cascar y terminaron “sapeándolo” con la prensa—. Barrera y yo nos miramos y nos sonreímos—. Una cosa es su vida privada y otra muy distinta lo futbolístico —añade entrando a la avenida congestionada.

—Él es el líder de un grupo de jóvenes —insiste Barrera—. ¿Cómo le va a exigir conductas apropiadas a sus jugadores si no tiene autoridad moral?

—Por primera vez en la vida me había gustado “El Bolillo” como director técnico de la selección —digo ante los ojos incisivos del taxista puestos en el espejo retrovisor—. El equipo que armó para la copa América de Argentina jugaba un fútbol novedoso y rápido, muy diferente al juego “maturanezco” lento y hacia los lados. Lo que pasa es que esto supera el ámbito futbolístico, aquí está en juego el concepto de nación y eso prima sobre clasificar al mundial. El tipo la cagó. Su conducta muestra que ha estado acostumbrado a pegarles a las mujeres durante toda su vida.

—Aparte hay otros técnicos que también nos pueden llevar al mundial —añade Barrera—. ¿Viste quién está sonando?

—Leonel Álvarez, un gran futbolista, el íntimo amigo de Pablo Escobar con René Higuita. En la década de los noventas le iban a hacer visita al capo en “La catedral”, después aparecían en el Palacio de Nariño recibiendo medallas de la mano del presidente Cesar Gaviria. Por eso es que no hay que sorprenderse del país que tenemos.

—También están hablando de Alexis García y Gerardo Martino, el entrenador de Paraguay que renunció luego de perder la final de la Copa América con Uruguay.

—A mí me gustaría alguien como Marcelo Bielsa. En algún momento sonó como D. T. de la selección Colombia pero la Federación Colombiana de Fútbol no lo contrató por alguna razón y se fue a dirigir a Chile. Terminó clasificándolos al mundial Sur África 2010. Cuando era D. T. de Argentina el equipo jugaba un fútbol vertiginoso. Desde que dejó de serlo no volvieron a ganar nada.

—Para clasificar a Colombia al mundial se necesita un entrenador nacional porque los jugadores de Colombia no le hacen caso a los técnicos extranjeros. ¿Saben quién decía eso? —pregunta el taxista—. El doctor Gabriel Ochoa. “El Bolillo” clasificó a Ecuador al mundial y allá lo aman —añade y acelera tras el tráfico de busetas y ejecutivos que dejan nubes de smog a su paso.

Seguimos avanzando de forma lenta bajo algunos edificios de oficinas con vidrios polarizados que se levantan en el elegante sector capitalino. Atravesamos la Ochenta y cinco (adoquinada de ahí para abajo hasta la autopista), cruzamos otras intersecciones y nos detenemos en el semáforo de la Ochenta y dos, frente al centro comercial Andino. El chofer de una buseta se baja en el carril de la derecha, abre su bragueta y empieza a orinar escondido detrás de la puerta.

—¡Mira! El “man” se está echando una “meadita” —le digo a mi amigo.

Barrera lo mira, abre sus ojos, los voltea hacia mí, se ríe y vuelve a mirar al tipo. El busetero sostiene su pantalón con una mano y con la otra busca algunas cosas en el tablero del vehículo.

—Lo más simpático es que intenta disimularlo —dice Barrera negando con la cabeza—. Este país es un circo.

Nos bajamos en la calle Setenta y ocho, le pedimos al portero que nos llame a Hoyos y lo esperamos frente a su edificio. Mi reloj indica las 6:05 p.m.

—¿Cómo te parecieron las respuestas del taxista? —pregunta Barrera.

—Muy propias de nuestra idiosincrasia. Preciso algo así tuvo que pasar en pleno mundial.

—Yo sabía que íbamos a tener algún escándalo. Pensar que todo iba a salir bien era mucho pedir. ”El Bolillo es el veedor del mundial, ¿puedes creerlo?

—¡Qué horrible! Siempre nos destacamos por estas cosas. ¿Sabes en dónde estaba yo en 1994 cuando recibí la noticia de que habían asesinado a Andrés Escobar? —Subo las cejas—. En Madrid. Los españOlés me cuestionaban en qué clase de país podían matar a alguien por meter un autogol en el mundial. Ni siquiera sabía qué responder.

Hoyos baja con una cerveza Ágila para cada uno, nos embarcamos en su camioneta KIA y vira por la Novena hacia el norte.

—Hoyito, ¿qué tal le pareció lo que hizo el Bolillo? —digo destapando mi lata de cerveza.

—Se que le pegó a una vieja en un bar del centro.

—Los testigos dicen que le dio cuatro puños como si ella fuera un hombre —añado bebiendo un sorbo.

—Es algo inaceptable —comenta virando por la ochenta y una para tomar la Once hacia el sur—. ¿Cómo es bien la cosa?

—El tipo fue a un bar con una vieja, se tomaron media de aguardiente y salieron. Bajaron una cuadra y empezaron a discutir. Él empezó a pegarle. Unos chinos que lo vieron estaban indignados y le querían dar en la jeta. El “man” que cuidaba los carros lo defendió y lo ayudó a parar un taxi. “El Bolillo” le dio cien mil pesos por la ayuda, pero la vieja se tuvo que devolver al bar porque había dejado la cartera.

—¿Quién era la vieja?

—La moza, el tipo la hizo completa —añade Barrera desde el puesto de atrás—. Lo peor es que el evento hubiera pasado inadvertido si no es porque los testigos llamaron a la W.

—El tipo es un chabacán. Me parece normal que salga con algo así. Él ya había tenido problemas en el pasado, creo que se dio puños con un periodista porque lo llamaron “rosquero” y en Ecuador le pegaron unos tiros —añade Hoyos.

—¿Quién sabe por qué sería? —pregunto.

—Seguro que no fue por ser un angelito —responde Barrera—. Lo que es claro es que ya no es apto para dirigir la selección.

—Lo mismo dijo Gabriel Meluk en El Tiempo: que lo del “El Bolillo” no se puede justificar, demuestra la clase de personalidad que tiene y que quedó marcado con un INRI.

—Nosotros sabemos lo que quiere decir “coach” en inglés, de ahí viene la palabra ´coaching´: alguien que es un guía para otros —dice Barrera.

—La responsabilidad de un entrenador también es formar personas. Sobre todo a estos futbolistas colombianos que aparte de entrenarlos hay que educarlos —responde Hoyos.

—Eso mismo dice “El Cuca” Aceros —añado.

—¿Qué opina él de esto? —pregunta Barrera.

—Ahora le pedimos su teléfono a mi tío y lo llamamos —respondo—. Lo peor es que “El Bolillo” no hubiera renunciado si no es porque Saab Miller lo obligó.

—Claro, tuvo que venir una multinacional extranjera a exigir su renuncia porque la Federación Colombiana de Fútbol no la quería aceptar —añade Barrera.

—Normal. Somos un país muy permisivo y de memoria corta. ¿Qué se puede esperar si aquí no renunció Ernesto Samper cuando le probaron la entrada de dineros del narcotráfico a su campaña presidencial? ¿O por qué no está en la cárcel Samuel Moreno por los robos que hizo como alcalde de Bogotá? Acá todo se arregla de otra manera, de lo contrario las cárceles del país estarían llenas de políticos corruptos a los que se les han probado sus delitos.

—No debería ser así, lo triste es que estas cosas se transmiten de generación en generación —responde Barrera.

—Lo que queda claro es que en el caso particular de “El Bolillo” el tipo ha estado acostumbrado a pegarles a las mujeres durante toda su vida. Es su naturaleza.

—Como en el cuento del escorpión —agrega Hoyos tomando la Once hacia el sur.

—Esa fábula la usamos en “Un abrazo a mi reflejo”, el cuento que Eduardo Bechara Baracat y yo escribimos a cuatro manos, y está publicado en su libro “Creaturas del Mandala”.

—¿Cómo es? —pregunta Barrera.

—Hay una isla que se está quemando y un escorpión le dice a un sapo: “Ayúdame a cruzar el río”. El sapo le responde: “¿Por qué habría de hacer eso? Si te llevó me picas”. “¿Cómo se te ocurre? Si te pico ambos nos morimos”, argumenta el escorpión. Al sapo le parece lógico y lo monta en su espalda. En la mitad del río siente el aguijonazo en su espinazo, se voltea y le dice al escorpión: “¿Por qué hiciste eso? Ahora los dos nos vamos a morir”. ¿Sabes qué le responde el escorpión? —pregunto en dirección a Barrera—. “No pude evitarlo. Es mi naturaleza”.

—Sí, el tipo es así. Lo chistoso es que hay algunas mujeres defendiéndolo. La periodista de la W que sacó la noticia a la luz dijo que una cosa es lo personal y otra lo deportivo —dice Barrera.

—Así como lo dijo el taxista. Ese argumento es el caballito de batalla de quienes pretenden defenderlo. En mi cuenta de Facebook se armó un debate entre algunas amigas mías.

—¿Qué decían? —pregunta Hoyos.

—Una decía que la lección era para él y para todos los colombianos fanáticos del fútbol y la selección. Aducía que al “Bolillo” le había faltado tOlérancia, cordura y respeto, pero también pedía tOlérancia, cordura y respeto hacia él. Se preguntaba qué cosas le habría hecho la señora para que él la cogiera a golpes. Terminó diciendo que la culpa era de los dos y que obviamente la cosa había sido producto de que ambos estaban pasados de copas —digo subiendo los hombros—. Mi otra amiga le respondió que el problema era mucho más profundo que la tOlérancia. Decía que con los valores y el respeto no se puede ceder, y que las cosas son correctas o incorrectas cuando se trata de principios. Adujo que si “El Bolillo” sabía que pasado de copas es capaz de llegar a ese extremo no debería ni salir, ni tomar. Insistía en que no se puede ceder en esas cosas ya que una gran mayoría de mujeres colombianas padecen de ese tipo de viOléncia, y que si no se castigan de forma pública estos actos, las cosas nunca van a cambiar. Terminaba diciendo que es momento de hacer un cambio y dejar de justificar el machismo. Que hay maneras de lidiar con mujeres groseras pero que la viOléncia no es una de ellas. Yo terminé mediando y escribí que en Colombia se aceptan y perdonan actos que en otros países serían intOlérables. Les dije que el problema era de fondo y era coyuntural.

Seguimos manejando entre el tráfico pesado hasta la avenida Chile y bajamos por la Setenta y dos. Hablamos de algunas otras cosas y Barrera nos cuenta cómo funciona el nuevo anillo anticonceptivo mensual que él maneja como director de producto en un laboratorio multinacional.

Paramos en la calle Veintiocho con Setenta y mi tío Omar se monta a la camioneta con su amigo Gerardo Carrero y mi primo Edmon Bechara. Tomamos la transversal Veinticuatro y a la altura de la Sesenta y dos encontramos un parqueadero en las inmediaciones del estadio. Miro el reloj y constato que ya son las 7:00 p.m.

—Hay que entrar pronto. A los partidos pasados la gente fue llegando de forma paulatina porque venían a ver el partido previo. En este se puede formar un embudo en el puesto de control —le comento a Barrera.

Hoyos parquea y sugiere que nos comamos algo antes de entrar. Localizamos una tienda en la que mandamos a hacer unos sándwiches y los esperamos viendo la T.V. La trasmisión del partido muestra las escenas aéreas que el helicóptero capta de “El Campín”.

—Qué escenario maravilloso —dice mi tío de cara a la mancha amarilla que forman las camisetas de los hinchas en las tribunas. La grama se ve hermosa en la pantalla. Vemos los dos gOlés que Argentina le metió de penalti a Egipto para clasificar a cuartos de final y el que Nigeria le hizo a Inglaterra, luego de que su medio campo perdiera la bola. A Barrera le entra la llamada de un compañero de oficina y lo oigo diciendo que su amigo pronostica un 3 a 0 a favor de Colombia.

—¿3 a 0? —le pregunto—. Ese es el resultado que pone alguien que no sabe nada de futbol. Costa Rica tiene mucha más historia que Colombia en los mundiales. ¡Ese triunfalismo colombiano me mOlésta!

—Bueno, ¿pero tiene derecho a opinar o no?

—Eso sí.

Comemos los sándwiches en una mesa localizada afuera de la tienda, atormentados por el bullicio que produce un hombre que vende chicharras escandalosas. Pagamos y nos dirigimos hacia el estadio. La fila llega hasta la calle Sesenta y una y baja extendiéndose media cuadra hacia el club de Tenis “El Campín”.

—Les dije que iba ser así —digo mirando mi reloj. Son las 7:30 p.m.

—Vayan haciendo la fila y yo miro si más adelante hay otra —indica mi tío siguiendo derecho con Edmon.

Hoyos, Barrera, Gerardo y yo bajamos hasta el final de la fila.

—No entramos antes de las ocho “ni por el putas” —comenta Hoyos.

—Nos pasó lo de la liebre y la tortuga. Yo lo había advertido —insisto.

—Yo no oí nada —comenta Hoyos.

—Se lo dije a Barrera mientras usted parqueaba.

Un tipo atrás de nosotros habla con un hincha desesperado y me parece escuchar que le vende el puesto.

—¿Qué le está diciendo? —pregunto.

—Que le vende el puesto —responde Barrera.

—¡No sea guevón! ¿En serio? ¿Y en cuanto se lo está vendiendo?

—En veinte mil pesos.

—Las cosas que se ven acá —nos miramos y nos reímos.

Avanzamos hasta la esquina. Un tipo se acerca a nosotros y se mete en la fila como si fuera nuestro amigo.

—A este “man” se le apareció el puesto —digo mirándolo a los ojos. El tipo levanta los hombros y se ríe. Nos miramos, negamos con la cabeza y sonreímos.

—No queda otra que reírse —comenta Hoyos.

—Había más orden entrando al circo romano con todo y túnica —bromea Barrera.

—Todavía nos falta mucho —comento.

—Dos cuadras —responde Gerardo.

—Todavía nos falta mucho y no me refiero a la fila —añado.

—Más guevones los de atrás que no dijeron un culo —dice Hoyos.

—Siempre tenemos que pelar el cobre con algo.

Omar me llama al celular y me dice que adelante hay otra cola más corta.

—¿Seguro es lícito, tío?

—Sí, sí. Estoy de último en la fila.

—¿Qué dijo? —pregunta Hoyos.

—Que está en una fila más corta. Quédense acá, voy a ir a ver y los llamo para darles un parte de la situación.

Camino bordeando la gruesa cola que se extiende hasta los puestos de control, llamo a mi tío y lo ubico en una fila que serpentea hasta una segunda entrada.

—Me tocó hacer ese truco —dice Omar.

—Tío, a mi papá no le gustaban esas cosas.

—No, pero es legal. Yo me hice al final de esta segunda fila. ¿Sí o no? —Edmon asiente—. Llámate a los otros y diles que vengan.

Llamo a Hoyos, le digo dónde estamos y los esperamos dejando pasar algunas personas que están detrás de nosotros. Barrera, Gerardo y Hoyos llegan corriendo, los incorporamos a la fila, entramos al puesto de control y los policías nos requisan de forma superficial. Corremos al segundo puesto. Mi reloj marca las 7:55 p.m.

—Vamos a estar justos —comento.

Pasamos el segundo control, nos separamos de Hoyos y Barrera, y corremos a nuestra entrada en oriental norte. El joven chequea nuestras bOlétas, entramos al estadio y salimos a la tribuna. Los equipos de Colombia y Costa Rica forman de cara a la tribuna de occidental. El himno de Costa Rica suena entrecortado. El de Colombia también. Termina y las personas aplauden, soplan las “vuvuzelas” y lanzan las bombas amarillas, azules y rojas que flotan sobre oriental.

Colombia juega de norte a sur con su camiseta amarilla, pantaloneta azul y medias rojas. Costa Rica lo hace con uniforme blanco. El árbitro sopla su silbato y el partido comienza. James Rodríguez se la pasa a Michael Ortega, el mediocampista la sube y Colombia se aproxima con peligro. Luis Fernando Muriel lanza un tiro que la defensa bloquea, la bola queda dividida y Colombia la gana de nuevo. James hace un nuevo tiro que controla el arquero Aaron Cruz. Veo la repetición en la pantalla. Va un minuto y medio de partido.

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia! —vitorean los hinchas.

Joel Campbell arrastra la marca de Jeison Murillo y hace un centro que Pedro Franco despeja de cabeza. Colombia sale jugando y le cometen faul a Ortega. (Un par de filas atrás de nosotros un tipo toca una de esas chicharras que producen un ruido ensordecedor). Colombia cobra y la pierde. Joseph Mora sale desde su terreno y se galopa la cancha de juego en dirección a la portería de Cristian Bonilla. Héctor Quiñones se la quita.

—El tipo se comió la cancha —le digo al tío.

—Hace dos jugadas de esas y se funde por la altura.

El partido se juega en la mitad de la cancha hasta que Juan Golobio la gana y Costa Rica triangula una muy buena pared. Juan David Cabezas corta el ataque. Pelean la bola en el medio campo, Rafael Chávez la roba y se la pasa a John Ruiz. Costa Rica vuelve a atacar con peligrosidad. Pedro Franco se la quita metiendo el hombro con fuerza y Colombia arma un ataque. El “trencito” valencia se proyecta y hace un tiro por encima del horizontal.

—¡Uuuuuuuyyyyyyyyy!

El estadio se anima y resuena una vez más la chicharra.

—El tipo de atrás nos va a dejar sordos.

Costa Rica saca corto y juega la bola en el medio campo. Lanza un ataque que muere en las piernas de Cabezas. El mediocampista se la da a James y este la descarga en Muriel. El delantero saca dos defensas, se choca contra el tercero en el área y el árbitro indica que no hubo nada.

—No me gustaría llegar a los penaltis —comenta el tío.

—Es prematuro decir eso. Van diez minutos del primer tiempo.

El partido continúa jugándose en la mitad del terreno hasta que Ortega hace un tirazo desde afuera que sobra al arquero. La bola pasa lamiendo el vertical izquierdo.

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!

La gente taconea y se lanza la ola.

—¡Eeeeeeeeeeee! —grita Edmon a su paso.

El tío está con su cámara en mano preparado a retratar cualquier acontecimiento. Es un partido parejo, tanto Colombia como Costa Rica proponen un juego ofensivo y se dejan algunos espacios.

—Como lo dijo el D. T. Eduardo Lara, aquí el que cometa un error se va del campeonato —comento.

Campbell lanza un tiro desde afuera del área y Bonilla la embolsa. Saca largo y queda en los pies de Costa Rica. Los “ticos” salen jugando, hacen una serie de buenos pases hasta que Didier Moreno se las quita. Se la pasa a James y el 10 de Colombia hace un mal pase. Colombia la recupera una vez más y la rota entre sus volantes de contención para obligar a salir a Costa Rica. Lanza un ataque. Keyner Brown se la quita a Ortega y los “ticos” responden con un pase de profundidad a Campbell. El delantero corre, se quita la marca de Murillo y lanza un centro. Mynor Escoe se tira hacia adelante y la bola lo sobra.

—Ese 10 es muy peligroso —dice el tío.

—Es Joel Campbell —viene de jugar la Copa América con la selección de mayores.

—¿Ese es Campbell? Con razón es tan bueno.

La defensa de Colombia luce un poco desconectada con el medio. La siguen tocando para sacar a Costa Rica, cambian de ritmo, Moreno se la da a Ortega y este la toca a James. El colombiano saca un tiro desde fuera del área.

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!

Costa Rica lanza un nuevo contragolpe que Campbell le centra a Escoe como una jugada calcada a la anterior.

—Yo sabía que Costa Rica iba a ser un equipo durísimo —le digo al tío.

—Campbell es excelente.

El partido continúa con diversas jugadas. James hace un cambio de frente como el que produjo el gol en el partido pasado, Campbell vuelve a proyectarse al ataque y Arias hace una jugada peligrosa en la que casi pierde la bola en su propia área.

—¡Qué peligro! Los equipos colombianos son especialistas en jugar el balón en la defensa. Seguimos cometiendo errores históricos. Recuérdate el gol que le metió Roger Mila de Camerún a Higuita en el mundial Italia 90.

En una nueva jugada Murillo la corta pero no la rechaza a tiempo y comete una falta al borde del área.

—¡Gran maricón! —grita un hincha.

Campbell cobra una bola chanfleada, Bonilla estira su cuerpo en el aire, su brazo extendido al máximo. El tiro dibuja una parábola perfecta y se inclina hacia abajo, los defensores la ven caer —todos la vemos caer—, incluido Bonilla quien parece no llegarle. ¡Maldita sea! La bola baja un poco más y pega en el travesaño. Rebota hacia afuera y Franco la saca al tiro de esquina.

—¡Vez lo que te digo, tío! —exclamo—. Costa Rica es muy peligrosa.

El tío me nuestra una foto fantástica de la estirada de Bonilla. La bola parece un fantasma que se acerca a su portería.

—El portero voló, pero la bola iba a todo el ángulo —comenta.

Colombia sale jugando y se acerca al arco de Cruz. Jordan Smith le comete faul a “El trencito”. James la cobra pasada. Campbell contragolpea. La defensa de Colombia se ve vulnerable, con ciertas inseguridades que no había mostrado en los partidos pasados. El equipo nacional plantea un nuevo ataque. Costa Rica lo espera, le copa los espacios y hace una muy buena contención.

—No me gusta el partido —comenta el tío.

—A mi tampoco. Costa Rica ataca con profundidad y en cualquier momento nos puede meter un gol.

James se la da a Ortega, el centrocampista levanta la cabeza, le hace un pase al vacío a “El Tren” y el delantero pierde el cuerpo a cuerpo con Ariel Contreras.

—“Trencito” de juguete —le dice el tío.

Costa Rica la vuelve a robar y Murillo baja a Golobio frente al área.

—¡Peligrosísimo! —dice el tío—. Claro que lo van a tirar por encima —añade de cara a la jugada. Campbell vuelve a pararse frente a la bola, toma impulso y la impacta de pierna derecha. Mete el guayo muy por debajo del balón y el tiro sale por encima—. ¡Qué te dije!

Muriel hace una jugada en la que se hamaquea. La pierde. Costa Rica lanza un contragolpe en el que Murillo cruza a Ruiz. El árbitro le muestra amarilla y el tío lo capta en su cámara con la tarjeta al aire, el jugador de Colombia encogiendo los hombros y del Costa Rica revolcándose en la grama. Campbell se para frente a la bola, la mide, toma impulso y le pega muy duro. La bola sale por encima del travesaño y la gente lo chifla. Colombia ataca sin profundidad, Moreno pierde una bola. Chávez pica al vacío, Franco saca su defensa y el árbitro pita fuera de lugar. El costarricense manotea al no estar de acuerdo y el árbitro le pone amarilla.

—Ese seis es rapidísimo —comenta el tío—. ¡A Colombia le cuesta salir!

—Es lo que te dije, Costa Rica está muy bien parada.

El público anima al equipo con el estruendo de las “vuvuzelas”, aunque es menos intenso que en los partidos pasados.

—¿Qué dijo “El Cuca” de lo que hizo “El Bolillo” Gómez?

—No he hablado con él pero debe pensar que es un “gamín”.

—¿Tienes su teléfono para llamarlo?

—Ahora lo llamamos.

James le hace un pase largo a Muriel. El delantero corre con todas sus fuerzas al tiempo en que el arquero sale de su área y la busca picando con el alma puesta en sus zancadas. Alcanza a llegarle un instante antes y le da un zapatazo. La despeja a la tribuna de Oriental – Alta.

—¿Cómo se llama eso? —pregunta el tío—. Un ´home run´.

El recogebolas le pasa otro balón de rapidez a Michael Ortega, el mediocampista se la saca de afán a “El Trencito” Valencia —Cruz corre a toda velocidad de vuela a su arco—, el delantero se perfila, dispara un fusilazo, el arquero estira su cuerpo pero la bola lo cuelga y pega en el horizontal.

—¡Uuuuuuyyyyyyyy! —grita el estadio.

—Esa fue una jugada de pura viveza.

—Me trae mala suerte que no metamos los gOlés cuando hay que meterlos —responde el tío.

Costa Rica vuelve a atacar y Arias le comete faul a Golobio. Campbell la cobra, sobra a los defensores colombianos, se arma una melé en el área, le queda a Ruiz, Bonilla da un paso adelante para achicar el ángulo (Edmon se levanta de su asiento), el delantero dispara a quemarropa —¡Uuuuyyyy! —grita mi primo al tiempo en que el arquero alcanza a taparla con su antebrazo y la envía al tiro de esquina.

—Esa estuvo muy cerca —le digo al tío.

—Lo que tú dijiste, Costa Rica es peligrosísimo.

Quiñones queda lesionado y sale ayudado por el preparador físico. Campbell cobra el tiro de esquina y la bola sale desviada.

—¡Olé! ¡Olé! ¡Olé! ¡Olé! ¡Colommmbbbbiiiiaaaaa! ¡Colommmbbbbiiiiaaaaa!

“El Cole” agita sus alas en occidental. El equipo sale jugando, arma una jugada y la vuelve a perder. El partido es enredado y la selección parece haber perdido la tónica del buen fútbol.

—Están bartoléando mucho —comenta el tío.

Hay una buena jugada que termina en tiro de esquina. La pierden y Costa Rica contragolpea.

—¡Qué está pasando! Pierden las bolas y se quedan parados —dice un tipo atrás de nosotros.

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!

Didier Moreno hace una cortada de tijereta. Se la da a “El Trencito” pero el jugador de Santa Fe la pierde. Costa Rica contraataca de nuevo. Campbell llega al borde del área y lanza un tiro que controla Bonilla.

—¡Qué partidazo! ¡Está vibrante! —exclama el tío.

Ortega lanza un tiro desde afuera y la contención de Costa Rica lo bloquea. James intenta hacer una buena jugada de cambio de ritmo. La pisa, se acelera, la pisa, se acelera. Colombia la vuelve a perder y Costa Rica contragolpea de nuevo.

—¡Mierda! ¡Otra vez!

El árbitro sopla el silbato decretando el final del primer tiempo y el público sopla sus “vuvuzelas”. Tomamos algunas fotos, recibo una llamada de Barrera quien me indica cómo llegar hasta sus puestos, bajo por las escaleras, tomo el corredor y salgo a la tribuna Oriental – Centro – Baja.

—¿Cómo la vez? —me pregunta.

—Te dije que Costa Rica es jodidísimo. ¿Qué tal tu amigo? Dizque 3 a 0. Esa es la opinión de alguien que no sabe de fútbol.

—¿Qué tal lo de la ola a los diez minutos?

—Eso ya fue motivo de una crónica.

—¿Se acuerda lo que le dije el partido pasado? —me pregunta Hoyos—. Que mi papá iba a poder traer a mis hermanitos. Pues bueno, véalos ahí. Nos los encontramos a mano izquierda cuando entramos por la puerta.

Caminamos hasta donde están y les tomo una foto. El papá de Hoyos ratifica que Costa Rica tiene más historia futbolística que Colombia “así nadie lo crea”, y me tomo una foto con tres tipos que lucen pelucas teñidas con el tricolor nacional. Volvemos a donde Barrera, salen los jugadores al terreno de juego y comienza el partido.

—Te voy a decir una cosa: está más cerca Costa Rica de ganar que Colombia—. Barrera asiente con la cabeza. Una mujer a su lado me abre los ojos—. No me mires así, —le digo y le doy un par de palmadas en el hombro—, sólo estoy siendo objetivo.

Bordeo la grama echando un vistazo a las diferentes jugadas y vuelvo a mi puesto.

—Llegó la hora de la verdad, tío.

—Aquí vamos a ver el gol de Colombia —responde señalando la portería norte resguardada por Cruz.

El cuarto árbitro levanta su tablero electrónico y anuncia el cambio tempranero de Quiñones por Javier Calle. El partido se reanuda, Colombia intenta tocarla pero sus últimos pases no están siendo finos. Jordan Smith rechaza una bola y Costa Rica contragolpea. Colombia la recupera y lanza un ataque. Muriel intenta driblar a Brown pero se le acaba la cancha.

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!

Más adelante el equipo vuelve a llegar a los trompicones.

—Por lo menos tienen actitud y le meten ganas —dice un hincha detrás de nosotros.

“El trencito” intenta correr paralelo a la línea del campo, da zancadas largas. El lateral le hace pantalla y lo hace trastabillar. El árbitro pita la falta. James se para frente a la bola, mira a sus compañeros ubicados en el punto penal, toma impulso, le da un fuerte zapatazo que dibuja una línea recta al ángulo. Golpea la malla y la gente salta en sus puestos.

—¡Gooooool! —grita Edmon.

—¡Maldita sea! Una ilusión óptica —digo mirando el balón rebotar y perderse en la línea final.

—Ese fue un balazo.

Cruz saca largo y la bola es ganada por Colombia. Franco se la pasa a Cabezas y este se la da a Ortega. El medio campista levanta la cabeza y manda un derechazo sorpresivo. Muriel pica de forma explosiva y arrastra la marca de Smith —Contreras corre para cerrarle el paso—, el delantero colombiano se les adelanta por medio cuerpo, Cruz sale hasta el punto penal. La bola pica una vez en la grama, rebota, pica de nuevo, Muriel lanza el tronco hacia atrás, estira la pierna derecha y la puntea. La bola pasa al lado del portero, —Cruz se zambulle de forma infructuosa—, pica una vez más en la grama y otra más, atraviesa la línea de meta y se anida en la esquina izquierda como si la atrapara una telaraña. Salto en mi puesto y me abrazo con Edmon.

—¡Maldita sea, ahora sí! ¡Gol! ¡Gol! ¡Golazo!

Omar, Edmon y yo apretamos los puños y nos abrazamos mientras los jugadores de la selección celebran la anotación en el terreno de juego.

—¡Olé! ¡Olé! ¡Olé! ¡Olé! ¡Muriieeellll! ¡Muriieeellll!

—Yo pensé que la bola había salido desviada.

—Es que ni lo celebró —responde un hincha al frente nuestro.

—¡Muriel! ¡Muriel! ¡Muriel! —vitorea la gente.

Costa Rica saca, intenta un ataque pero Colombia lo desarma de inmediato. Lanza un contragolpe que los “ticos” rechazan al tiro de esquina. James viene a cobrarlo y levanta los brazos en torno a nosotros.

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!

El cuarto árbitro levanta su tablero electrónico y anuncia la entrada de Deyver Vega por Chávez. En Colombia entra Sebastián Pérez y sale “El Trencito”.

Un tambor que hasta el momento no había escuchado alienta la tribuna.

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!

—Ahora la que va a esperar y contragolpear es Colombia —dice el tío.

La gente taconea y se forma la ola. Colombia ataca de nuevo, Ortega se la da a James, el 10 intenta driblar a Mora pero el costarricense adivina la jugada y lo desarma, da un paso hacia adelante y la protege de James. ¡Vamos James, lúchala de vuelta! Grito para mis adentros. James lo corretea sin ganas y el “tico” se le escapa. ¡Maldita sea, lúchala de vuelta! Mora ve el callejón perfecto, Ruiz le corre por la punta derecha, lanza un pase rasante de cincuenta metros que forma una diagonal en el campo de Colombia. El delantero le gana el pique a Calle, entra al área, se perfila, queda mano a mano frente a Bonilla. ¡Dios mío, no puede ser! El arquero colombiano le achica el ángulo, el “tico” la patea al lado derecho de Bonilla, la bola le rueda al lado, el arquero se lanza con el brazo derecho estirado, zambulle su cuerpo, la bola es más rápida. ¡No! ¡No puede ser! Sí, la bola es más rápida. Lo vence, cruza la línea de meta y rebota en la malla de Colombia. El delantero serpentea mostrando su alegría, corre al tiro de esquina y sus compañeros llegan a felicitarlo alentados por una emoción frenética. El estadio se silencia por un par de instantes y reacciona:

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!

—James perdió la bola y se quedó parado.

—Tenía que perseguirlo —respondo plegando los labios—. Ahí le faltó espíritu de lucha. Siempre es así, Colombia le tiene que poner dramatismo a sus partidos.

—¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! —anima la tribuna a los muchachos.

—La última vez que recibió un gol fue en ese primer partido en el que Francia empezó ganando y la tribuna coreó el “sí se puede” —comento.

Colombia saca. Ortega se la da a James y esté se la devuelve a Cabezas. El equipo lanza un ataque que termina en la contención de Costa Rica. Cabezas intenta luchar una bola con Escoe en el filo de la bomba. La forcejean y el “tico” la gana, Moreno viene a ayudarlo. El jugador del equipo de Costa Rica se corre hacia adelante entre los dos colombianos que le hacen un sándwich, se lanza en tijereta en la grama y atrapa la bola entre sus piernas. Moreno cae con él. Escoe se para de forma ágil, pica la bola hacia la izquierda y sigue adelante alentado por una fuerza interior que lo hace imbatible. Cabezas lo sigue desde atrás. El “tico” le saca medio cuerpo, se lanza hacia adelante dominando la bola con pierna derecha. ¡Vamos Cabezas, persíguelo! ¡Maldita sea! Escoe se acerca al área. ¡No puede ser! Pisa el área —Franco le sale—, el costarricense amaga con disparar, la bola se le queda un poco, se frena, deja que se adelante, le queda perfilada de pierna izquierda —Bonilla da un par de pasos hacia adelante—, Franco se come el amague, Cabezas lanza una última tijereta desesperada (le va a llegar), Escoe alcanza a impactar la bola, sale disparada. Cruza a Bonilla —el arquero se lanza con su mano izquierda, la sigue con el guante, quiere atraparla, reclamarla como suya y agradecerle a Dios que la tiene en sus manos—. La bola entra pegada al palo izquierdo, le da la vuelta a la malla y se anida del otro lado. ¡Gol! ¿En serio? ¡No lo creo! Al costarricense le quedan fuerzas para hacer un giro y seguir corriendo con los brazos extendidos como si fuera un redentor. Se desliza en la grama boca arriba y sus compañeros le caen encima formando una pirámide humana. La gente se toma la cabeza con las manos y mira la celebración de forma incrédula.

—¡Dale Colombia! —grita uno de los hinchas.

Esta vez la gente dura un poco más en vitorear:

—¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede!

Siento un leve vacío en el vientre, un sentimiento descorazonado. Por primera vez en el mundial se plantea la eliminación de Colombia como algo posible. El público luce ansioso, el estadio entero siente ese mismo vacío en el vientre.

Didier Moreno sale y entra Duván Zapata. Colombia ataca. El tiro sale desviado. Cruz pierde tiempo. Pone la bola en las cinco con cincuenta, da pasos hacia atrás con lentitud, levanta la cabeza y mira la posición de sus compañeros con calma. La gente lo chifla. Ajusta sus guantes, toma impulso y saca. Las “vuvuzelas” resuenan. Doy un vistazo alrededor y constato que hay menos que en los partidos anteriores.

—Costa Rica puede meternos otro —dice el tío.

—Claro, Colombia está jugada.

Ortega mete un pase al vacío y la bola termina en las manos de Cruz. El arquero saca largo y Arias le comete faul a Escoe fuera del área. Campbell cobra y la bola pasa muy cerca al travesaño.

Toda Colombia se lanza al ataque y su defensa luce huérfana. Chávez le hace falta a James. Colombia cobra a riesgo y Ortega patea un tiro que sale muy arriba.

—Ya están haciendo tiros desesperados.

—Están jugando con angustia —respondo.

—¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! —vuelve a gritar el público.

La ansiedad se nota en la gente. Una joven se come las uñas, un tipo se refriega los ojos y otro se para y grita:

—¡Dale con verraquera Colombia!

Cabezas hace un centro al punto penal y Smith rechaza con la frente. El vacío en mi vientre persiste. Es un sentimiento que te destiempla y te debilita. Todo el estadio luce así, debilitado, con una angustia existencial que altera sus nervios. Cualquier cosa puede pasar, o nos acercamos a una celebración fantástica o a una derrota dolorosa. Sí o sí, Colombia tiene que meter un gol en estos veinte minutos que faltan.

El equipo vuelve a perder un balón, Ruíz contragolpea y Murillo le comete falta. El delantero se revuelca en el piso y se queda tendido durante dos minutos.

—Están aprovechando cualquier cosa para perder tiempo.

Cobran y Franco rechaza de cabeza. Colombia sube las líneas. James le pone un pase al vacío a Muriel, el delantero corre dibujando una diagonal, arrastra la marca del defensa y manda un pase rasante al punto penal. Zapata estira su pierna pero no alcanza a llegarle.

—Quedan quince minutos, tío. El tiempo se está acabando.

Moreno lanza un riflazo de treinta metros que Cruz puñetéa al tiro de esquina. James viene a cobrar y la gente lo alienta.

—¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede!

Lanza un centro templado que Smith rechaza de cabeza. Colombia controla la bola una vez más, intenta atacar… sus jugadores lucen torpes.

—¡Desesperante! —grita un tipo.

El vacío en mi vientre se intensifica. Una joven en la fila de al lado muerde sus nudillos. ¿Será que nos vamos a ir de aquí con la derrota a cuestas? Me produce trabajo creerlo. Pienso en que las selecciones de Colombia nos han dado más tristezas que alegrías y justo ahora, cuando pensábamos que la tendencia era distinta, la realidad nos devuelve al mundo.


Costa Rica comete otro faul de costado y James viene a cobrar el tiro libre. Los jugadores de Colombia inundan el área “tica”. Incluso Franco llega a intentar un cabezazo. James toma impulso y lanza el tiro chanfleado, Brown rechaza con un rodillazo y la bola le vuelve de nuevo a James. El10 se corre hasta el vértice del área, se lleva la bola con el pie izquierdo y se corre por la línea lateral. Mora lo sigue de cerca, intenta quitarle el balón pero el colombiano la esconde, se frena con pierna derecha, la toca hacia adelante, balancea su cuerpo extendiendo los brazos y lanza un centro de pierna izquierda al punto penal. Los jugadores de Colombia la esperan —Cruz corre al encuentro de la bola con su puño al aire—, la bola lo sobra. ¿La bola lo sobra? Sí, la bola lo sobra. Franco la cabecea al arco vacío y el balón cruza la línea de meta.

—¡Gooooolllllll hijueputa!

Edmon y yo saltamos. Lo gritamos hasta que nos quedamos afónicos y tomamos fotos del momento glorioso. El vacio es llenado por una emoción desbordante, un espíritu jubiloso que se toma las gradas del estadio y se materializa en las sonrisas, los brazos al aire y los puños cerrados. Vemos la repetición en la pantalla. El jugador de Millonarios celebra su anotación a rabiar.

—El arquero salió a cazar mariposas —le comento al tío.

—¿Cuánto falta?

—Diez minutos, lo suficiente para meter otro gol.

—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!

Costa Rica saca y lanza un ataque. Muere en los guayos de Cabezas. El mediocampista se la pasa a Moreno, el colombiano se atortola con la marca de Campbell. La estrella de Costa Rica se la quita. Le hace un pase al vacío a Escoe y la gente grita:

—¡Noooooooooooo!

Calle le alcanza a llegar y la manda al saque de banda. El cuarto árbitro anuncia un cambio costarricense. El juez lo autoriza. Francisco Calvo entra por Martínez. Un tipo cerca a nosotros aprieta sus sienes. James cobra un centro desde la izquierda, Zapata se levanta en el aire, arquea su espalda y lanza un cabezazo. La bola lo sobra. Ortega lanza otro pase a mitad de área. Zapata intenta voltearse con un movimiento torpe y desperdicia la oportunidad.

—Yo no hubiera sacado a “El Trencito” —le digo al tío—. Puede que no estuviera en su mejor día pero por lo menos tenía fútbol.

James hace otro centro cruzado desde la izquierda que Arias por poco cabecea. Cruz vuelve a perder tiempo y saca. Colombia se lanza al ataque, pierde la bola y se genera un tiro de esquina a favor de Costa Rica. Escoe dura dos minutos en el piso. Lo sacan en camilla. La tribuna zapatea y se lanza la ola. Costa Rica cobra el tiro de esquina y Colombia rechaza. Genera un cotragolpe que termina en un remate de Ortega desde fuera del área.

Costa Rica saca sin afán, parece resignada a irse a los dos tiempos suplementarios. Colombia recupera la bola y Cabezas se la da a James, el 10 la pierde y se queda quieto.

—¡No te creo! Viste, volvió a no pelear el balón.

—Ya ha hecho dos cagaditas graves. No sé por qué no quiere correr. En Europa le podrían un volador por detrás —responde el tío subiendo la mano hacia arriba.

—¿Cuánto tiempo falta?

—Dos minutos más el descuento.

El tambor vuelve a sonar, los hinchas soplan sus “vuvuzelas” y Colombia contragolpea. James la retiene con el pie derecho, se acomoda con izquierda y envía un centro perfecto. Muriel se lanza y rosa la bola. Se pierde por la línea final.

—¡Rápido! ¡Rápido! —les grita un hincha detrás de nosotros.

Cruz despeja con un tiro largo que aterriza en el campo colombiano. Murillo la para y se la da a Arias, el lateral se la adelanta a Cabezas. El mediocampista levanta la cara, se corre hacia adelante y le pone un pase largo a Zapata. El delantero se voltea con la marca del lateral, pisa el borde del área, se impulsa con fuerza y el “tico” lo traba con la pierna izquierda.

—¡Penalti! ¡Penalti, juez de mierda!

El árbitro se queda en silencio, mira al juez de línea, lleva su pito a la boca, señala el punto penalti y lo sopla. Zapata se levanta del piso con los brazos por encima de su cabeza.

—¡Penalti! ¡Penalti! —grita Edmon.

Los jugadores de Costa Rica rodean al juez de línea. El árbitro camina hasta él, les indica a los “ticos” que se retiren para poder hablar a solas con el juez de línea pero ellos se resisten. Anoto lo que está pasando en mi libreta y escucho los gritos de la tribuna. Levanto la cabeza y veo a jugadores de Colombia y Costa Rica enfrentados en el área.

—¿Qué pasó?

—El arquero hizo un hueco en donde está dibujado el punto penal —me cuenta Edmon.

James aplana la grama y acomoda el balón. El tío cuadra el lente de su cámara. Me mira y levanta las cejas.

—Hay que meterlo, es necesario asegurar los triunfos —digo pensando en la imagen reciente del penalti que Falçao García erró contra Perú. De haberlo metido otra sería la historia de la Copa América.

Aprieto la libreta entre las manos. El público luce expectante, con los ojos puestos en el jugador. James da pequeños pasos hacia adelante, los acelera, toma impulso y patea el balón con la parte interna de su pie izquierdo. El tiro sale sesgado. Cruz adivina el palo, estira su cuerpo al máximo encomendado a alguna virgen de su confianza, invoca a Dios en esa milésima de segundo que lo separa del fracaso. La bola lo sobra, entra lamiendo el palo y besa la malla.

—¡Gooooolllllll! ¡Gooooolllllll! ¡Gooooolllllll! ¡Golazo de mierda!

La gente salta en sus puestos. Lo celebramos con nuestros vecinos de atrás, levantamos los brazos, nos abrazamos y gritamos. El reloj indica que van dos minutos de reposición. Hago anotaciones en mi libreta. Me tiemblan las manos.

Costa Rica saca y se lanza al ataque. Calle la rechaza y se arma una pelea. El árbitro la calma. Los “ticos” vuelven al ataque, invaden el terreno de Colombia. Murillo despeja de cabeza. Moreno toma la bola, la pica hacia adelante, corre en la bomba central y lanza un tiro templado que recorre medio campo, pica en el área de Costa Rica y se impulsa hacia adelante. Cruz se lanza hacia atrás, estira el brazo a lo alto y alcanza a apuñetearla.

—Iba para adentro. Ese fue el gol que Pelé nunca pudo meter.

Cruz saca con afán. Costa Rica ataca de nuevo. Colombia se defiende. Murillo se la pasa a Moreno, el medio campista le lanza un cambio de frente a Zapata y Contreras lo tumba. Zapata cobra en corto y James la forcejea con el lateral costarricense en el tiro de esquina.

—¡Esa mierda! ¡Duro! —grita un hincha.

El árbitro pita el final del partido y me abrazo con Omar y con Edmón. Los rostros de la gente están rozagantes.

—Clasificamos a cuartos de final, la ilusión sigue viva.

—Hoy no tenemos afán —dice el tío.

—Tú me prestas esas fotos tan buenas que tomaste para incluirlas en la crónica ¿no?

—Claro, soubrino —dice imitando el acento árabe.

La gente espera en sus puestos al resoplido de las “vuvuzelas” mientras la tribuna se desocupa un poco.

—Muy bueno ese equipo costarricense.

—Colombia le sacó el triunfo del bolsillo —responde el tío.

—Jugaron con el alma. Fue una victoria a punta de corazón. ¿Y tu “vuvuzela”? —le pregunto a un chino delante de nosotros que siempre tiene una.

—Habían dicho que las iban a prohibir y no la traje.

La selección se agrupa frente a su banca, “El Cole” agita sus alas, la gente se toma fotos y respira los últimos alientos de este momento histórico.

—Los cuartos nos tocan contra Camerún. Le va ganando a México 1 a 0 —cuenta un hincha con los audífonos de su radio entre sus oídos.

—Ese sería un partidazo —dice Gerardo con una sonrisa.

—Claro, es un clásico mundialista. Nos daría la oportunidad de tener la revancha del mundial de Italia 90.

—Ahí tenemos una espinita —añade el tío.

El presentador dice el resultado final: Colombia 3 – Costa Rica 2 y la gente aplaude. Bajamos por las escaleras y salimos del estadio. El ambiente de la gente sonriente, las caras pintadas y el soplido de las “vuvuzelas” le da a la noche un aire carnavalesco. Otros hinchas con radios en sus manos comentan que México metió gol en el último minuto y el partido se va a tiempo de alargue.

—Menos mal no hubo penaltis. Eduardo no quiere que yo me muera —dice el tío poniendo su mano en mi hombro.

—Sí, ya se me murieron mi papá y mi otro tío en menos de un año.

Le pido el teléfono de “El Cuca” y lo llamo.

—“Cuca”, ¿cómo te pareció el partido?

—¡Jodidísimo! ¡Un partido jodidísimo! Los costarricenses son muy rápidos y el medio campo de Colombia perdió muchas bolas —alcanzo a escuchar entre el bullicio de la gente.

—¿Y lo de “El Bolillo”?

—Fatal, cómo va a hacer eso. No tenía otra opción que renunciar.

Terminó de hablar con él y le paso el celular a mi tío. Hoyos levanta los brazos en el parqueadero, cierra los puños y grita:

—¡Eeeeeeeeeeeeee!

Nos damos un abrazo.

—¡Qué partido tan hijueputa! —comenta.

—Colombia jugó con el corazón. —Le doy la vuelta al carro y encaro a Barrera—. Tu amigo adivinó los tres de Colombia pero no los dos de Costa Rica.

—Pero los tres de Colombia… —responde con una sonrisa.



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