“Triste derrota ante El Toro” – Parte III – Por: Eduardo Bechara Navratilova
Reclamamos nuestros pases de periodistas, entramos al estadio y salimos al terreno de juego. La grama se extiende de forma pareja formando un tapete contra la tribuna colorida en la que asientos azules, rojos y amarillos forman la imagen de los dos toros enfrentados. – Qué escenario tan hermoso. Lástima que Tito no pudiera venir -, dice Siro negando con la cabeza.
- Tu hijo hubiera tomado unas fotos espectaculares aquí -, respondo dando un vistazo por las tribunas bajas y altas, que le dan vuelta a la grama podada en líneas transversales de color verde. Un par de pantallas en los extremos anuncian el partido de la cuarta fecha de la MLS, con los escudos del ‘New York Red Bull’ y el ‘Philadelphia Union’.
- Tito me dio una lección de responsabilidad. Tenía un compromiso previo para tomar unas fotos en un evento y lo cumplió -, añade ante la llegada de cinco hombres que se aproximan hacia la grama. Su mirada se ilumina. - Es el árbitro -, me indica. - ¿Puedo hacerle algunas preguntas? -, le dice con ojos abiertos y pómulos levantados.
- Hágalas aunque no estoy obligado a contestar -, responde Kevin Stott inclinando hacia un lado su rosto de nariz afilada. Algunas canas sobresalen en su pelo engominado.
- ¿Qué está haciendo la Federación para difundir las reglas de juego de una forma masiva?
- Lo hace a través de su página Web -. Le traduzco a Siro.
- ¿Cómo se siente para dirigir éste encuentro?
- Muy emocionado. Cada partido es diferente y representa un reto -, responde mirando a sus compañeros caminar hacia una de las porterías.
- Yo fui de la Federación.
- A bueno, entonces sabe cómo son las cosas -, dice alejándose.
- Con eso quedó dicho todo -, indica Siro sonriendo y negando con la cabeza. – El árbitro tiene que reconocer la cancha y ser prudente con los periodistas.
Subimos al centro de prensa y Siro me presenta a su socio José Carbone. – Jugó en el fútbol profesional venezolano en Portuguesa Fútbol Club. Fue narrador deportivo de radio en Vezuela y es el director de “La Hora de la Patada”, un programa innovador de lo que es el fútbol en la radio hispana aquí en el este de los Estados Unidos. Es un hombre que sabe mucho de fútbol -, me cuenta Siro mientras nos preparamos unos perros calientes.
Los comemos en compañía de Johann Baruqui, otro venezolano con quien debatimos si los Estados Unidos algún día peleará un campeonato del mundo. Siro y yo argumentamos que eso se dará en menos de veinte años, dada la infraestructura que están construyendo alrededor del fútbol, algo que en Colombia no existe. - Eso nunca va a pasar ya que Estados Unidos puede haber mejorado pero no tiene la chispa que se necesita cuando hay que enfrentar a los equipos europeos, a la Argentina o al Brasil -, dice Johann comiendo su perro. Ajusta su gorra roja y sale a las graderías.
- Johann siempre nos contradice en “La hora de la patada” -, cuenta Siro. - Es la voz del fanático dentro del programa. Yo soy el productor, modestia aparte.
Salimos al sector de prensa y nos sentamos en nuestros escritorios asignados, cada uno con una T.V. personal para ver la repetición de las jugadas. Siro saca su ‘laptop’ y se conecta a Facebook para informar los pormenores del partido en línea. Yo saco mi libreta y hago anotaciones. Algunos aficionados empiezan a llegar poblando las tribunas. La barra ‘Son of Ben’ entra al ritmo victorioso de Uprising de Muse. Sus integrantes suben por las escaleras a la tribuna superior, detrás de la portería este. Se instalan en los puestos al batir sonoro de un tambor.
- Aquí estamos como en primera fila -, dice Siro inclinando su espalda sobre el asiento, sus ojos en el terreno de juego. – Estos estadios están construidos con alta ingeniería. Así de cerca al campo, podemos ver las jugadas al detalle -. Los jugadores del ´Philadelphia Union’ salen luciendo camisetas azules y doradas con el logo de Adidas en la espalda. La barra ‘Sons of Ben’ hace retumbar su tambor. - Mira ahí va Torres, es pequeño pero muy habilidoso. El niño que se está transformando en estrella -, añade siguiendo al joven jugador colombiano. Luce una cresta en la parte posterior de su cabeza. – Ahí está el espigado Le Toux, un goleador nato, Alejandro Moreno, uno de los mejores jugadores de Venezuela, Fred, el brasilero, el hombre que corta y crea, volante mixto, uno de los puestos más difíciles en el fútbol. Mira a Cristian Arrieta, americano de papá italiano. Jugó en Puerto Rico y estaba desperdiciado allá -. El jugador hace una veintiuna. - Michael Orozco, americano de papás mexicanos, defensa titular del equipo de los Estados Unidos que juega el mundial en junio, la malicia mexicana vuelta fútbol -. Siro lleva su mano a la altura de su boca, el índice a la nariz. Aprecia al equipo calentar como si estuviera viendo una revelación divina o añoranza que lo devuelve al pasado.
El equipo titular calienta frente a nosotros, corriendo un trecho de la cancha en dos filas que forman los jugadores. Van y vuelven al trote frente al preparador físico. Extienden las palmas hacia delante y suben las rodillas hasta tocarlas. En otros ejercicios suben los talones a la altura de sus glúteos, cabecean, se agachan a tocar el pasto, todo ello sin dejar de trotar. Ensayan algunos piques introduciendo los pies entre los espacios de una escalerilla de lazo dispuesta sobre el piso, toman los balones y se hacen pases cortos.
El panorama me lleva a mis épocas de futbolista, cuando no me importaba nada más en la vida. Mi existencia giraba en torno al fútbol como si fuera un norte que guiaba mi camino. Por eso perdí séptimo y noveno en el colegio inglés de Bogotá. Toda mi energía estaba destinada a transformarme en un jugador habilidoso. “Lo único que te puedo ofrecer son lágrimas, sudor y sangre, así como dijo Churchill”, repetía papá todas las tardes en las que me entrenaba cuando yo llegaba del colegio y él del trabajo. Cuando perdí noveno y me echaron del colegio, mamá lo culpó. Me graduó con un diploma en el que me certificaba como futbolista de la más alta excelencia. Una esguince crónica en el tobillo, un desgarré en el cuádriceps derecho y el temor a lo azarosa que es la vida de un deportista, me hicieron cesar en el intento de ser un jugador profesional. Supongo que alguna historia similar puede anidar en la mirada de Siro, así como lo hace en cada hincha que anheló saltar a un terreno de juego y ser un héroe. Hay tantas cosas que pudimos haber sido y lo que al final terminamos siendo. Supongo que es menos azaroso ser escritor que futbolista, aunque muchos escritores lo debatirían. La suerte siempre es un factor en la vida, aunque siendo escritor tienes toda la vida para mejorar, siendo futbolista tan sólo parte de ella.
- Fíjate que calientan por parejas de acuerdo a sus posiciones en el campo. Torres está con Moreno, ellos son el enlace -, indica señalándolos. Escribo mis pensamientos en la libreta. - ¿Cuándo sale tu crónica publicada?
- Cuando la haya pulido. Mi trabajo no es periodístico, ni tengo afán de publicarla. Para mi lo más importante es captar el ambiente y recrearlo para que los lectores lo puedan vivir.
La barra de ‘New York Red Bull’ entra a la tribuna al retumbar de varios tambores, ondeando banderas rojiblancas y lanzando serpentinas. Se ubican tras la portería oeste saltando al ritmo de We are the Champions de Queen. - Red Bull es el líder de la confederación -, me informa Siro. Los jugadores del equipo salen a la cancha luciendo camisetas y pantalonetas rojas. Calientan de una forma menos dirigida que los de ‘Union’.
- ¿Qué piensas del partido? -, pregunta Siro escribiendo en su computador personal.
- Mi pronóstico es reservado. No conozco bien a los equipos.
- Tienes razón. Cualquier respuesta sería adivinar. Los partidos hay que jugarlos y después comentarlos.
- Philadelphia! Philadelphia! Philadelphia! -, grita la barra ‘Sons of Ben’.
Los árbitros calientan y hacen calistenia en el centro del campo. Una niña de unos ocho años llega luciendo una camiseta del ‘Union’ con el número 23 y el nombre de Zimmerman en la espalda. Su papá da un vistazo por la tribuna, constata que andan entre hinchas de Nueva York y le indica que se la quite.
- La barra de ‘Red Bull’ corea cánticos al equipo.
- Por favor mantener un lenguaje prudente que no menoscabe a nadie -, indica el locutor por los parlantes.
Los equipos vuelven a los camerinos y el partido se aproxima a su hora de inicio. Siro habla con una persona en la tribuna. – Un uruguayo -, me indica cuando vuelve. Dijo que leyó mi artículo en Al Dia. Comentó que a estos equipos norteamericanos les hace falta manejar el balón en la mitad del campo.
Nos ubicamos encima de la puerta de salida y esperamos a los equipos. - Señores y señoras, con ustedes el ‘New York Red Bull’ -, dice el locutor. Los árbitros presiden a los jugadores de ‘New York’ quienes forman una fila encabezados por Juan Pablo Ángel. El colombiano camina con su camiseta blanca de visos rojos tomando de la mano a una joven. Alejandro Moreno encabeza al ‘Union’ del lado izquierdo, tomando de la mano a un niño. La barra de Nueva York se enciende con banderas y serpentinas que quedan colgando de la portería. Una humareda blanca forma una cortina de humo ante ellos.
- Esa barra allá está del putas -, le digo a Siro dirigiendo la cámara hacia ella.
- Sí, se ve una barra brava.
- Parece una de esas barras de la Argentina. La del ‘Union’ está muy parca -. Los equipos forman a un lado y otro de los árbitros, frente a la bomba central. Unos niños rodean la circunferencia de una enorme pancarta con el emblema del ‘New York Red Bull’. Cuatro afro-americanos de sombrero negro, sacos de paño rojo, corbata del mismo color sobre camisa blanca y pantalones negros, cantan el himno nacional.
Volvemos a nuestros puestos, al tiempo en que los jugadores de ambos equipos se dan la mano entre ellos. Torres y los demás jugadores del ‘Union’ se hidratan bebiendo ‘Gatorade’ de unas cantimploras de plástico. El jugador colombiano lo escupe en la cancha, la estela de su escupitajo viajando por el aire, visible en la pantalla de mi cámara.
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